Teníamos que ser muy ingenuos o estar cubiertos por un manto de excesivo optimismo para suponer que el proceso electoral venezolano del pasado domingo 28 tendría un desenlace distinto al que ha sobrevenido.

Existen muchas razones para sostener las previsiones ominosas que rodeaban los comicios presidenciales, pero hay dos que sobresalen de manera preponderante.

Una concierne al sector que representa el chavismo como expresión popular que se ha mantenido como fuerza predominante en la lucha política del país bolivariano desde que Hugo Chávez accedió al poder en 1999.

Ese hecho marcó un punto de inflexión fundamental en el escenario político venezolano, al derribar el predominio de las dos principales fuerzas políticas firmantes del llamado “Pacto de Puntofijo”, que estableció el bipartidismo alternativo hasta la llegada de Chávez.

A partir del ascenso de Chávez, los partidos Acción Democrática y el Social Cristiano pasaron a ser entelequias con poca significación electoral, por lo que el chavismo se ha venido enfrentando a nuevas organizaciones surgidas en la lucha, cuyos líderes, y ellas mismas, han sido aves de paso.

En esa dinámica, el chavismo se ha convertido en la única realidad política de peso en Venezuela, dando como resultado una marcada ventaja comparativa frente a sus adversarios.

De modo que, si esos adversarios no se han dado cuenta o no lo han admitido, es por razones ajenas al proceso venezolano.

Y esta es precisamente la otra razón de peso para entender lo que ha sucedido en la Venezuela de los últimos veinticinco años.

Al no entender a cabalidad el proceso, la oposición al chavismo siempre ha mirado hacia fuera de Venezuela como factor principal para sustentar su lucha, que pocas veces se ha basado en sus propias fuerzas internas para ganar unas elecciones, sino que van a ellas calculando que, como ahora, será en el exterior donde se librará su pelea.

En tal sentido, la oposición acudió a los comicios del domingo bajo la premisa de que la lucha la tenía de antemano ganada en el exterior, en razón de que la correlación de fuerzas ahora mismo le es favorable por el predominio de gobiernos de derecha y de ultraderecha en la mayoría de los países de la región.

A partir de su premisa, vemos que los reclamos se sustentan en el aire, sin pruebas contundentes.

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