La presidenta de la Fundación Eduardo León Jimenes, y directora del Centro León fue reconocida junto al empresario Manuel Corripio
“Vendrán los tardos años del mundo
ciertos tiempos en los cuales el mar Océano
desatará los atamientos de las cosas
y se abrirá una grande tierra
y un nuevo marinero
como aquel que fue guía de Jason
descubrirá Nuevo Mundo”.
Quince siglos antes de la increíble hazaña del 1492, Séneca escribe en su trascendental Medea, la profecía que ensanchó para siempre la geografía de nuestro planeta. Podemos decir que inició por la palabra, en la palabra y desde la palabra la historia de lo que hoy llamamos América.
Señoras, señores, amigos todos:
Con sincera emoción agradezco a Su Majestad el Rey Felipe VI de España, esta distinción que lleva el nombre de aquella Ilustrísima Soberana, cuya fe y visión científica universal, han iluminado tierra y tiempo.
Para una hija de este suelo dominicano, –hoy, española también– el nombre de la Reina Isabel I de Castilla, soberana Trastámara, evoca profundos sentimientos:
Evoca el respeto a una visión de Estado, que la llevó a consolidar tierras medievales a una recién nacida nación: Hispania. Una España concebida bajo una sola lengua, una sola fe y una sola ley, cuyos cimientos fueron esparcidos por la vieja Europa y tierras nuevas, lejanas y desconocidas aún. En justicia: suya es la concepción de lo que somos y llamamos Hispanidad.
Evoca esa universalidad suya, que nos hermana bajo el estandarte grecolatino, hoy Occidente, que quiso e hizo la Reina que arropara la humanidad, abriendo así las primeras páginas de ese luminoso Renacimiento.
Me evoca su ímpetu, la toma de Granada, antesala de aquel memorable acontecimiento que hoy nos une y convoca y cuyo eco se escucha todavía a través de los siglos: ¡Tierra a la vista!
Evocamos su sólida fe, guiada por preceptos bíblicos que no antepuso a su compromiso de mujer de Estado.
Y, como evocación cimera, esa que nos atañe a todos los que tenemos origen y destino en estos viejos y nuevos suelos; su humanismo universal que la llevó a un desvelo por los originarios de los territorios descubiertos y de aquellos aun por conocer, cuando en su testamento y codicilo ordena y ruega:
“… por ende suplico al Rey mi señor (…) y encargo y mando a la dicha Princesa mi hija y al dicho Príncipe su marido, no consientan ni den lugar que los Indios vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien…”.
Este texto, monumento al humanismo que, como estela, legará al pensamiento universal, en la voz que clama en el desierto, y que guiará hacia las grandes declaraciones futuras de defensa a la dignidad humana, trascendiendo credos, razas y culturas.
Desde Alaska hasta Tierra de Fuego, desde el Atlántico al Pacífico, la impronta isabelina nos abraza…
Nuestro Pedro Henríquez Ureña, al referirse a la actitud de España, reflejo del pensar de su reina en sus nuevos dominios: “…la verdad es que España se volcó entera en el Nuevo Mundo, dándole cuanto tenía. (…) Fundó escuelas, fundó universidades, para difundir la más alta ciencia de la que tenía conocimiento, y sobre todo, su amplio sentido humano la llevó a convivir y a fundirse con las razas vencidas.” Esto se asimila en ese entramado de relaciones culturales, sociales y familiares que unen a España y América y con su primogénita, la República Dominicana, sustrato real que constituye los cimientos de una relación hermosa e indisoluble.
El padre del Modernismo hispanoamericano, el gran Rubén Darío, en su Canto Errante, se hace eco de esa consanguinidad con estos versos:
“Cuando en vientre de América cayó semilla
De la raza de hierro que fue España,
Mezcló su fuerza heroica la gran Castilla,
Con la fuerza del indio de la montaña”.
Con humildad y ternura recibimos la Orden que nos llega a través de la generosa propuesta del Embajador de España en nuestro país, Excelentísimo Señor Don Antonio Pérez Hernández y Torra, quien, junto a su esposa Doña Pilar Lladó, han fortalecido y facilitado el caminar por el puente de hermandad que une a nuestros pueblos con una calidez, profesionalidad y autenticidad cautivantes; también, por la feliz coincidencia de recibir esta Orden junto a Manuel Corripio, por quien tengo un especial cariño, por su don de gente y por compartir las humanidades con un gozo multiplicado. Además, representante de una familia forjada en una herencia de trabajo arduo, que se transfiere de generación en generación.
Amigos, hermanos, recibimos esta orden sabiéndonos instrumento de una gestión cultural que no es posible sin la cooperación de todos; sabiéndome parte de una familia que siente y se apropia de un legado de servicio que estrechamos juntos; sabiendo que son las instituciones, los artistas, intelectuales, profesionales, y colaboradores que, de manera cotidiana, nos damos las manos aceitadas en la esperanza, esos cultores de aquí, de allá, con vocación de compromiso por las identidades que nos distinguen, que nos unen, que nos enriquecen y nos hacen únicos en un nosotros incesante.
Agradezco, nueva vez, a Su Majestad Felipe VI de España, por esta alta distinción que hoy recibo, no como el colofón de una obra ya realizada, sino como el acicate necesario para acometer con renovados bríos, la obra que aun está por delante en ese camino de edificación permanente que es la cultura.
En ese proceso de construcción de nuestro mestizaje, se recompusieron símbolos y modos de comportamiento que nos han revitalizado y relanzado continuamente, tal como lo hace la naturaleza. Así lo describe Marcio Veloz Maggiolo, cuando al referirse a esa fuente de vida que son nuestros manglares, observa que en ellos: “El mestizaje de las aguas protege la vida. La naturaleza es mestiza, se cuaja de mezclas que la preservan. El milagro de ese beso hace que la desembocadura, hasta varios kilómetros río arriba, sea salobre, y ese beso es el que condiciona la posibilidad de que el mangle, los animales, el hombre y el entorno tengan vida”.
Y este oleaje entre el decir y el escuchar tiene movimiento gracias a las palabras, esas que nos han permitido citar autores diversos, a través de palabras antiquísimas: Séneca, la Augusta Isabel y palabras recientísimas, esas que nos enlazan para comprendernos, las que nos liberan y, sin lugar a dudas, nos fraternalizan por tener la misma Madre Lengua. Ese ayer castellano, hoy español, esa lengua hermosa y poderosa, ese tesoro hispano invaluable que trasciende la materia y, en el espíritu, siembra sentimientos y conciencia. Ésa, que construye espacios ensanchados entre silencio y voz, puentes y pasarelas con nosotros mismos, con la alteridad, con lo Alto… para poder erigirnos y re-crear la historia.
Quiero despedirme citando a Carlos Fuentes: “Hoy debemos celebrar no la lengua del imperio de la que habló Nebrija, el primer gramático de la lengua castellana, sino una lengua de encuentros, una lengua de reconocimientos, la lengua que liga a Federico García Lorca y a Neruda, a Menéndez Pidal y a Pedro Henríquez Ureña”.
Con la inmensa alegría que surge del agradecimiento, nueva vez… Gracias por siempre.