Seamos realistas. ¿Es posible con lo que ha venido sucediendo desde hace tiempo un diálogo o un entendimiento en Venezuela? Por supuesto que no, y así lo ha entendido la comunidad internacional, a despecho del intento de cuatro expresidentes, incluyendo a Leonel Fernández, de sabotear los esfuerzos por preservar allí los débiles vestigios de libertad que el domingo sucumbieron de forma brutal y definitiva.
¿Qué buscan realmente el señor Fernández y sus colegas de Colombia, Ernesto Samper, a quien despojaron del visado estadounidense en pleno ejercicio de la presidencia; el español Rodríguez Zapatero y el panameño Martín Torrijos? La preservación de los valores de una tradición democrática que el chavismo cercenó? Obviamente no, porque callaron ante el encarcelamiento de dirigentes de oposición y la clausura de la Asamblea Nacional, apenas el régimen perdió su control sobre ella. ¿Lo hacen para preservar vigencia internacional? Probablemente, porque, a excepción del dominicano, ninguno tiene posibilidad de recuperar la presidencia, por lo menos legalmente. En el caso del señor Fernández, valga la salvedad, el peso de su gestión en el ámbito moral le hará difícil el esfuerzo, a pesar de su obstinación por un cargo que ya ha ejercido tres veces, sin más brillo que los expedientes que los medios han recreado sin fortuna alguna.
Lo que vale discutirse en tan enojoso escenario, es si el concepto de democracia que esos expresidentes esgrimen, se corresponden con los valores reales de un sistema que garantiza el estado de derecho y las libertades públicas, o si la llamada Carta Democrática de la OEA cuya implementación en el conflicto venezolano su mediación ha obstaculizado, es para ello un guardián de los derechos y libertades ciudadanas, o simplemente un refugio para dictaduras como la de Chávez y Maduro y la que estrangula al pueblo cubano desde 1959.