He manifestado en entregas anteriores que mi gran amigo y sacerdote Dr. Miguel Ángel Santana Marcano, inolvidable compañero cuando inicié mis estudios sacerdotales me facilita algunos datos importantes que por su valor e interés los utilizo en varios artículos que cada sábado produzco para este valioso periódico “elCaribe”, del cual fui uno de sus canillitas en Salcedo, mi pueblo natal, cuando el 14 de abril de 1948 salió por primera vez, este interesante medio de comunicación.
Últimamente me entregó uno titulado: ¿Qué es el secreto? parte del cual utilizo en la ilustración de esta entrega.
Desde el punto de vista profesional el secreto es la prohibición legal de difundir un aspecto conocido en el ejercicio de su profesión.
Conceptualmente el secreto es una verdad conocida por dos o más personas y que debe permanecer oculta para los demás, así tenemos que el Secreto Pontificio, es considerado como el más grave después de Sigilo Sacramental. El Secreto Pontificio abarca las causas mayores, y todo lo que el Papa graba con este secreto. Se considera como causas mayores la creación de una Diócesis y el nombramiento de los obispos. Quien difunde el Secreto Pontificio pierde la designación que ostenta y comete un pecado grave.
A nivel nacional e internacional encontramos documentos que contienen secretos valiosos e importantes como los siguientes:
I. La Trinitaria fue una sociedad secreta, creada el 16 de julio de 1838 por Juan Pablo Duarte y otros dominicanos con el objetivo de realizar acciones tendentes a independizar la parte Este de La Española de la ocupación haitiana y formar el Estado independiente que llamarían República Dominicana. El nombre La Trinitaria le fue puesto en honor a la Santísima Trinidad, Dios, Hijo y Espíritu Santo.
El Secreto de los Trinitarios estuvo sellado en el juramento que hacen sus miembros, el cual inserto a continuación:
“En nombre de la Santísima, Augustísima e Indivisible Trinidad de Dios Omnipotente, juro y prometo por mi Honor y mi conciencia, en manos de nuestro presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, vida y bienes a la separación definitiva del gobierno haitiano y a implantar una República libre e independiente de toda dominación extranjera que se denominará República Dominicana, la cual tendrá su pabellón tricolor en cuartos, encarnados y azules, atravesados por una cruz blanca. Mientras tanto seremos reconocidos los trinitarios con las palabras sacramentales: Dios, Patria y Libertad, así lo prometo ante Dios y el mundo, si tal hago, Dios me proteja; y de no, me lo tome en cuenta y mis consocios me castiguen el perjurio y la traición, si los vendo”.
II.- El Secreto en el Sacramento de la Penitencia, llamado también, de la Reconciliación y del Perdón y de la Confesión.
Es uno de los 7 Sacramentos más importantes de nuestra Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, porque a través del mismo se nos perdonan los pecados, en nombre del Señor. Son los obispos y sacerdotes, sucesores de los Apóstoles, quienes lo hacen en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El Confesor está obligado a mantener el sigilo o secreto sacramental bajo penas muy severas como es la excomunión, pecado que solo puede perdonar el Papa o los Obispos, previa autorización del Santo Padre.
Por la importancia que reviste el Secreto Sacramental debo consignar lo que para la Santa Madre Iglesia católica representa este secreto: Es el que surge de la Confesión Sacramental. El ministro que es el sacerdote está obligado al Sigilo Sacramental, los demás que tienen conocimiento de la confesión están obligados al Secreto Sacramental. Según la Congregación de la Doctrina de la Fe, quienes graban confesiones cometen el delito de excomunión latae sentenciae.
En la historia de la Iglesia católica, el Secreto de la Confesión se ha observado en forma absoluta y hay casos excepcionales que informan que las autoridades de un país europeo quisieron obligar a un confesor decir los pecados de un presunto delincuente, cuyo sacerdote se negó y al quererlo maltratar drásticamente se cortó la lengua para no poder hablar.
Me dicen que Trujillo pidió a un sacerdote confesor de Ramfis que le informara los pecados confesados por su hijo, a lo cual este sacerdote se negó rotundamente.
Las personas que hemos tenido la suerte de vivir más de tres décadas conocemos que la Virgen María se apareció a tres pastorcitos en Cova da Iria, Portugal, lo que se conoce como las apariciones de Nuestra Señora de Fátima, y les reveló tres secretos, dos de los cuales ya son conocidos, pero un tercero se mantiene guardado por orden del Papa Juan XXIII en el Vaticano.
El primer secreto: una visión del infierno.
Segundo: El inicio de la Segunda Guerra Mundial; y el tercero: el Papa Juan XXIII en 1960 lo abrió y lo leyó y dicen que la revelación aterró tanto al Papa que dispuso cerrarlo bajo llave y que jamás se hiciera de público conocimiento.
Se cree que este tercer secreto tiene que ver algo con el Santo Padre y su posible muerte a causa de un atentado contra su vida, y casualmente el 13 de mayo de 1981 el ciudadano turco Mehmet Alí Agca llegó a la Plaza de San Pedro, en Roma, para ver pasar al Papa Juan Pablo II con intención de asesinarlo y Agca le disparó varias veces, hiriéndolo de gravedad, quien milagrosamente se había salvado.
Posteriormente el Papa visitó a Agca, pidiendo a los fieles: “rezar por mi hermano a quien había perdonado sinceramente”. En esa ocasión, al final de su encuentro Agca besó el anillo del Sumo Pontífice, quien le pidió perdón porque había tratado de exterminarlo. Se dice que la respuesta del Papa a Agca fue “Pero te equivocaste de día”, queriendo decir que ese 13 de mayo había ocurrido la aparición de la Virgen de Fátima y todo parece indicar que ella lo protegió y salvó.
Los tres pastorcitos a quienes apareció la Virgen de Fátima fueron: Francisco Marto, quien falleció en Fátima en 1919, a los 11 años de edad; Jacinto Marto, quien falleció en Fátima en 1920, a los 10 años de edad; y Lucia Dos Santos, ingresó en Coimbra en un convento Carmelita y murió en el año 2005, a los 97 años de edad luego de una larga enfermedad, después de haber perdido los sentidos de la vista y del oído.