“El gran hombre, ya lo consideremos en la máxima autoridad de su obra o en el equilibrio reposado de sus fuerzas, es poderoso, indeliberada y abandonadamente poderoso, pero no anhela el poder. Lo que anhela es la realización de lo que lleva en el pecho; la encarnación del espíritu”.
MARTIN BUBER
Los sucesos de los últimos días, no redujeron las presiones norteamericanas sobre Balaguer. A finales de noviembre, la posición del Presidente tendía a hacerse cada vez más débil. El período de euforia y luna de miel con la oposición que siguió a la acción militar del domingo 19, se había esfumado muy pronto.
Cada vez más interesado en evitar una crisis, que conllevara una pérdida del control de los acontecimientos en la república caribeña, Kennedy envió al que estimaba como el más capacitado de sus asesores para lidiar en los intrincados vericuetos de la política dominicana: el secretario auxiliar adjunto para Asuntos Latinoamericanos, Arturo Morales Carrión. La llegada del enviado norteamericano coincidió con una nueva explosión de descontento y aprestos de una huelga general, organizada por Unión Cívica. Morales Carrión estableció de inmediato contacto con los líderes nacionales. Estas primeras reuniones vendrían a confirmarle cuán difícil resultaría su labor.
La primera de las visitas a Balaguer tuvo lugar en el Palacio Nacional, en medio de una atmósfera tensa. Un enorme retrato del Generalísimo repleto de medallas, protegía al Presidente casi directamente detrás de su escritorio. “Mi misión era explicarle a Balaguer cómo podíamos mover la situación hacia una solución democrática”, diría Morales Carrión. Balaguer escuchó tranquilamente al enviado de Kennedy, sin formular compromiso. Su actitud fue de reserva, recordó Morales Carrión. “No fue una actitud de mandarme al infierno, pero sí de reserva”. El Presidente no quería indisponerse con Kennedy pero entendía que las salidas planteadas no lo tomaban en cuenta a él y a su gente.
Trujillo había sido asesinado seis meses antes y su hijo y hermanos fueron obligados a abandonar el país. Las estatuas y bustos del dictador eran destruidas en todas partes, las escuelas, parques, avenidas, puentes, pueblos y provincias bautizados con sus nombres recobraban sus antiguas denominaciones. Pero una de las oficinas del hombre que aún regía el país, con el apoyo de las Fuerzas Armadas, seguía adornada con la imagen del tirano. En las frecuentes visitas que le haría al Palacio Nacional entre finales de noviembre y las primeras semanas de diciembre, Morales Carrión sentiría sobre sí, como intimidándole, la severa mirada de la figura del cuadro. Como una especie de irónica evidencia de las peculiaridades de la política dominicana, el dictador parecía aún vigilante.
A despecho de sus esfuerzos por acelerar el proceso denominado de destrujillización, Balaguer se encontraba atrapado en su pasado trujillista. El enviado de Kennedy no podía ignorar el significado que ellos tenían. Después de todo Trujillo los estaba “mirando desde el retrato”.
Los reparos de Balaguer estaban relacionados con su propia suerte. La intención del Presidente era que Estados Unidos y la OEA dejasen todo en sus manos, que se redujeran las presiones, para él poder moverse con más posibilidades de éxito, y se levantaran las sanciones. “El problema era que la OEA no levantaba las sanciones si no había una demostración de que el país se movía hacia la democracia”, explicó el enviado norteamericano. Balaguer insistía en que se trataba de un problema dominicano que debían resolver y afrontar los dominicanos. Las sanciones eran un obstáculo.
Balaguer tenía recelo de la Unión Cívica, según pudo comprobar de inmediato el funcionario norteamericano. Pero también parecía sentirlo de Bosch. Le preocupaba, sobre todo, la posibilidad de que el PRD “fuera a ganar mucha fuerza”. La impresión que de éstos contactos iniciales con Balaguer extrajo Morales Carrión, era de que ya, en esos tiempos, el Presidente pensaba en la formación de su propio grupo, un partido que sustentara sus deseos de permanecer en el poder, o recobrarlo algún día.
La formación de un gobierno de coalición, podía restarle el tiempo que él necesitaba para reorganizarse para los tiempos difíciles y cruciales que se avecinaban. La figura pictórica del Benefactor que dominaba su oficina, era evidencia inequívoca de que “la sombra de Trujillo” seguía detrás de él.
