Cuando se asume una función remunerada, bien en la administración pública como en los negocios privados, y sin importar la jerarquía, lo más seguro que se tiene es la salida, razón por la cual los individuos debemos tener esto como una premisa.
En el sector público, las únicas personas que tienen sus empleos seguros —por el tiempo que el pueblo determinó— son el presidente de la República y los demás funcionarios de elección popular.
Sin embargo, muchos arriban a los puestos, particularmente en la gestión pública, con la idea de que han sido regalos del cielo, creyéndose amparados por el derecho de llevarse a todos de encuentro. Son los que, al caer, hacen el mayor ruido.
Es lo que, con probabilidad, le sucederá al actual ministro de Educación, don Ángel Hernández, cuya gestión se está caracterizando por un comportamiento que no se corresponde con un maestro dotado de una amplia calificación avalada por su trayectoria y dedicación a la academia.
Desde su designación, el profesor Hernández se ha dedicado a perseguir, de manera implacable, a profesionales, e inclusive a simple y humilde personal que sirvió bajo la dirección del anterior ministro, Roberto Fulcar —a quien, dicho de pasada, no tengo razones para defender—como si fuesen más que enemigos del presidente Luis Abinader.
Hay que estar conscientes de que los incumbentes tienen la facultad de remover a cuanto personal entiendan, una prerrogativa que ni siquiera el propio jefe del Estado les cuestiona.
Ahora bien, esa es una cosa bien establecida, y otra muy alejada es el atropello, como acaba de suceder con el colega Menoscal Reynoso, quien fue desconsiderado de forma injustificada al ser reemplazado como director de la Radio Televisión Educativa.
Menoscal es un profesional de mucha valía y respeto, y no merecía ser sacado del puesto de manera intempestiva, con un aparataje llegado del Ministerio de Educación, con militares incluidos, algo absolutamente innecesario, pues no hablamos de un delincuente.
Pero no solo fue lo señalado, sino que dicha acción es seguida de la difusión de infundios que no resisten análisis serios, como insinuar malversaciones, cuando tengo entendido que esa dependencia no maneja recursos, sino que todo se procesa en la sede central del organismo educativo. No se debe perder de vista que “con la vara que midas, en esta serás medido”.