Hay decisiones que no caben en las casillas tradicionales. Caminos que no se explican con palabras comunes ni se justifican con los argumentos que calman a los demás. Hay elecciones que nacen desde el pecho, no desde la lógica; que se sienten verdaderas aunque suenen a locura, fracaso o rebeldía para quienes observan desde fuera. Pero eso no las invalida. A veces, simplemente se trata de vivir una vida que no todos pueden —ni necesitan— entender.
Y está bien.
Está bien emigrar a los 40, cuando la mayoría espera estabilidad y certezas. No todos comprenden por qué alguien dejaría atrás lo construido: una carrera, un hogar, una rutina. Pero tú sí lo entiendes. Porque había una voz interna que pedía otra oportunidad, un renacimiento. Porque querías mostrarles a tus hijas que el coraje no es ausencia de miedo, sino una forma de amor por una misma. Querías enseñarles que es válido comenzar otra vez, incluso cuando la piel ya no es nueva, pero el alma sí.
Está bien divorciarte cuando ya no hay espacio para ti dentro de esa relación. Volver a la casa materna con una maleta llena de papeles desordenados, miedos callados y afectos rotos. Empezar desde cero no es señal de fracaso, sino de una honestidad feroz: la de reconocer que mereces un lugar donde puedas respirar, crecer, ser.
Está bien mirar tu cuerpo a los 45 y decidir que quieres transformarlo. No por una promesa de belleza ajena, sino por amor propio. Hacer las paces con el espejo no es un acto superficial, es una reconciliación profunda. Caminar, aunque duela. Comer con conciencia. Dormir mejor. Respetarte más.
Está bien quedarte sin trabajo y permitir que ese vacío sea el comienzo de algo nuevo. Estudiar, aunque la mente divague y la concentración parezca un lujo. Apostar por una certificación como el PMP, por ejemplo, no para demostrar nada a nadie, sino para reafirmarte. Porque estudiar es una forma de decirte a ti misma: “Todavía puedo”.
Está bien emprender un nuevo proyecto, que te atemorice y te entusiasme. Ir nueva vez a la universidad y cursar algo totalmente diferente a lo que cursaste. Equivocarte, sí, pero también aprender cada día. Apostar por lo que no se mide con cifras, sino con sentido.
Está bien criar hijas neurodivergentes y defender con firmeza su derecho a existir sin máscaras. Escucharlas con el corazón abierto, incluso cuando el mundo las mira con juicio. Acompañarlas en su diferencia, y aprender tú también a celebrar la tuya.
Y sí, también está bien enamorarte otra vez. De alguien lejano. De una historia que no cabe en moldes clásicos. De una conexión que desafía la lógica pero alimenta el alma. Porque el amor no siempre necesita explicaciones, solo entrega.
Vivir una vida que otros no comprenden no es rebeldía, es lealtad. No se trata de convencer, sino de no traicionarte. De dormir tranquila. De despertar con sentido.
Y aunque no siempre sea fácil, vivir tu verdad —por compleja, imperfecta o incomprendida que sea— no solo está bien. Es, quizás, lo más valiente que puedes hacer.