A todos nos resultó una sorpresa la autorización para que un grupo de ciudadanos haitianos y grupo de dominicanos, que no necesariamente apoyan la fusión, pero pretenden una migración todavía mayor que la que tenemos, complicada, ya no sólo con haitianos sino también con venezolanos, protestaran frente a un símbolo patrio.
Respeto el derecho a protestar que tenemos todos, pero haberlo hecho frente el Altar de la Patria, más que una protesta, fue una provocación y olvidar que precisamente en ese lugar se dio el trabucazo que puso fin a veintidós años de ocupación cruel, donde se asesinó, se violaron las dominicanas y se robó sin límites.
Los organismos internacionales, especialmente la Comisión Internacional de los Derechos Humanos, han arreciado sus irrazonables exigencias contra una nación que no puede cargar con la culpa de lo que Francia hizo contra una de sus colonias más ricas.
Esta actitud, como la del permiso temerario, lo que hace es exacerbar más los ánimos entre las dos naciones. No contribuye en absoluto a la paz y las buenas relaciones comerciales y políticas que deben existir entre vecinos.
El Gobierno ha hecho importantes esfuerzos en otorgar la ciudadanía a los haitianos que tengan, de acuerdo a nuestras leyes, el derecho de optar por esta y por igual de todos aquellos extranjeros que se encuentren en nuestro país en situación irregular. Nada diferente a lo que hacen otros países.
Mientras los haitianos pasan por nuestras fronteras con limitado control, los dominicanos debemos tener visa para poder entrar a su territorio. Vaya ironía.
En el 2013, por Decreto Presidencial No. 327, se puso en ejecución el Plan de Regulación de Extranjeros en situación irregular migratoria en la República Dominicana. Se regularizaron 288,000 extranjeros, principalmente ciudadanos de la República de Haití. A su vez, Haití asumió un compromiso de hacer lo mismo con los ciudadanos en su país, lo cual no cumplió ni preocupó a la comunidad internacional, que monitorean constantemente lo que hace nuestro gobierno, pero se comportan de forma indiferente frente a lo que sucede en el vecino país.
Las constantes confrontaciones, cerrando mercados, actos de violencia cometidos por ciudadanos haitianos en nuestro país y permisos como estos frente a símbolos patrios, lo que hacen es crearle, sin necesidad, problemas al Gobierno, ya que una de las exigencias del Movimiento Verde es precisamente el control de la migración haitiana.
El libro de Manuel Núñez “La autodestrucción”, habla de un camino, que de seguir las tendencias de los hechos actuales, llevará a la disolución que ya de alguna forma se manifiesta en nuestro país por la enorme injerencia y presencia de ciudadanos haitianos.
Podría decir que no concuerdo con algunos de los juicios de Núñez, no creo en los radicalismos, pero sí es cierto que muchos guardan un silencio preocupante, ya sea por temor a las presiones internacionales o por intereses económicos.
Es mucho lo que se ha hablado de un muro entre las dos naciones. De hecho, los muros están de moda porque ha sido una de las promesas electorales del presidente Donald Trump con relación a la migración mexicana hacia el país del norte.
Me pregunto si un muro entre nuestras dos naciones solucionaría el problema. Tengo un gran vecino al que aprecio mucho y entre nuestras casas hay una verja y eso no ha impedido que compartamos alegrías y tristezas, que mantengamos una amistad sincera.
Posiblemente, si al muro le llamáramos verja, quitaríamos la impresión de agresión y más bien estaríamos delimitando nuestros territorios para mejor control de ambas naciones, porque sin duda, es Haití el principal beneficiario de esa verja, ya que podrán controlar sus aduanas y mejorar sus ingresos por esa vía.
Nuestras autoridades y las élites del país tienen que entender que estamos frente a un problema que puede salirse de las manos, que entre ambas naciones existen costumbres diferentes, resentimientos de ambas partes y que los organismos internacionales y las potencias deben estar claros que la época del colonialismo terminó y que tenemos el derecho como nación de determinar lo que queremos y además no existe razón alguna para cargar con el peso de un estado fallido.
Ahora que ha salido la MINUSTAH debemos proteger más nuestra frontera, porque aún cuando entendieron que dejaron un Estado organizado, más bien se cansaron de no lograr sus objetivos y todavía, reconociendo que Haití ha mejorado su infraestructura luego del terremoto del 2010, los millones que se anunciaron parece que nunca llegaron, por desconfianza en el manejo de los mismos o se perdieron en los tentáculos de la corrupción.
La solución de Haití no es emigrar a otras naciones, ese experimento ha quedado demostrado que ha sido un fracaso. La solución de convertir Haití en una provincia dominicana tampoco resuelve el problema, lo magnifica, es sumar más pobreza a nuestra nación y reducir más el salario fruto de mano de obra barata y terminaría por quebrar la paz de la isla.
Muchas veces lo he dicho y lo repito de nuevo, la responsabilidad de la solución a un Estado fallido es que las naciones desarrolladas, empezando por Francia, establezcan una especie de protectorado por cincuenta años para organizar y desarrollar a una nación que tiene potencialidades turísticas y mineras y crear zonas francas, aprovechando el gran desempleo y los bajos salarios. Podemos ser socios, promover empleos conjuntos, desarrollar la zona fronteriza, pero en ningún momento ser la única solución, ya que estaríamos adicionando problemas a los nuestros, agregando un problema tan desestabilizante como lo es el tema haitiano.