En un importante cambio en la comunicación de la Presidencia de la República hacia sus ciudadanos, desde hace un mes el presidente de la República realiza cada lunes LA Semanal con la Prensa, una fundamental conversación del jefe de Estado y de gobierno con la sociedad.
Sin condicionamiento de ningún tipo, en vivo, el presidente Luis Abinader introduce un relevante tema de la agenda semanal, y de inmediato entra en franca y abierta conversación con los representantes de los medios.
La grabación es transmitida a través de todas las redes de la Presidencia, donde queda en el aire para quienes no la vean en el momento de la transmisión (con importantes ahorros para el erario).
Los presidentes de la República, especialmente los de los 20 años de gobierno del PLD, no hablaban al país de manera periódica y frecuente, tan abierta.
En general la norma de nuestros presidentes ha sido el secretismo de los temas de estado, cuando no explicaciones y respuestas baladíes en los escasos momentos que se exponían a hablar a la prensa o en discursos cargados de retórica insustancial.
Los ciudadanos tienen el derecho a conocer en detalle cómo se administran sus jefes de estado, en qué basan sus políticas, cómo defienden o no el interés público, qué hacen y qué no hacen con asuntos que influyen en la condición de vida de todos y que determinan el futuro de la nación.
Ese tete a tete entre los periodistas y el presidente documenta al pueblo sobre lo que se está moviendo, y lo que no, lo cual es un signo de transparencia vital para los tiempos en que vivimos.
Esa conversación es especialmente importante cuando el país vive coyunturas críticas a consecuencia aún de la pandemia en todos los órdenes.
Cuando como el resto del mundo vivimos una adversa situación recesiva y de alta inflación a causa de la guerra en Ucrania, y la crispación con Haití que nos genera su desvío unilateral del río Dajabón-Masacre-Dajabón.
Buena esa conversación por el asalto de desinformación que se produce contra los ciudadanos, a los cuales se confunde con un aluvión de falsas noticias, y especulaciones de amarillismo desde las redes y desde la feroz competencia que se produce entre ellas y los medios.
Y se les confunde también desde el discurso catastrófico y negacionista de llamados líderes de oposición que se quedaron sin discurso tras dejar al país dos décadas de corrupción, impunidad y desguañangue institucional.
Y que viven cuestionando lo que (precisamente a ellos se debe) no resolvieron en 20 años de gobierno, y se les venden a los incautos como unos huevecitos acabados de poner.