A nadie en su juicio cabal se le podía ocurrir que un proceso electoral en los Estados Unidos tuviera que definirse entre dos candidatos con limitaciones catastróficas que van desde un imputado por diversos delitos y otro con agotamientos físicos tan evidentes y dramáticos que ponen en juego las posibilidades de su partido.
Ese momento llegó. El expresidente Donald Trump está en plenitud de su capacidad cognitiva, enérgico, vital y desafiante, pero carga en su haber una cantidad impresionante de procesos, entre penales y civiles, uno de ellos ya con sentencia, además de las cuestiones de índole moral que acarrea.
El aspirante republicano quiere establecer algunas marcas en su lucha por volver a la Casa Blanca, como sería, por ejemplo, quebrar la tradición de que un gobernante que perdió la reelección se ausenta para siempre. Y ni qué decir de un candidato con una sentencia a cuestas.
Trump quiere ser un punto de inflexión en todo lo que concierne a la política estadounidense. De hecho, su elección en 2016 ya lo fue, al tirar por tierra la larga tradición de escoger a sus presidentes desde el Legislativo—preferiblemente el Senado—o desde las gobernaciones estatales.
El empresario trinquetero no había sido nada de eso ni otra cosa en el Gobierno.
Sin embargo, esos asuntos de profundo calado, que en otros pudieran ser obstáculos, para Trump se constituyen en elementos motivacionales que le empujan a continuar la pelea, porque en sí mismo es un peleador. Es su naturaleza y es parte de su combustible.
Desde esa perspectiva, a nadie en el Partido Republicano le ha pasado por la mente pedir a Trump bajarse de la contienda de noviembre, pues quien lo haga se expone a una de las despiadadas andanadas que suele arrojar el exmagnate inmobiliario.
Ocurre distinto en lo que respecta al presidente Joe Biden, contra quien llovieron las dudas de si está en condiciones físicas y cognitivas de afrontar las pesadas tareas del Gobierno.
Luego del desastroso performance de Biden durante el reciente debate, parecieron confirmarse las dudas, por lo que hasta los propios demócratas se llenaron de incertidumbre sobre su capacidad para continuar gobernando dentro de la complejidad actual.
Empero, los estadounidenses sostienen que su sistema es tan funcional que puede manejarse sólo con piloto automático, como el avión más moderno.