En pleno diciembre Eddy Montás, un niño de 9 años perdió la vida a manos de desaprensivos al quedar atrapado en medio de un intercambio de disparos mientras jugaba en el colmadón o en las cercanías del mismo.
Podemos privar en virtuosos y decir que, qué hacía en un colmadón pero lo cierto es que los McDonald, Taco Bell, Burger King de los barrios son los colmadones, carritos de comidas y bancas, ¿culpa de quién? Del Estado que no garantiza a los pobres que son la mayoría, las mismas condiciones de vida que disfrutan los más pudientes. Pero lo verdaderamente lamentable es, que al igual que la niña que falleció en circunstancias parecidas en el balcón de su casa mientras dibujaba nada más y nada menos que el Escudo Nacional, este caso pasase prácticamente desapercibido y que no alcance a convertirse ni siquiera en tendencia.
Peor aún el doble rasero con que la población en general responde a los casos según el estatus social es asqueante por decir lo menos, cuando falleció Leslie fue un escándalo de proporción tal que le costó el cargo al jefe de la policía y dio carnaza a las masas inclusos para crear teorías conspirativas, el mismo fin de semana otra embarazada murió en condiciones parecidas y ni el nombre es posible conseguir, por cierto estaba embaraza de un varón.
En plena pandemia mientras una niña fallecía porque su madre no pudo pagar el depósito y murió mientras era trasladada de la clínica al hospital, pero la tendencia fue la patada que un odontólogo le propinó a un perro, lo cual está mal, pero hay que ver cuáles son nuestras prioridades.
Eddie falleció y su muerte como otras crónicas pasa sin pena ni gloria, demostrándonos una vez más, que hasta en la muerte los pudientes valen más que los pobres abandonados de la suerte y que el abismo social entre pobres y ricos nos alcanza incluso en la forma en que respondemos a la peor de las tragedias: la muerte sin sentido de un infante.
¡Qué pena!.