Londres. La solemnidad que solo un respeto superlativo puede conseguir presidió la procesión de los restos mortales de la reina Isabel II por las calles del centro de Londres, el legado más visible del pasado glorioso del Reino Unido.

Cumplido el luto en familia, detrás de las puertas de los palacios reales, Isabel II volvió ayer al pueblo. En 45 minutos, los que van desde el Palacio de Buckingham -sede de la monarquía- al Palacio de Westminster -santuario de la soberanía popular-, el féretro de la monarca recibió un homenaje tan silencioso como abrumador por parte de sus ciudadanos.

Un cortejo perfectamente coreografiado, que comenzó como estaba previsto a las 14.22 hora local) y terminó a las 15.00, trasladó el ataúd de Isabel II cubierto con el estandarte real y con la corona imperial encima. Por primera vez como rey, Carlos III dirigió al resto de los deudos por detrás de la cureña (carro de cañón) de la Artillería Real Montada sobre la que iba el féretro. Escoltándole a su lado, sus hermanos pequeños, Ana, Andrés y Eduardo, y por detrás sus dos hijos, Guillermo y Enrique.

Circulan estos días las fotos que recuerdan a los dos príncipes hace 25 años, por aquel entonces adolescentes, marchando con semblante afligido tras los restos mortales de su madre, Diana de Gales. Hoy volvieron a caminar juntos, detrás de su difunta abuela, pese a que las relaciones no pasan por su mejor momento.

Decenas de miles de personas hicieron horas de espera en las aceras del corazón de Londres para rendir tributo la monarca en absoluto silencio, solo roto por aplausos una vez la comitiva ya había pasado y por los cañonazos, uno por minuto, disparados en Hyde Park. Un infrecuente sol causó algunas lipotimias entre el público. Eso no impidió que el Ayuntamiento de la capital tuviese que hacer un llamamiento una hora antes del comienzo del cortejo para avisar de que la capacidad ya estaba al máximo.

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