Días después del terremoto en Haití escribí que el desastre era de tal magnitud que no bastaría con la ayuda humanitaria que solidariamente se enviaba desde el país y otras partes del mundo, para contribuir a aliviar el sufrimiento de millones de haitianos.
Se hacía necesario un esfuerzo de la comunidad internacional que trascendiera el plazo en que la tragedia dominara los titulares y la atención de la prensa mundial. Un esfuerzo gigantesco que sobreviviera al entusiasmo inicial que el sentido de la solidaridad humana volcaba en esos días sobre esa nación.
Siete años después se hace indispensable todavía una acción gigantesca a favor de esa empobrecida y golpeada nación; un esfuerzo colectivo de larga duración, similar al dolor y al sufrimiento causado por el fenómeno. Lo que Haití requiere es un plan como el que Estados Unidos llevó a cabo para salvar a Japón y Europa de la destrucción de la guerra.
Una especie de Plan Marshall que no podrá ser dejado únicamente bajo la responsabilidad de los estadounidenses y mucho menos de los dominicanos, porque la comunidad internacional tiene una deuda moral con el pueblo haitiano, al que ha abandonado a su suerte.
Un plan que ayude a reconstruir la infraestructura física de ese país, puentes, carreteras, caminos, presas, etc., y que salve el territorio de la desertificación, repoblando sus montañas y recuperando sus bosques, para que los ríos vuelvan a tener su caudal original, resurja la agricultura y los haitianos puedan producir para alimentarse y superar las precariedades que padecen desde sus mismos inicios.
Un plan que permita el regreso de la inteligencia haitiana que emigró por falta de oportunidades y la represión política, para inyectarle a la nación ideas modernas y capacidad gerencial para sortear los desafíos del futuro. Un fideicomiso indefinido si fuera necesario, porque la reconstrucción de ese país durará años. l