Nuestro país padece un déficit de pensadores o de pensamiento-país -desde cualquier perspectiva-, pues, prácticamente, desapareció aquella tradición que desde la fundación de la República -1844- supieron bosquejar o vislumbrar el destino nacional y sembrar la semilla que, luego, una pléyade de pensadores y hombres públicos no dejaron de surcar con ensayos, ya desde juiciosos textos, artículos, opúsculos, análisis, discursos o posturas públicas en el marco de contextos históricos de excepción: febrero de 1844, anexión a España 1861, reafirmación de nuestra independencia o Restauración -1863-65-, primera intervención norteamericana 1916, introspección sobre dictadura y tiranía -Santana-Trujillo-Lilis-, crítica a la segunda intervención norteamericana 1965 y valoración Guerra de Abril, crítica, resistencia y martirologio frente a la semi-dictadura balaguerista 1966-78. En fin, unos hechos históricos y unos hombres que defendieron y pensaron el país con sus acciones e ideas.

Hoy esa tradición patriótica y ensayística es una suerte de déficits de pensamiento que, desde Duarte, Bonó, Espaillat, Américo Lugo, Federico Henríquez Ureña, Peña Batlle; y décadas después, Bosch y Gaviño, Jiménez Grullón, Carlos Dore, Franklin Franco, Tolentino Dip, Orlando Martínez, Roberto Cassá, Federico Henríquez Gratereaux, Isis Duarte, Israel Cuello, entre otros, supieron continuar con aportes bibliográficos insuperables en la línea de pensar el país y prefigurar un mejor destino.

Por ello, creemos que con la desaparición física de don Federico Henríquez Gratereaux (1937-2024), el país ha quedado huérfano de pensadores críticos que a través del periodismo o del análisis de coyuntura o situacional exponían sus ideas y visiones sobre temas neurálgicos que supo externar “A todo pulmón” o sin miedo ni tapujos. Cierto que nos queda Roberto Cassá y su imborrable aporte historiográfico y su legado en la conservación, promoción y divulgación de nuestra memoria histórica. Pero don Federico Henríquez Gratereaux era una voz diaria que, por mucho tiempo, con enciclopédica cultura y ensayística sin igual nos ponía en la perspectiva de la reflexión sobre la encrucijada de un país atrapado en una cultura de avestruz y una idiosincrasia dicharachera o de gallera.

No obstante, nos quedan sus enjuiciados ensayos, artículos, opúsculos o la cartografía de un pensador agudo que supo, siempre, alertarnos sobre los peligros o desafíos que nos acechan y que no han desaparecido del todo. Están latentes.

Entonces, hay una deuda política, institucional e intelectual con don Federico Henríquez Gratereaux, a quien no tuve el privilegio de conocer personalmente, pero sí leer algunas de sus obras, abrevar en sus artículos-ensayos e intercambiar algunas ideas -claro, más bien escucharlo, pues ya se imaginarán el abismo cultural-. Gesto que llevó al colmo de la humildad y la deferencia de, aun enfermo, enviarme algunos de sus textos vía correo, más intercambios de escritos o cartas-mensajes de preocupaciones comunes sobre el país, la literatura y sus libros.

De veras, el país está en deuda, sin importar los cargos o distinciones que recibiera, con un ciudadano de la estatura ética e intelectual de don Federico Henríquez Gratereaux -ensayista, lingüista, escritor, periodista, historiador, novelista-. Y pienso, para cerrar, que al final no recibió el respeto y la consideración que sus aportes y honestidad intelectual merecía. Pero, ¿qué pedir de una clase política demasiado rupestre, con sus excepciones, y encima, miope? ¡Nada!

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