El inicio de negociaciones directas en México entre representantes del gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y la oposición es una esperanzadora noticia. Aunque se trata del quinto proceso de esta naturaleza, se renuevan las esperanzas de lograr una salida negociada, democrática, soberana y aceptable a la crisis que mantiene en vilo a ese hermano país desde hace varios años. Se trata, por supuesto, de un asunto que solo debe involucrar a los venezolanos, y no a ninguna fuerza externa, como ha sido hasta el momento, teniendo a la vista la constante injerencia norteamericana y su guerra enconada contra el gobierno bolivariano que ha afectado notablemente el nivel de vida de los habitantes de esa laboriosa nación.
La delegación gubernamental está presidida por Jorge Rodríguez Gómez, presidente de la Asamblea Nacional, mientras que la opositora está encabezada por Gerardo Blyde Pérez, ex alcalde de Caracas. Sirven de testigos Marcelo Ebrard, canciller mexicano, y un representante del gobierno de Noruega.
Al hacer uso de la palabra, en el acto de firma del memorándum de entendimiento entre las partes, el representante opositor brindó una visión negativa de la realidad venezolana, a la que calificó como “la peor crisis de la historia”, sin mencionar siquiera que el bloqueo norteamericano, sus constantes agresiones, los planes de desestabilización interna y las campañas internacionales para aislar y privar a Venezuela de sus recursos, han sido factor determinante en el desencadenamiento de la crisis aludida. En respuesta, el delegado del gobierno bolivariano apuntó, de forma clara y concisa, que, aunque las negociaciones “… significan esperanzas de construir (un país) más allá de nuestras diferencias, Venezuela no trabaja bajo presiones externas y con nosotros no funcionan las amenazas”. Quedaban deslindados los enfoques y las posiciones.
La agenda de las negociaciones incluye los derechos políticos para todos; las garantías y el cronograma electoral; el levantamiento de las sanciones y la restauración del derecho a los activos; el respeto al estado constitucional de derecho; la convivencia política y social; la renuncia a la violencia y la reparación a las víctimas: la protección de la economía nacional y del pueblo venezolano, y finalmente, las garantías de implementación, seguimiento y verificación de lo acordado.
Es curioso que, en estas negociaciones, donde se acordarían eventualmente el levantamiento del bloqueo norteamericano contra Venezuela y el cese de todas las medidas adoptadas en su contra, la parte opositora, de oficio, está representando las posiciones norteamericanas. A confesión de partes, relevo de pruebas.
A pesar del optimismo reinante, y las esperanzas depositadas en esta quinta edición de las conversaciones, no podemos menos que recordar el anterior proceso negociador, llevado a cabo en República Dominicana, bajo los auspicios del entonces presidente Danilo Medina. En esa ocasión, tras arribarse a acuerdos positivos, aceptados por ambas partes, no se produjo la firma que hubiese consagrado la paz, debido a la negativa norteamericana a aceptarlos. Servilmente, los representantes de la oposición no asistieron a la ceremonia de firma pactada y se apresuraron a abandonar el país.
¿Será esta delegación opositora más independiente y patriótica que las anteriores o se limitará a cumplir los designios del imperio?
Esperemos que hayan aprendido las lecciones de la historia, y que sepan que ese gobierno al que adversan mantiene el apoyo de la mayoría de la población del país, como se ha evidenciado en las numerosas elecciones y referéndums que se le han sometido, y también cuando ha enfrentado, sin miedo, a todas las acciones desestabilizadoras violentas auspiciadas por Washington.
El futuro de Venezuela tiene que ser de paz, prosperidad y concordia. Depende solo de los venezolanos. La revolución bolivariana no es un capricho, ni una imposición: nace de las profundidades de las contradicciones de esa sociedad y de ese sistema. Surgió para garantizar la justicia social, la dignidad, la soberanía y la independencia de toda la nación, sin exclusiones ni privilegios. Tuvo que luchar duramente, y sigue luchando, por esas metas.
Que lo sepa la oposición venezolana. Que lo sepa Washington.
Ya lo sabe el mundo.