Cuando damos seguimiento a la evolución de la situación haitiana desde antes, más reciente y ahora, concluimos en que se mantiene la tendencia de países y organismos extranjeros de ver en la República Dominicana la solución a un caso que parece sin desenlace.
En la carpeta de opciones de que disponen esos actores internacionales sobresale, primordialmente, nuestro país como punto focal hacia donde ellos deben encaminar sus esfuerzos para afrontar el descalabro de Haití que nosotros no produjimos.
Bien en foros multilaterales o en discusiones bilaterales con autoridades dominicanas, esos actores suelen explayarse en disquisiciones muchas veces baladíes antes de ir al grano y lanzar sobre la mesa la verdadera carta con la que quieren jugar.
Así, entre un ir y venir aparentemente sin sentido, el objetivo último es pretender que la República Dominicana se haga cargo de Haití, es decir, “la solución dominicana”.
Los gobiernos involucrados en esta conspiración, por una delicadeza más diplomática que sincera, suelen disfrazar el esfuerzo, pero al final es el mismo de años: nosotros en el centro de su desfachatez.
Ahora mismo asistimos a ese comportamiento de décadas. Por un lado, se nos echan encima organizaciones no gubernamentales (Amnistía Internacional, por ejemplo), que, si bien son entidades independientes de los Estados, se sabe que actúan como punta de lanza de gobiernos que las utilizan para chantajear y acusar por interpósita.
Por su parte, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que aun cuando tiene su propia personalidad, se monta en la misma narrativa para imputarnos un racismo que no ejercemos, solo para servir, por igual, a las mismas intenciones de doblegarnos.
Sin embargo, el disimulo que sí debe causarnos serias preocupaciones, es la presión que ejerce—aparentemente sin ejercerla—el Gobierno de los Estados Unidos.
¿Se inscribe en ese laborantismo la reciente llamada del secretario de Estado, Anthony Blinken, para “agradecer” al presidente Luis Abinader su apoyo para la evacuación de personal estadounidense en Haití? Puede que realmente ese fuera el interés. Pero recordando la historia recientísima de coacciones para el establecimiento de campos de refugiados, pasamos de la curiosidad al temor.
Por fortuna—y hasta que haya una variación en su firme determinación—el presidente Abinader está bien claro: no hay solución dominicana para la situación haitiana.