Las importaciones agropecuarias que compiten directamente con la producción nacional están creciendo a una velocidad tal, que están desplazando a esta última y tomando cuotas crecientes del mercado. Esto es especialmente cierto para productos pecuarios originarios de Estados Unidos.
La explicación más obvia es que esto es el resultado de la gradual eliminación de las cuotas de importación y la reducción de los aranceles. El régimen de importación de muchos productos agropecuarios en el DR-CAFTA consiste en una cuota de importación de cantidades determinadas de un producto, por la cual no se paga aranceles, mientras que las importaciones por encima de esa cuota pagan una tasa arancelaria determinada. Las cuotas crecen todos los años, lo que supone cada vez menos restricción, hasta eliminarse eventualmente, mientras los aranceles para importaciones por encima de la cuota van declinando a un ritmo previamente establecido.
Barreras que no muerden
Sin embargo, una mirada un poco más detenida al estado actual de las barreras a las importaciones indica que las que todavía existen ya no “muerden”, y ya no tiene poder para moderarlas.
En 2015, la cuota de importación de carne de cerdo del DR-CAFTA fue de 7,500 toneladas. Sin embargo, las importaciones, casi todas originarias de Estados Unidos, ascendieron a 21 mil toneladas. Esto es casi tres veces más que la cuota. El arancel establecido para las restantes 13,500 toneladas era de 12%.
Por su parte, las importaciones de carne de pollo alcanzaron las 36 mil toneladas, de las que casi el 100% provino de Estados Unidos. En el DR-CAFTA, sólo los muslos de pollo tienen una cuota vigente, la cual ascendió a apenas 1,050 toneladas. Para el resto de los productos de pollo ya no hay cuotas ni aranceles. Se presume que el grueso de las importaciones del país corresponde a trozos y despojos, que junto a importaciones de partes de cerdo, son usadas por la industria cárnica, en particular, para la fabricación de embutidos.
En ese mismo año, las importaciones de carne de res alcanzaron las 4 mil toneladas, pero la cuota era de sólo 2,400 toneladas, entre cortes y trimming (partes restantes de menor calidad). Por encima de ese tonelaje, el arancel que debió pagar esas importaciones era de 16% para cortes y 10% para trimming. A pesar de eso, las importaciones efectivas fueron 1.7 veces el volumen de la cuota.
Para habichuelas, la cuota del DR-CAFTA en 2015 era de 13,600 toneladas, pero las importaciones, casi todas desde Estados Unidos, ascendieron a 45 mil toneladas; esto es más de tres veces la cuota, a pesar de que debió haber pagado un arancel de cerca de 36%.
En 2014, la cuota de importación de leche líquida en el DR-CAFTA era de apenas 380 toneladas, pero el arancel aplicado por encima de la cuota estaba casi en 0%. Como resultado, las importaciones fueron de más de 14 mil toneladas, de las que poco menos del 80% provino de Costa Rica. En 2015, cuando ya no había cuota ni arancel, casi se duplicaron, alcanzando 27,800 toneladas. La que se incrementaron fueron las originarias de Estados Unidos, las cuales se multiplicaron por seis, igualando el volumen que provino de Costa Rica.
En el caso de la leche en polvo, las importaciones desde Estados Unidos estuvieron por debajo de la cuota del DR-CAFTA (3,600 toneladas, contra 5,400 toneladas especificadas en el acuerdo) porque el arancel continúa siendo elevado (por encima del 50%). Los principales suplidores de leche en polvo siguen siendo los países de la Unión Europea, y las importaciones totales ascendieron a unas 22 mil toneladas.
En relación con los quesos, la cuota de importación de las variedades cheddar y mozzarella era de sólo 500 toneladas, mientras el arancel para importaciones por encima de la cuota debió de haber sido de 8% y 20%, respectivamente. Sin embargo, para “otros quesos” no había cuota ni aranceles. El resultado fue que las importaciones desde Estados Unidos de todos los quesos (los datos disponibles no desagregan por tipo de queso) alcanzaron las 4,500 toneladas.
Por último, las importaciones de arroz continúan siendo bajas, muy probablemente porque, en el caso de este producto, las restricciones todavía “muerden”. La cuota combinada en el DR-CAFTA en 2015 para arroz descascarillado y arroz blanco fue de unas 17 mil toneladas, pero el arancel apenas empezaba a desmontarse desde su nivel base de 99%. Las importaciones fueron de algo más de 10 mil toneladas.
