Históricamente la República Dominicana ha permitido por demasiado tiempo una inmensa cuota de haitianos en situación de ilegalidad, la mayoría de los cuales ha recibido servicios gratuitos como atención médica y educación, ha conseguido empleos en diferentes sectores (construcción, hotelería, transporte, entre otros) y hasta obtiene el trato que no reciben muchos dominicanos.

La solidaridad con que Gobierno, empresariado, iglesias, fundaciones, particulares y en general, el pueblo dominicano ha colaborado con Haití, revela una paradoja: El país al que algunos llaman xenófobo y racista y hasta han sentado en el banquillo de los acusados con dicho argumento es justamente el país que más ha ayudado al vecino.

Haití es un Estado fallido, carente de institucionalidad, prácticamente inviable, constantemente amenazado por bandas armadas y hasta por fenómenos naturales y donde mueren millares de personas de enfermedades que en otros lugares del mundo ya están erradicadas. La mayoría de los haitianos tiene décadas viviendo en condiciones infrahumanas en su país y la comunidad internacional no ha tenido iniciativas sostenibles para lograr la reconstrucción de Haití en Haití.

Con todo lo que República Dominicana ha hecho debería ser altamente valorada por una comunidad internacional que no ha jugado su papel ni ha sido tan responsable como las circunstancias ameritan. Sin embargo, este país, que se ha dejado humillar en el pasado por grupos que necesitan justificar su sostén económico, es el culpable favorito de organizaciones y personas que atacan pero que no dedican ni una parte de sus recursos a trabajar por los haitianos en su territorio.

Si intentan tomar a República Dominicana de chivo expiatorio es porque en otras ocasiones les ha sido permitido. Como país hay que defender la soberanía y decir a los acusadores que ya está bueno de chantaje.

Es correcto jugar un papel protagónico en la transformación del vecino, pero dicho papel no se trata de encargarse de situaciones que por razones objetivas no se tiene la capacidad para resolver, sino de dejarle claro a la comunidad internacional que no hay solución dominicana para este problema y exigirle que asuma la responsabilidad que le toca con Haití. Y eso es exactamente lo que el Presidente Luis Abinader ha estado haciendo en todos los foros internacionales en los que ha tenido la oportunidad de tratar el tema, por lo que sus funcionarios, el sector privado, la sociedad civil, los partidos y el pueblo en general a una sola voz, sin banderas políticas, deben enfatizar esto mandando un mensaje soberanista de unidad nacional.

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