Jacqueline Malagón afirma que la lectoescritura es un pilar básico para alcanzar la mejora de la educación
Revertir los demoledores resultados de las pruebas PISA, implica tener a maestros capacitados y motivados que enseñen a los niños a leer y escribir en los primeros grados, que fomenten el aprendizaje colaborativo, y al mismo tiempo, a familias presentes e integradas en las escuelas, cuyas aulas deben convertirse en el eje del sistema educativo.
Así lo piensa la exministra de Educación, Jacqueline Malagón quien considera que para comprender la magnitud del informe del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes o Informe PISA, que sitúa a los estudiantes dominicanos de quince años en la última posición del ranking que evalúa el desempeño en ciencias, comprensión de la lectura y matemáticas, necesariamente hay que partir de los resultados de evaluaciones previas, como las Pruebas Diagnósticas de tercero y sexto grado de primaria, las pruebas Serce y Terce de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y la prueba de competencias cívicas que arrojan resultados igualmente desalentadores.
Para la experimentada educadora que cumplirá 60 años en el sistema, el hecho de que las pruebas diagnósticas que se aplican en todo el universo estudiantil sin importar el nivel socioeconómico revelaran serias deficiencias en lectoescritura y matemáticas, indican claramente que el énfasis debe estar justamente en esos dos pilares.
Recordó que en el caso de las pruebas de sexto grado, apenas cuatro de cada 100 niños están en capacidad de asimilar los contenidos que el currículo manda en matemáticas.
“Si por un momento nos ponemos a analizar esas dos áreas por el impacto que tienen en la vida del aprendizaje del hombre, si estos niños no aprenden a leer y escribir bien, estamos hablando de que cuando sean hombres y mujeres van a tener problemas para comunicarse (…). La lectoescritura tiene un axioma, y es que, en primero tu aprendes a leer para que a partir de segundo, tú leas para aprender y entender lo que leas porque, si no sabes leer comprensivamente serás un analfabeto funcional”.
De ahí que, Malagón apuesta a que todos los actores que inciden en el sistema “hagan lo imposible” para lograr que en los primeros grados los niños aprendan a leer y conozcan, al menos, lo rudimentario de las matemáticas, ya que la combinación de ambas dotan al individuo de la capacidad para comunicarse y hacer uso del pensamiento crítico, el razonamiento y la lógica.
Mover la conciencia de la sociedad
La experta confiesa que aunque la primera vez que el país se sometió a las pruebas PISA en el año 2016, no consideraba su pertinencia ya que previamente el país, no solo había quedado en el último lugar de las SERCE y TERCE, sino peor, “debajo del sótano”.
Tres años después, ha cambiado de opinión y asegura que lejos de probar si los estudiantes han aprendido o no, la evaluación ha servido para llamar la atención de la sociedad sobre lo mal que estamos en educación y sobre la necesidad de que surja un nuevo colectivo tipo las sombrillas amarillas por el 4% que “exija que hay que trabajar para que los niños aprendan, porque no están aprendiendo”, subrayó.
Más temprano es mejor
En ese sentido, Malagón resalta que estudios científicos estadounidenses, europeos, asiáticos y latinoamericanos coinciden en que los niños que inician la escuela a una tierna edad tienen más posibilidades de aprender que aquellos que asisten a la escuela a los cinco o seis años por primera vez.
“El niño que a los dos años ya empieza a hablar, camina, que tiene cierta independencia, le van enseñando los colores, los juegos, los números, a ese niño lo están condicionándolo para que en un corto tiempo aprenda a leer, y aprendiendo a leer, aprende también sobre matemáticas”, dijo, tras valorar el trabajo que en esa dirección realizan los Centros de Atención Integral a la Primera Infancia (CAIPI).
Una escuela alegre
Otro factor, que a juicio de la educadora, incide en el proceso educativo, es el grado de satisfacción y alegría que le proporcione la escuela al niño, lo cual se consigue con un maestro que no sólo facilite los contenidos, sino que entienda y muestre afecto por él.