En síntesis, de esos ocho productos o grupos de productos, en los que las importaciones desde Estados Unidos tienen potencial para desalojar del mercado, al menos parcialmente, a la producción nacional, en cuatro de ellos (cerdo, res, habichuelas y quesos), las importaciones superan por mucho las cuotas, a pesar de que los aranceles siguen siendo relativamente altos. En dos de ellos, carne de pollo y leche, la liberalización es plena, y en los otros dos, arroz y leche en polvo, todavía las barreras están afectando y es lo que explica que las importaciones no hayan aumentado de manera significativa.
Pero seguramente no pasará mucho tiempo antes que las importaciones de esos rubros también se incrementen y se empiecen a sentir los efectos en la producción, la rentabilidad y el empleo en esas actividades.
Llegó el momento de apoyar y gastar en desarrollo agropecuario
Revisar el DR-CAFTA para detener o revertir la liberalización de productos seleccionados puede detener esta dinámica, cuyos prometidos beneficios en los precios y el consumo no están a la vista. Sin embargo, lo imperioso del momento, lo que no puede esperar, es enfrentar la cuestión de fondo que es la baja productividad y calidad de la producción. El riesgo de que la creciente dependencia alimentaria de las importaciones se profundice no es sólo lo que desencadena en materia de pobreza rural sino que hace al país alimentariamente muy vulnerable, sujeto a shocks de precios frente a los cuales no podrá responder adecuadamente, poniendo en riesgo muy alto a la población pobre.
La producción agropecuaria enfrenta muchos problemas comunes a todas las actividades. Pero en los rubros mencionados, que son los más sensibles, éstos son algunos de los más acuciantes retos para las políticas.
En habichuelas, hay al menos tres problemas que hay que enfrentar para impulsar la producción. Primero, la insuficiencia de riego. En el Valle de San Juan, zona de cultivo por excelencia, la disponibilidad de agua de la Presa de Sabaneta y los sistemas de riego vinculados son insuficientes, además de ineficientes. Esto contiene la producción y la productividad. Por ello, promover la extensión del riego con nuevas, más baratas y más eficientes tecnologías debe ser una prioridad. Segundo, hay que invertir en investigación para desarrollar variedades más resistentes y de más rendimiento. Las variedades predominantes son poco productivas y muy vulnerables. Tercero, hay que enfrentar el problema de la tenencia y el usufructo de la tierra. El régimen de aparcería es predominante, lo que hace que el estímulo productivo y los beneficios de quien cultiva sean muy bajos.
En la producción de pollos, los problemas fundamentales son dos: la sanidad animal y la falta de planificación en la producción. Las debilidades en el sistema de sanidad animal del país impiden aprovechar las oportunidades de exportación que existen, mientras que la ausencia de planificación en la producción se traduce en inestabilidad de precios y en incertidumbre, y en declives severos de estos en coyunturas específicas que lastiman la producción. El liderazgo del Estado en la coordinación y planificación es clave para la estabilidad y el sostenimiento de los precios.
En la producción de cerdos, donde también hay potencial exportador, la cuestión de la sanidad animal y la necesidad de erradicar la Peste Porcina Común (PPC) debe estar en el tope de la agenda. Las pérdidas económicas por esto son cuantiosas y bloquean las exportaciones. Además, está la cuestión del etiquetado en los productos cárnicos, que restringen el mercado y la vinculación de la porcicultura con la industria porque abre espacio para el uso de productos distintos de la carne de cerdo.
En la producción de lácteos (leche y quesos), hay que crear un sistema para el cumplimiento de normas de la calidad de la leche. Los precios son bajos comparados con los costos porque, frecuentemente, la calidad es baja. Un sistema general de pagos por calidad puede ser una pieza clave de esto, lo cual, además, contribuiría a la estabilidad de los ingresos y a la certidumbre de precios. Igual que en otras ramas pecuarias, la debilidad de la sanidad y la inocuidad, así como, en el caso de los quesos, la falta de cumplimiento de las normas de etiquetado, restringen las exportaciones, en particular a los llamados mercados nostálgicos en Estados Unidos y Europa. En la producción de quesos, dominado por PyMEs, hay que añadir la promoción de la diversificación y sofisticación de la producción, para agregar más valor y mejorar precios. Además, promover el mejoramiento de la alimentación del ganado con alimentos concentrados o pastos mejorados merece estar en el tope de la agenda para el mejoramiento de la productividad.
Con “el agua subiendo”, llegó el momento de decidir gastar y apostar al agro. No debe haber espacio para la duda ni la dilación.