Las relaciones entre un hombre y una mujer fueron, desde los albores de la humanidad, una interacción no sujeta a peligro para ninguna de las partes, más allá de las derivadas de conflictos naturales o una que otra enfermedad transmisible.
Si cada uno de nosotros está hoy sobre la faz de la tierra se debe a esa relación normal en el reino animal al que pertenecemos. Ha habido desde siempre un tipo de relación hombre-mujer que no necesariamente tiene que terminar en un ayuntamiento carnal, pues todos—varones y hembras—tenemos cada día interacciones con el sexo opuesto en los lugares de trabajo, centros de estudios y todos los ambientes, sin necesariamente ser una relación interesada.
Sin embargo, las nuevas formas de ver las relaciones están conduciendo a un cambio o a la adopción de previsiones conducentes a evitarse problemas, ya que una acusación de acoso sexual puede—y ha sucedido ya en más de un lugar—hacer que un hombre inocente más allá de toda duda razonable, termine en la cárcel o en el descrédito total.
La cuestión está tan delicada que el acoso sexual puede considerarse el anatema social del siglo XXI, así como en su momento los fueron políticamente el comunismo, y más recientemente el narcotráfico, aunque se pudiera calificar esto de exageración o un tremendismo.
El más reciente protagonista de estas historias sonoras es Plácido Domingo, cuyas credenciales de personaje sobresaliente en el mundo de hoy no necesitan ser resaltadas.
Varias mujeres alegan que fueron víctimas de acoso o de comportamiento inapropiado del afamado tenor mundial, de quien, supuestamente, recibieron presiones de alguna manera para que terminaran en la cama con él.
El cantante argumenta que suponía que esas relaciones eran consensuadas. Y es aquí la índole peliaguda de la cuestión. Puede tratarse de que una relación sea de consenso, pero luego de alguna desavenencia, la dama se despacha con una denuncia por acoso, tras lo cual el caballero puede ir a prisión o al desprestigio definitivo. ¿Debemos mandar a guardar hasta los piropos inofensivos, la galantería caballerosa sin intenciones pecaminosas o una simple invitación a tomar un café? Parecería lo apropiado.
Ninguno está exento de que, 40 años después, una dama ya físicamente fuera de combate, se presente ante un oficial de la ley a denunciar que en aquellos lejanos días escolares o de juventud temprana recibió insinuaciones o algún tipo de inofensivo acercamiento por quien fue su compañero de curso.
Si el caballero ha adquirido alguna figuración pública puede darse por procesado y eventualmente carne de presidio o su carrera terminada o seriamente lesionada con consecuencias catastróficas para su prestigio y hasta de su familia.