Del desglosamiento de la parte capital de uno de los ensayos de Leopoldo Zea, intitulado “La filosofía americana como filosofía sin más”, puede pergeñarse que una vez consumado el descubrimiento de extraños territorios, acaso por obra del azar, surgieron en la nueva realidad grandes interrogantes prohijadas en las mentes de los conquistadores, colonizadores y hasta de los cristianos evangelizadores, cuyo contenido procuró respuestas convincentes en torno a la especie humana establecida en la consabida región por explorar y conocer a ciencia cierta.
En respuesta a tales preguntas, hubo pensadores, filósofos, juristas e incluso cristianos, entre ellos Antonello Gervi, Juan Ginés de Sepúlveda y Arnold Toynbee, que apriorísticamente infravaloraron la humanidad de los indígenas, tras considerárseles como aspirantes a serlos, o bien en proyecto o en potencia, y hasta osaron tratarlos como animales selváticos o parte de la flora y fauna.
A raíz de semejante tratamiento, a los indígenas se les denegó el derecho de acceder al verbo, logos o palabra, aunque dicha situación mutó ligeramente cuando el sacerdote de la orden de los dominicos, fray Bartolomé de las Casas, procuró demostrar que tales personas también eran hombres y mujeres, por cuya ignorancia jamás debía negárseles la cristiandad, a través de la evangelización.
Empero, huelga decir que durante el colonialismo ibérico similar esfuerzo resultó insuficiente, pues la discriminación contra el aborigen, mestizo y criollo nunca cesó, tanto en la vigencia de la escolástica como en el entroncamiento de la ilustración como nueva filosofía, ya que al sujeto latinoamericano igualmente se le denegó la plena humanidad en el iluminismo, ora por considerarlo incapaz para dar el salto cualitativo hacia el progreso o civilización, o por ser heredero de una cultura en retroceso.
Pese a los tratos discriminatorios, los hispanoamericanos pudieron armarse de la ideología enciclopedista, en aras de emprender las gestas independentistas contra el otrora imperio ibérico, proceso que debió traer consigo su emancipación mental de la metrópolis de antaño para que lograren soltarse las cadenas del colonialismo de datación centenaria, pero semejante tarea ostentó una dimensión tan ciclópea que resultó ser una realidad comparable con el archiconocido nudo gordiano de la mitología griega.
En busca de hacer tabla rasa de cualquier vestigio del colonialismo ibérico y de la escolástica, los criollos ilustrados pro república abrazaron el romanticismo y el positivismo, por cuanto preconizaban liberalismo, progreso y modernidad civilizadora, corrientes ideológica y educativa que habrían de formar el nuevo sujeto latinoamericano, moldeado bajo el arquetipo del hombre occidental.
Por partir de premisas falsas, el ideal de formar un nuevo ser iberoamericano, a imagen y semejanza del arquetipo europeo, sucumbió en corto tiempo, toda vez que este hombre o mujer prosiguió manifestando el espíritu propio de la época colonial, aunque después la dependencia socio-económica y política pasare al mando de otras naciones centrales, entre ellas su comparte angloamericana bajo los designios del destino manifiesto o doctrina Monroe.
De ahí quedó justificada con sobrada razón la tesis de Juan Bautista Alberdi, consistente en dejar fijado como verdad axiomática que el sujeto hispanoamericano siempre sería tal, por tanto, no cabría pretender que fuese inglés, francés, yanqui, alemán u holandés, pero semejante afirmación resultó infructuosa, pues concitó mayor fuerza el sueño de los criollos ilustrados.
Una vez situado en la modernidad del siglo XX, fue puesta en boga otra gran interrogante, a saber: ¿Existe una filosofía latinoamericana? Tal pregunta, quizás de orden retórico, socrático o heurístico, atribuida a Augusto Salazar Bondy, pensador de origen peruano, suscitó un debate en torno a semejante cuestionamiento, pero entre los filósofos de esta región cabe poner de resalto que Leopoldo Zea en la obra ensayística antes citada vino a responder la susodicha inquisición, cuyo contenido concitó hondo calado intelectual.
En apretadas síntesis, urge aseverar bajo las pautas orientativas de citado ensayista que hoy nadie se atreve a regatearle al ser panamericano el derecho de apropiarse del verbo, logos y palabra, ínsita en la cultura occidental, para así filosofar en torno a los problemas inquietantes de la gente de esta región, aunque sea desde una perspectiva ideológica, en tanto suele enarbolarse reflexiones que giran alrededor del orden socio-económico y político, lo cual dista mucho de la filosofía de antaño, cuyo armazón teórico procuraba crear leyes universales sobre cosmogonía, naturaleza y sociedad.