Es hasta cierto punto lógico que algunos atribuyan el fracaso del diálogo entre el Gobierno y la oposición venezolanos a una supuesta falta de liderazgo regional de la República Dominicana, pues ese argumento se puede usar políticamente contra los actores principales de la mediación, es decir, el presidente Danilo Medina y el canciller Miguel Vargas Maldonado.
Sin embargo, tanto el jefe del Estado como el canciller Vargas Maldonado, junto al expresidente Rodríguez Zapatero, hicieron los mayores esfuerzos para poner a las partes en la misma página, como lo demuestra la persistente convocatoria a los actores del conflicto para intentarlo reiteradamente.
El problema no fue la real o supuesta falta de liderazgo regional del presidente y su ministro de Relaciones Exteriores. Eso lo saben los detractores internos y externos de Danilo y Miguel, de quienes no dependía que el diálogo fuera fructífero.
Lo cierto es que el esfuerzo de mediación del Gobierno dominicano pudo empujar las negociaciones hasta el punto de tener listo el borrador final para ser firmado, lo cual no se produjo por la negativa de la delegación de la MUD (Mesa de la Unidad Democrática), un conglomerado que así como es multicolor también tiene múltiples intereses.
Lo único que aparentemente unifica esa amalgama es su oposición al chavismo. Pero ha decidido no participar en los comicios de abril próximo, pues no quiere negociación ni elecciones, sino golpe de Estado.
Los becerreros pueden vociferar todo lo que quieran en contra de la mediación dominicana, pero lo objetivo es decir que demasiado avanzó el esfuerzo del presidente Medina, teniendo en contra a factores poderosos que desde el principio—recuérdese el anterior intento de los expresidentes Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos—han torpedeado el diálogo, principalmente el Gobierno de Estados Unidos y sus alicates de Suramérica y México.
Aunque la oposición lo niegue, es obvio que ese grupo ha incidido poderosamente contra la viabilidad de un entendimiento, pues su apuesta es a que el Gobierno de Nicolás Maduro salte por medio de un estallido que posibilite el control posterior de las estructuras venezolanas y les permitan apoderarse, nuevamente, de los recursos naturales.
Si para eso fuese necesario el sacrificio de miles de vidas civiles, no habría problemas en provocar un baño de sangre, como ha sucedido en otras partes del mundo.
Lo más lamentable es saber que los dirigentes opositores que abortaron el diálogo atendiendo a esos elementos ajenos al conflicto venezolano, piensen que cobrarán una vez concluida la partida, cuando la realidad es que se trata de simples peones en un ajedrez geopolítico que tiene un nombre: Faja del Orinoco y sus reservas cuantificadas de 300,000 millones de barriles de petróleo.