Desde Villa Tapia, esta artesana ha dedicado su vida a formar generaciones de creadores, y comparte sin reservas todo lo aprendido en su largo trayecto
Gabriela Hungría
Especial para elCaribe
Raisa Justina Rafaela Matías comenzó a tejer su camino en las manualidades en el año 1979, cuando ingresó al Politécnico Femenino Nuestra Señora de las Mercedes y a la escuela Yaque, ubicada en las periferias del río Yaque del Norte.
Allí se inició en el bordado de ropa para niños, tanto a máquina como a mano, y en técnicas de reciclaje de papel periódico. En aquel entonces, también compraba muñecas, les retiraba la ropa y a partir de esas piezas construía patrones, con los cuales enseñaba a sus estudiantes a confeccionar las prendas de sus propios proyectos. Desde entonces, nunca ha dejado de enseñar.
Originaria de Villa Tapia, municipio de la provincia Hermanas Mirabal, Raisa se define con tres palabras: luchadora, independiente y con un gran sentido de la empatía. Con esa misma claridad transmite lo que ha sido su vocación: enseñar. “Mis conocimientos no son un tesoro que guardo, es un pan de enseñanza que comparto”, le dice la dama al periódico elCaribe, en una conversación que según avanza es más interesante.
Para ella, lo que ha aprendido en casi cinco décadas no debe ser reservado, sino regalado al que esté dispuesto a aprender. Su amor por la artesanía se traduce en una voluntad permanente y firme de compartir todo con sus participantes.
Y esa manera de ser la fue sembrando en su propia familia. “Mis metas las veo a diario en mis hijos, que hoy son parte de esta herencia artesanal”, expresa con orgullo. Es buena para conversar, y se le nota.
La escuela que fundó se ha convertido en un espacio donde no solo sus hijos, sino también sus nietas, forman parte activa de la formación artística. “Tenemos una escuela donde mis hijos y hasta mis nietas forman parte de ese sueño que un día inicié hace casi 50 años: tener una escuela de arte”. Con esa misma convicción aconseja a otros emprendedores a no detenerse. “Hay obstáculos en cada cosa que hacemos; está en nosotros cruzar esos muros”, sostiene.
Raisa Justina suele compartir una frase que la acompaña desde hace años: “Todo hombre debe decidir una vez en la vida, si se lanza a triunfar arriesgándolo todo o se sienta a contemplar el paso de los triunfadores”. Es una filosofía de acción que ha marcado su vida personal y profesional. Para Raisa, ofrecer conocimiento es también una forma de terapia. “No hay una mejor terapia que el conocimiento”, afirma. La enseñanza, en su caso, no solo ha sido una ocupación, sino una vía para mantenerse activa, vital y con deseos permanentes de seguir adelante. “Ofrecer conocimiento es terapéutico y doy fe de eso”, dice.
Fortaleza, dedicación
El camino no ha estado exento de desafíos, pero ha sabido superar cada obstáculo que se presenta. Uno de los más significativos lo vivió al inicio, cuando tuvo que dejar a sus hijos pequeños al cuidado de una de sus hermanas para poder dedicarse a enseñar. “Hoy ver mis hijos a mi lado con lo que hemos construido no puede llamarse de otra manera que satisfacción”, asegura. Y aunque reconoce que ha sido un recorrido difícil, también lo describe como placentero, porque cada sacrificio ha estado guiado por el amor a lo que hace.
Los frutos de su trabajo se reflejan en cada exposición de fin de curso. “Ver mis participantes exponer lo aprendido es el más grande impacto emocional y profesional que he tenido”, asegura. Para ella, ese es el pago más significativo que ha recibido en todos estos años. Ese, de ver florecer el talento de quienes han pasado por sus clases, aplicando con orgullo lo que han aprendido a su lado.
La creatividad, en su caso, no depende de un lugar físico específico. “El escenario está en ti”, dice. Lo fundamental es la motivación y el deseo de que lo que se enseña sea bien recibido. Cuando ese vínculo se da, la creatividad fluye naturalmente. “Cuando lo que haces, lo haces con amor, la creatividad simplemente empieza a formar parte de todo”.
Raisa Matías ha logrado lo que muchos buscan; construir una vida en torno a su vocación, dejar una huella en quienes han aprendido de ella, y convertir su saber en una escuela viva, sostenida por generaciones.