Sin rigor científico alguno que lo acompañe, tengo el convencimiento de que el ser “motorita” es una condición mental de la que el sujeto no puede sustraerse espontáneamente, que condiciona su actuar y la manera de ver el universo que le rodea. Por eso, el que aprendió en un motor, aunque conduzca una nave interplanetaria, condiciona su forma de “manejal” a sus elementales esquemas primarios. El título del artículo es el grito de guerra y el lema, de los motoristas organizados. El “primero yo”, anunciar una barrabasada con un pitico de bocina de motor, les hace sentir una forma de “montro” capaz de todo lo imaginable y más allá. Cuando el conductor de motores, por sus esfuerzos o la razón que sea, logra montarse en un Sonata, actúa de la forma típica, de moverse en esos artefactos sur coreanos, que han inundado las calles dominicanas, “amplía sus horizontes” y multiplica al infinito los riesgos ciudadanos para los “otros”. Cabe “pol toa palte”, puede cambiar su rumbo bruscamente “asigun le de la gana” sin consecuencias ¿? Tipo minibús acorazado con cuernos de tubos, traseros y delanteros, con ñapas laterales. Lo mismo con los “guagüeros”, conductores de minibuses, que, habiendo aprendido en motocicletas, se convierten en verdaderos terroristas de estos bólidos con ruedas, que suelen seguir al poderoso brazo del “pícher”, quien le grita: “entra”, cosa que precede a un giro mortal temerario.
Condicionados los actos de motorista, una condición colectiva digna de estudia por un sociólogo, se cree inmortal e inmune a impactos, aunque realice piruetas inverosímiles a bordo de ese transporte de dos ruedas que precisa de equilibrios puntuales. Si a todo esto sumamos la presencia de haitianos de escasa habilidad con el motor, 3 “pitises” encima de él, su imposibilidad para leer letreros y sin leve idea de lo que son leyes y reglamentos reguladores del tránsito, añadimos una carga explosiva al inflamable diario vivir del tránsito. Aunque sean ellos los motorizados, autores del acto desaprensivo, expresan: “¿qué vamo’asé”, confiando en que el otro, prefiere pagar la cuota de extorsión, a verse en las garras judiciales criollas y contando con a la vez, el “apoyo” de los agentes del tránsito. El conductor privado tiene las de perder en cualquiera circunstancia que impacte o sea golpeado por un “padre de familia” de estos kamikases motorizados, desnaturalizando el principio de que todos somos iguales ante la ley, según consignan todas las Constituciones. Mentiras, los motoristas son ciudadanos privilegiados con derechos no consignados en la Ley y nos lo hacen sentir. Si un impacto con un motor ocurriese o se simulase y este resulta “lesionado, “el diablo se lleva” entre las mandíbulas al conductor del vehículo de. 4 o más ruedas.
El infinito viacrucis a sufrir supera toda imaginación posible. Si llevas el “herido” a un hospital, el policía de la emergencia se gana una propina por llamar a un abogado que inmediatamente asume el caso…. Y se lo “compra” por un valor que dependerá de las posibilidades económicas del “agresor”.