Plantea que muchos niños provenientes de familias vulnerables y disruptivas cargan con problemas emocionales que, muchas veces, les impiden estar abiertos al conocimiento y a disfrutar del proceso de aprendizaje.
“Si ese niño se encuentra con una maestra rígida, que le dice que hay que aprender esto, que si no saca la nota que ella espera él se quemó, que no le da ningún tipo de consuelo, que ella no sabe de dónde viene, que no sabe por qué él tiene los zapatos rotos, que no sabe que fue sin uniforme porque su abuela estaba enferma y no lo pudo lavar porque él no tiene mamá…o sea, hay una serie de circunstancias que afectan ese proceso”.
En ese sentido, considera que aunque la familia es la primera educadora, cuando no hay una familia donde el niño adquiera valor, le corresponde a la escuela hacerlo, “y lo tiene que hacer una maestra que tenga vocación, que sepa que al niño hay que quererlo, que sepa que al niño hay que entenderlo, que sepa que hay que estudiar sus condiciones familiares, que sepa que ese niño, necesita más allá de saber leer, sumar, de ciencias, o de historia”.
Para ella, la esencia de la educación está en el aula donde el niño se sienta. “Si el niño aprende, la vida de ese niño se transforma y en la medida en que tu transformes la vida de Juan, la de Pedro, la de Antonio, la de María, y las vas transformando a todas, estás transformando la sociedad”.
Recuerda que Ramón Flores, quien jugó un papel estratégico en los procesos de reforma educativa desarrollados a partir del primer plan Decenal de Educación (1992-2002) pregonaba hace 12 o 15 años en una de las reuniones para elaborar el segundo Plan Decenal, que el centro del sistema debe ser la escuela, “entonces, vamos a atender la escuela, el aula donde los niños aprenden”.
Malagón recordó que el maestro pasó de ser un mero transmisor de información a ser un facilitador, que debe auxiliarse de técnicas como el aprendizaje colaborativo o trabajo en equipo, ya que estudios de neurociencia han mostrado que son eficaces para el aprendizaje permanente y hoy día se ha convertido en una competencia obligatoria exigida a la mayoría de los profesionales.
Otro punto preocupante, a juicio de la educadora, son los resultados de las pruebas de competencia cívica revelados el año pasado, que mostraron que más del 50% de estudiantes de 14 años valoran la dictadura por encima de la democracia y muestran tolerancia hacia la corrupción, la impunidad y el nepotismo.
Un país con pobre capital humano
“Somos la economía más fuerte, más sólida, de mayor crecimiento en toda América Latina pero con el capital más pobre. ¿Hay o no una relación entre el capital humano de un país y la producción de riqueza o la evolución de la economía? Los libros dicen que sí. Yo me pregunto, ¿si nosotros lográramos subir el nivel de la educación, qué tipo de economía tendríamos? Llegaría a todos, ahora se queda en unas manos. Llegaría a todos. Seríamos un país mucho más feliz”, concluye la experta al hablar con elCaribe.
Un maestro desmotivado y ausente de su papel
Afirma que cuando supervisa escuelas en el Este, muchas veces, observa a maestros que lucen desmotivados, desinteresados y ausentes del papel que están llevando a cabo, lo cual se quedó evidenciado en las evaluaciones de desempeño que revelan que apenas el 2.9% son excelentes. “Hay un grupo de 20 ó 30% que son aceptables, esos me hacen feliz y hay otro grupito de 20% que son trabajables, significa que con una capacitación en servicio pueden mejorar sustancialmente, pero quedan aproximadamente 30 mil que no se puede trabajar con ellos porque no van a mejorar”, afirmó. Sostuvo que su esperanza está puesta en los programas de formación de futuros maestros que exigen que para ingresar al sistema deben haber superado las pruebas nacionales con buenas notas, así como la Prueba de Orientación y Medición Académica (POMA) y la Prueba de Aptitud Académica (PAA) del College Board.