La Habana, Cuba. Hubiera querido en esta entrega referirme al 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, en honor a los Mártires de Chicago, también referirme al nuevo aniversario de las relaciones diplomáticas entre Republica Dominicana y la República Popular China que se establecieron un primero de mayo hace cuatro años. Acogiendo una invitación del Partido Comunista de Cuba, participé, en la conmemoración del Día Internacional del Trabajo, que tradicionalmente este país lo celebra con una multitudinaria manifestación de trabajadores de los diferentes sectores de la vida nacional y un majestuoso desfile en la Plaza de la Revolución. Esto se había interrumpido por la terrible pandemia que ha afectado al mundo; este año se retoma, encabezado por el líder histórico de la Revolución cubana, Raúl Castro Ruz y el presidente Miguel Ángel Díaz Canel Bermúdez.
Para mí, una honra estar en este hermano país, acompañando al pueblo cubano en esta conmemoración, para también poner en circulación mi libro “Del Caribe a los Antípodas”, en el auditorio de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), este miércoles 4, a partir de las 3 de la tarde.
Pero hay un tema obligado y es la visita del presidente de Colombia Iván Duque a mi país, que a todas luces no fue una visita amistosa, rompiendo todos los parámetros de la diplomacia y evidentemente, con un solo propósito, el de utilizar la plataforma de Republica Dominicana para agredir a sus vecinos, la República Bolivariana de Venezuela y su presidente Nicolas Maduro.
No conforme con la permanente agresión que desde Colombia mantiene contra Venezuela. El, como discípulo fiel de Álvaro Uribe, que han llenado esa nación de bases militares norteamericanas, para tutelar y agredir sistemáticamente a Venezuela. No hay dudas de que su visita a nuestro país tenía ese único propósito. Es lamentable que los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado le hayan servido la mesa para que desde ahí lanzara todos sus dardos venenosos contra esta hermana nación.
Se desconoce públicamente cómo se produce esta invitación, pero no hay dudas, conociendo al joven presidente Luis Rodolfo Abinader Corona, que ha sido sorprendido en sus intenciones de una política de buena vecindad con todo el mundo.
En la larga historia de nuestra nación, pocas veces ha realizado una visita oficial al país, un presidente tan repudiado por los dominicanos como lo es Iván Duque, de Colombia. Su presencia e invitación fueron ampliamente rechazadas por la sociedad dominicana, al extremo de que un grupo de organizaciones políticas y sociales llamaron, no solo a boicotearlo, sino a darle el tratamiento de persona non grata.
El rechazo de los dominicanos al presidente Duque, y a quienes tuvieron la peregrina idea de invitarlo al país, tiene orígenes muy concretos: se trata de un títere de los Estados Unidos de Norteamérica y del sionismo israelí, que ha permitido el uso del territorio del pueblo colombiano para facilitar la agresión contra la Revolución Bolivariana de Venezuela; que ha reprimido las protestas de su pueblo asesinando, desapareciendo, descuartizando y sembrando los ríos de cadáveres; que utilizó lanzallamas contra el pueblo inerme; que permite la masacre de decenas de líderes sociales en su afán de frenar la historia; que sume a su propia gente en la más espantosa miseria.
La agenda de esta indeseable visita incluyó la firma de acuerdos entre ambos gobiernos, la imposición de condecoraciones y una conferencia de prensa. Este último detalle transparenta la verdadera intención de esta visita desafortunada: lavar el rostro ensangrentado de uno de los mayores lacayos del imperialismo norteamericano en la región, y probablemente, tratar de reciclarlo para ocupar algún cargo en alguna organización internacional donde podría continuar su lamentable trayectoria de servilismo y genuflexión.
Iván Duque no es respetable, y el pueblo dominicano lo sabe. Su visita, incluso, el honor de ser recibido por los presidentes de la Cámara de Diputados y el Senado, en gesto inusual, no puede interpretarse sino como el cumplimiento de una orden venida del exterior, que en nada favorece al gobierno del presidente Luis Abinader. Los dominicanos saben bien, y jamás olvidarán, la manera en que los Estados Unidos intervienen en los países para imponer su hegemonía. Demasiada sangre derramada por el pueblo dominicano lo atestigua. Fue una burla a nuestro pueblo que durante su estadía de 24 horas acudiese al Altar de la Patria y a la Feria del Libro: Duque no es un patriota, ni representa a lo mejor de su pueblo, no sería osado imaginar, que quien vive para servir intereses foráneos, promover agendas represivas y aplicar recetas neoliberales hambreadoras, se ubica en las antípodas de la ciencia, la lectura y la cultura.
En los momentos en que Duque mancillaba con su presencia a todos los símbolos de nuestra nación, en la suya tenían lugar audiencias abiertas de la Jurisdicción Especial para la Paz, donde nueve exmilitares reconocieron haber asesinado a numerosos campesinos como falsos positivos, para hacerlos pasar por guerrilleros, durante el gobierno de Álvaro Uribe, el amo del presidente colombiano. Mientras se intentaba lavar su imagen en nuestro país, se evidenciaba el horror de los más de 6,000 asesinatos de campesinos inocentes buscando presentar una victoria inexistente sobre la guerrilla.
Y por si fuese poco, en medio de este disparate diplomático que nos disminuye a los ojos del mundo y demerita al gobierno del presidente Abinader, el visitante indeseable se reunió con representantes de la contrarrevolución venezolana, abandonada por el propio gobierno norteamericano en sus afanes geopolíticos y hegemónicos, intentando darle un aire extra en su evidente caída definitiva. Para ello no tuvo, siquiera, el pudor de actuar como un visitante considerado y respetuoso, usando a nuestro país como plataforma de una jugada de consuelo, de evidente maniobra desesperada de un mandatario agónico, despreciado por su propio pueblo y derrotado definitivamente por la historia, que sus días están contados en la presidencia de Colombia.
Una lamentable visita, que solo deja el amargo recuerdo de una derrota para nuestra diplomacia y el fugaz paso por nuestra patria, de un incoloro genocida.
Ni que estuviésemos en tiempo de Trujillo.