Si, como leyó, a diario la aplaudimos, en ocasiones, delirantemente. Si cree que miento, examine la desigualdad del ingreso que prevalece en el deporte profesional. La semana pasada le pedí a Alejandro José Balcácer, María Fernanda Castro, Neil Eduardo Carvajal, José Vladimir García, Andrés Eduardo Pérez y Adrián Piña, miembros del staff de asistentes de investigación de la Fundación Economía y Desarrollo, calcular el índice de Gini para los principales deportes profesionales que damos seguimientos los dominicanos: el béisbol de Grandes Ligas, el baloncesto de la NBA, el fútbol americano de la NFL, y el fútbol profesional de la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol (UEFA). A continuación, los resultados.
Comencemos con el béisbol de Grandes Ligas. Utilizando los salarios del 2019 publicados por Spotrac para 877 jugadores, se calculó un índice de Gini de 0.635. Solo Namibia, en todo el mundo, exhibe un mayor nivel de desigualdad en el ingreso. El índice es todavía mayor cuando se añaden los ingresos por publicidad, endoso y patrocinio (PEP) que devengan las grandes estrellas del béisbol de Grandes Ligas, como los US$6.5 millones devengados por Bryce Harper por ese concepto. Max Scherzer, pitcher de los Nacionales de Washington, campeones de la Serie Mundial del 2019, encabeza la lista con un salario anual de US$42.1 millones. Scherzer gana 76 veces más que el salario mínimo devengado por nuestro Sandy Alcántara con Los Marlins (US$555,000.00). Mike Trout, MVP de la Liga Americana en el 2019, devengó un salario de US$34.1 millones, es decir, casi 62 veces lo ganado por nuestro Fernando Tatis, Jr. ¡Una injusticia inaceptable! Sin embargo, aplaudimos cada vez que Scherzer abanica a un contario o Trout, en 2 segundos, la saca del estadio. Nunca he visto a los fanáticos llevar pancartas de protestas a los estadios contra la aberrante desigualdad en el ingreso de los peloteros que prevalece en las Grandes Ligas.
El igualitarismo salarial también brilla por su ausencia en el baloncesto profesiones de la NBA. El índice de Gini alcanza 0.561 para los 493 jugadores compilados, reflejando una desigualdad mayor que la prevaleciente en todos los países de la América Latina y el Caribe, una de las regiones más desiguales de la geografía mundial. El electrizante Stephen Curry, de los Golden Gates Warriors, lidera el ranking de los salarios estratosféricos con US$40.2 millones. Este abusador disfruta de un salario anual 805 veces más elevado que el salario mínimo de US$50,000.00 anual que ganan actualmente 5 jugadores profesionales.
Reconocemos que Lebron – the Beast – James terminará esta temporada con más de 34,300 puntos, 9,500 rebotes y 9,600 asistencias. ¿Justifica ese desempeño que este viejo de 35 años gane un salario anual de US$37.4 millones, equivalente a más de un millón de dólares por cada año de vida? Tenga en cuenta que el Gini computado excluye los enormes ingresos por PEP que perciben las estrellas de la NBA. Por ese concepto, Lebron recibirá US$53 millones en el 2019. Tampoco he visto al público lanzar botellas al tabloncillo ni prender fuego a las Arenas de la NBA frente a esta humillante desigualdad en el ingreso percibido por los basquetbolistas profesionales.
El panorama de desigualdad no mejora en las canchas de futbol americano de la NFL que agrupa a los 32 equipos profesionales. El índice de Gini que surge de la estructura de salarios promedios percibidos por los jugadores profesionales de fútbol americano alcanza 0.609, peor al estimado por la NBA. Aquí nos encontramos con el quarterback de los Seattle Seahawks, Russell Wilson, el mejor pagado, quien en 2019 recibió un salario promedio de US$35 millones, sin contar US$9 millones por concepto de PEP. Wilson gana 81 veces lo que devengan los jugadores profesiones de fútbol americano que reciben el salario mínimo (US$431,333.00). En los 137 años de historia que acumula el fútbol americano, no se ha producido una sola marcha-protesta, pacífica o violenta, dentro o fuera de los estadios, en contra de la abismal desigualdad en el ingreso existente en el deporte profesional más popular de los Estados Unidos.
