En una reunión social entre amigas, me reclamaban con tono de molestia que todo encuentro dependía de mi agenda y si no aparecía era porque tenía la agenda llena. Mientras manejaba después de tal reproche, entré en modo reflexivo e interiorizaba porque mis días dependían de una agenda, una tan apretada que no había espacio para el descanso, la tranquilidad y la paz. No había espacio para priorizarme, caí en cuenta de que tenía, todavía en etapa de superación, el síndrome de la agenda llena.

La rapidez de la vida moderna, las expectativas sociales en los diferentes roles que nos toca transitar; la carrera, la maternidad, la vida en pareja, la vida en sociedad, nos hace vulnerables a no priorizarnos, el perfeccionismo de hacerlo todo bien tampoco es saludable, idealizamos ser multitasking y sumado a esto, una agenda llena de muchas responsabilidades, cumplir con un calendario, con horas específicas, que no deja tiempo al error, es como vivir con el botón de automático esclava de una agenda, mientras la vida nos pasa de compromiso en compromiso.

El síndrome de la agenda llena, está asociado a la hiper-productividad, solo somos productivos si no hay tiempo para el descanso, el aburrimiento es sinónimo de fracaso, creemos en el falso concepto de que el éxito depende de cuán llena esté la agenda; el ego juega un rol protagónico, se infla, te engaña, dándote una sensación superficial de importancia, y la humildad pasa a convertirse en un bien escaso.

Pero lo más peligroso es que nos hacemos autosabotaje, descuidamos la salud física, emocional y mental, porque no hay tiempo para nosotros en la agenda, en esa agenda propiedad nuestra, pero no estamos incluidas en ella. Cuántas veces hemos dicho que el día debería tener más de 24 horas, ¿porque las horas destinadas no alcanzan?, creo que todos en algún momento hemos pensado así, y estamos en un error. Las 24 horas son suficientes, si nos priorizamos, si priorizamos lo verdaderamente importante. Luego de una pérdida muy sentida, comencé poco a poco a entender que la vida es tan pasajera, breve e incierta, que no podemos permitir que una agenda llena nos despoje de verdaderamente vivirla.

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