Sabíamos que el 2020 podría ser un año de cambios políticos en nuestro país, con elecciones municipales, presidenciales y congresuales en cartel, pero nadie jamás sospechó que el inicio de esta nueva década, para la cual no hubo ninguno de los abundantes augurios y alarmas que hubo al arribar el milenio, trastornaría al mundo de la forma que lo ha hecho por un coronavirus que se convirtió en pandemia.
De repente de la manera más ruda aprendimos que la tan venerada globalización no solo servía para acortar las distancias y permitir la libre transferencia de personas, bienes y servicios entre los lugares más remotos, sino que también hacía imposible que lo que sucediera en el lugar más apartado no afectara al resto de este interconectado mundo. En este raro año que es difícil medir en tiempo, pues a veces parece interminable y otras que llegó a su fin sin haberlo vivido, hemos recibido muchas lecciones que deberían servirnos para extraer algo bueno de la desgracia y tratar de no repetir los mismos errores.
Los fabulosos años de bonanza económica que tanto publicitaron las anteriores autoridades, no solo no fueron aprovechados de forma sensata para guardar pan para mayo, sino que peor aún en gran medida ese crecimiento no fue utilizado para realizar las mejoras indispensables en servicios esenciales tales como la salud y la energía, ni para impactar significativamente en la reducción de la pobreza.
La pandemia ha sido una fuerte comprobación de realidades que nos hizo constatar que estábamos a leguas de ser una República Digital como nos habían anunciado, y que por más loable que fuera hablar de dotar de computadoras portátiles a todos los estudiantes de las escuelas públicas, esto se estrella con la penosa situación de que los apagones eléctricos aún siguen generándonos atraso. También nos ha hecho comprobar cuán profunda es la diferencia entre una parte de la educación privada y el resto, y enfrentar la triste consecuencia de que el costo de la pandemia en rezago educativo ahondará aún más este desfase. Igualmente, que tenemos un sistema de salud con muchas deficiencias, las cuales no se resuelven únicamente a golpe de construir o remodelar hospitales, máxime si se hace con un sentido de enriquecer ilícitamente a algunos y no de eficiencia, calidad y oportunidad, sino de tener también los recursos humanos idóneos en todas las áreas para garantizar adecuados servicios.
De una extraña manera nos han recordado que habíamos hecho muchas cosas mal, que somos menos fuertes de lo que creíamos y que haber desperdiciado recursos en gastos innecesarios y corrupción hoy nos pasa factura. Lamentablemente por no haber hecho lo requerido cuando las cosas andaban bien, se nos hará más difícil salir de la crisis y aún más desafiante superar el subdesarrollo.
La coincidencia de esta catástrofe mundial con la elección de nuevas autoridades en el país ha sido un elemento a favor, que da luz en medio del panorama sombrío, como también el hecho de que la confianza y la credibilidad en estas se haya fortalecido.
Ahora bien, si satisfacer expectativas humanas no es tarea fácil, en las actuales circunstancias todavía peor, por lo que más que nunca es importante lograr que todos los funcionarios empujen en una misma dirección. Por múltiples razones este año de pérdidas, de tristezas, de sorpresas, de confinamiento, nos ha recordado lo que es fundamental y lo que no, nos ha hecho apreciar en su justo valor muchas cosas, y nos sacó en cara cuán poco previsores fuimos, y cuán frágiles somos. Este será un año que querremos olvidar, pero paradójicamente será un año que todos recordaremos, pero ojalá no solo por la adversidad que trajo y porque nos obligó a cambiar la forma en que vivíamos, sino porque deje la lección de que jamás podemos volver a permitir que unos cuantos se enriquezcan impunemente a costa de aniquilar el porvenir de tantos.