Ayer, Domingo de Ramos, inició la celebración de la Semana Santa, una fecha para conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, de acuerdo con los libros de la Biblia. Siempre tuve claro, aunque no me identifico con ninguna religión, que es un tiempo para reflexionar sobre lo que somos en vida y lo que estamos dando a nuestros semejantes, y para orar y pedir a nuestro Dios, al Dios de cada uno, por el bienestar del planeta.
Recuerdo, viviendo en el campo, que nuestros padres y abuelos siempre se preocupaban por enseñarnos el significado de la Semana Santa. Mi abuela materna, que era muy religiosa y devota de la congregación Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, nos enseñó a respetar la fecha y a ser temeroso de Dios.
Todo era tan estricto que nadie se atrevía a levantar la voz, ni hacer ruidos durante la conmemoración, sobre todo el Viernes Santo que era el día sagrado. Las personas apenas cruzaban palabras.
Nos decían que no se podían cortar frutos, ni árboles, porque sangraban. Tampoco bañarse en el río porque nos convertimos en pez, ni comer carne, porque era pecado. Y me cuenta mi mamá que hasta para hacer las tradicionales habichuelas con dulce, los ingredientes se preparaban o picaban días antes del Viernes Santo.
Con el paso de los años, la Semana Mayor se fue convirtiendo en una fecha para el entretenimiento, para un entretenimiento desenfrenado y loco, menos para reflexionar sobre la vida y organizarnos mejor.
No quiero decir que no existan grupos de personas que continúan realizando actividades religiosas de alabanzas, de recogimiento espiritual, de autoanálisis como personas, como ciudadanos desde sus hogares o asistiendo a los templos, claro que los hay.
No todo está perdido. Hay muchas personas que todavía creen en el orden divino y en que ciertamente hay un Dios Supremo que nos guía y nos da la luz cuando la necesitamos.
Esta Semana Santa llega en medio de mucho dolor y preocupación. Los dominicanos estamos viviendo uno de los duelos más terribles de nuestra historia reciente, con un saldo de muertes de 221 personas y 189 heridos, luego que el techo de la discoteca Jet Set, la más icónica de la ciudad de Santo Domingo, colapsara. Todos hemos llorado en silencio cada historia contada por sobrevivientes y afectados directamente por la tragedia.
El luto llegó sin esperarlo, en medio de lo que parecía una rebosante noche de alegría. Así es la vida, siempre prendada de un hilo, el cual no sabemos cuándo y dónde va a romperse.
El llamado a la cordura cae por sí solo en estas circunstancias. Evitemos los excesos en estos días de asueto, seamos más conscientes y respetuosos de nuestros actos, contribuyamos con el orden, y seamos más empáticos y solidarios.
Esta Semana Santa debe servirnos para reflexionar sobre todo lo que está pasando a nuestro alrededor y en el mundo, porque no somos los únicos que estamos sufriendo. Esta vez, lastimosamente, nos tocó.
Otras naciones padecen los embates de guerras irracionales, sin ningún sentido, donde cada día muere gente inocente; accidentes que no tienen explicación apagando vidas en el camino, y disputas entre fuerzas de poder para controlar el mundo. Qué Dios se apiade y nos dé entendimiento y esperanzas para continuar trillando el camino de la vida. ¡Amén!