¿Cambia el patrón de desigualdad rampante cuando cruzamos el Atlántico y llegamos a las costas del Continente donde se practica el fútbol, el deporte profesional más popular del mundo? De antemano, conscientes de que Europa alberga a los países con menores niveles de desigualdad en el ingreso del mundo, uno se sentiría tentado a pensar que con el fútbol europeo los contratos son diferentes a los que prevalecen en el deportismo salvaje de la MLB, la NBA y la NFL de los Estados Unidos. ¡Que va! La misma vaina. Las estimaciones realizadas por los “Fundación Boys and Girls” revelan que el índice de Gini calculado a partir de los salarios devengados por 2,083 jugadores profesionales de fútbol de las principales Ligas de la UEFA (la Premier League de Inglaterra, LaLiga de España, la Ligue 1 de Francia, la Serie A de Italia y la BundesLiga de Alemania) alcanza 0.575, un escándalo en materia de desigualdad. Y es que no podía ser diferente en el deporte donde todos quedamos boquiabiertos con la magia legendaria de Messi, la metamorfosis de los pies en manos de Ronaldo, y las sorprendentes escapadas de Neymar.
Anote el atropello. Messi devenga un salario de US$70.8 millones, excluyendo los US$35 millones que percibe por PEP. El salario anual de Messi es 2,621 veces más elevado que el mínimo que devengan los jugadores profesionales de fútbol en la UEFA (US$27,000.00). Ronaldo le pisa los talones con su salario de US$57.4 millones y otros US$44 millones por PEP. Neymar, el más joven de los tres, gana US$36.7 millones más US$30 millones por PEP. Nunca he escuchado a los economistas franceses de la igualdad, específicamente a Thomas Piketty, Enmanuel Saez y Gabriel Zucman, arremeter contra esta bochornosa desigualdad del ingreso existente en el futbol, un silencio extraño teniendo en cuenta que en la Ligue 1 de Francia, donde juega Neymar, el Gini es estratosférico: 0.649. A pesar del fanatismo delirante que observamos en las geografías europeas, cunas del mejor fútbol del mundo, nunca se ha producido una ola de estadio en contra de la irrespetuosa desigualdad existente en los salarios de los jugadores profesionales del fútbol.
Me atrevo a postular que la ausencia de estas protestas y marchas contra esta desigualdad tiene su origen en que todos aceptamos conformes que los salarios de los deportistas profesionales estén asociados con el talento, en este caso, el talento para coordinar perfectamente músculos, fuerza, velocidad y previsión en la práctica de los deportes profesionales. La desigualdad parece molestar cuando la misma se origina en algo que no observamos a simple vista: el cerebro. Este órgano, al estar encapsulado y cubierto por el cráneo, resulta invisible a los seres humanos. Sabemos que está ahí, pero no lo vemos, a diferencia de la musculatura y velocidad de las pierdas o la fortaleza y versatilidad de los brazos.
Eso podría estar explicando el por qué molesta tanto que el mercado premie a empresarios innovadores, perseverantes, inteligentes y exitosos. Millones se rasgan las vestiduras por los millones de dólares que ganan anualmente perciben Jeff Bezos, Bill Gates, Warren Buffett, Mark Zuckerberg, Bernard Arnault, Amancio Ortega, Larry Page, Larry Ellison, Sergey Brin o Michael Bloomberg. Frente a eso, nos rebelamos, marchamos y protestamos. Aceptamos y nos abrazamos apasionadamente con el talento del músculo y aplaudimos que lo premien con todos los millones del mundo. Pobre de aquel que acepte, abrace o aplauda el talento que brota del cerebro de empresarios innovadores y visionarios, considerados por muchos como “nerdos” con evidente déficit de musculatura, sin importar que sus innovaciones hayan contribuido o estén contribuyendo al progreso de la humanidad. Aceptamos y aplaudimos el talento de Michael Jordan; pero nunca que Jeff Bezos, un graduado summa cum laude de Princeton en ingeniería eléctrica y ciencias de la computación, que a final de 1993 decidió crear una librería “online”, se haya convertido, con su talento y visión, en el empresario más rico del mundo.
El capitalismo no genera desigualdad. Es el talento que la produce. El deber del Estado es gravar los ingresos generados por el talento, sea de origen muscular o cerebral, y utilizar los recursos para ofrecer a todos la oportunidad de desarrollar los suyos. Sólo así, pondremos la envidia en retirada. Bien lo dijo H. Jackson Brown, publicista y escritor norteamericano, “la envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento.”