La generación a la que pertenezco creció en medio del terrible período de la Guerra Fría con dos bloques disputándose la hegemonía del mundo en lo geográfico, ideológico y económico, una lucha en la cual fue difícil que ningún sector quedara liberado de asumir posiciones.
Como era lógico que sucediera, la prensa de alguna manera resultó arrastrada a la toma de posición conforme los intereses envueltos, pero aun así se cuidó de no ir más allá de lo prudente en la fijación de una línea clara.
En otras palabras, sólo estaba obligada a marcar terreno aquella prensa definidamente ideológica o ideologizada, no aquella comercial cuyos directores ponían la ética por sobre lo político y el bien común por arriba de lo económico.
Sin embargo, la situación de creciente radicalización que persiste en el mundo en los actuales momentos no se circunscribe a las posiciones políticas, sino que lamentablemente ha arrastrado a la prensa mundial, la cual ya no oculta su parcialización hacia un lado u otro.
Los grandes medios mundiales están trazando pautas hacia una degeneración del ejercicio periodístico, al extremo que las redes sociales–por demás una forma bastante irresponsable de ejercer la libertad de expresión–están ocupando de manera acelerada el espacio de la prensa convencional, justamente como consecuencia de la manipulación a la cual la gente está rehuyendo.
El periodismo tendencioso que, por ejemplo, se ejerce en los grandes medios de comunicación de los Estados Unidos, ha motivado que el presidente Donald Trump haya echado a un lado la forma tradicional y políticamente correcta de la Casa Blanca manejarse con los medios.
El señor Trump—que para mí no debe ser tomado como paradigma en nada, excepto en la creación de fortuna—inauguró, desde la campaña electoral que le llevó al Gobierno, una forma de interactuar con el público estadounidense y mundial que le ha dado resultado.
Como sabemos, Trump ha preferido lanzar sus ideas en horas de la madrugada a través de su cuenta en la red social Twitter, el canal por el cual los medios se sirven para poder cubrir la Casa Blanca, pues al magnate, al parecer, le apestan los periodistas.
¿Ha sido Trump un radical que anuló la interacción histórica de la Casa Blanca con los medios, o fueron estos los causantes de semejante actitud que a fin de cuentas a quien más afecta es al pueblo norteamericano?
Es obvio que, sin excusar enteramente al actual capataz estadounidense, un altísimo porcentaje de la culpa de su radicalización, además de su temperamento dictatorial, recae en los medios que junto a buena parte de la prensa mundial, vienen ejerciendo un periodismo manipulado, tendencioso y tóxico.