Haciendo un análisis retrospectivo de esos días, Morales Carrión me dijo en la entrevista de todo un día que sostuviéramos para este libro, que finalmente ambos –Balaguer y él- llegaron a comprender años después la posición del uno y del otro. “El problema que había con Balaguer era el lastre”. Sin embargo, para entonces la gente que sabía o podía gobernar “eran los trujillistas”. Fiallo, con toda su buena voluntad, “no sabía el ABC de gobernar”. Bosch “era un cuentista muy renombrado que estaba tratando de organizar un partido político pero no sabía tampoco mucho de gobierno y parecía desvinculado del país” y necesitaba, además, tiempo para proyectar su personalidad. Los hombres más duchos para la tarea de regir a la nación, estaban marcados por su pasado trujillista. De todas formas eran 31 años.
Muy pronto se puso de manifiesto, la dificultad para conciliar a las parejas rivales. La UCN se negaba insistentemente a pactar con Balaguer. Para los círculos dirigentes de la organización, provenientes de la clase alta, Balaguer era un obstáculo al cual se debía eliminar sin contemplaciones. El PRD de Bosch no era en la época todavía lo suficientemente fuerte como para formar un gobierno por sí mismo y sus diferencias con la UCN probablemente tenían una magnitud mayor que sus desacuerdos con el Presidente.
Estaba en el otro extremo el Catorce de Junio. Formada por jóvenes intelectuales inclinados a reformas radicales, esta organización no inspiraba confianza a los norteamericanos. Washington, anota en su libro Gleijeses, lo creía “contaminado por la enfermedad castrista”. John Barthlow Martín, representante de Kennedy, llegaría también a conclusiones muy rígidas con respecto a los propósitos de éstos jóvenes. Después de una entrevista con uno de sus dirigentes –Alfredo Manzano Bonilla- Martín tuvo la impresión de haber conocido por fin “a uno de la nueva generación dominicana orientado hacia Moscú”, según relata en su libro El Destino Dominicano (Overtaken by Events). Difícilmente los Estados Unidos aceptarían un gobierno orientado por el Catorce de Junio.
Respecto del PRD no parecía factible un entendimiento de tipo político con la UCN capaz de aumentar la presión contra el nuevo binomio Balaguer-Rodríguez Echavarría. Bosch estaba decidido a mantener a toda costa la consigna de “nada de unidad”. Esta política, explicaba detalladamente luego en Crisis de la Democracia, tenía como propósito preservar la identidad del PRD, para no perder “la fisonomía de partido democrático de masas” y eludir, por supuesto, compromisos con grupos a los cuales desde ya se oponía fervientemente.
Los temores de Bosch estaban fundados en la posibilidad de que la UCN alcanzara el poder “antes de convertirse en partido político”. Si esto ocurría “no habría cambios sustanciales en las estructuras dominicanas”.
Bosch actuaba bajo la creencia de que los grupos de “primera” agrupados en la Unión Cívica estaban motivados por una necesidad irrefrenable de darse a sí mismos una sustentación de tipo económica. En términos prácticos esto equivalía a una repartición de la herencia de Trujillo. También estaba convencido de la infiltración comunista en las filas de la UCN. Para estos, escribió en Crisis de la Democracia, la conquista del poder “aunque fuera para ellos en forma parcial, era una garantía de que su movimiento no sería desbandado y perseguido”.
Entre tanto, la efervescencia política y la lucha soterrada por el poder degeneraron en una creciente agitación por momentos superior a la capacidad de las autoridades para reprimirla. El Presidente había apelado al concurso de todos los líderes nacionales en la búsqueda de un arreglo dirigido a aplacar estos desmanes. En su discurso del 24 de noviembre había advertido: “Ahora mismo, en los momentos en que os dirijo la palabra, la capital de la República se halla invadida por las turbas que se dedican al pillaje y siembran la consternación en todos los hogares”. El desorden comenzó con el asalto a las residencias de la familia Trujillo y de sus allegados. Sin embargo, Balaguer advertía que de no refrenarse a tiempo, esos desmanes se volverían contra todo el mundo. ”El próximo ensayo será inevitablemente contra la de todos porque lo que se ha predicado a las turbas enloquecidas es el reparto de todos los bienes y la abolición de la propiedad privada”.
Consciente de la precariedad de su posición, Balaguer veía en la negociación una posibilidad de ganar tiempo, indispensable para su propia supervivencia, tanto política como física. Los gritos de las multitudes en todas partes estaban llenos de epítetos insultantes y amenazas contra su vida. Pero parecía poco probable que él figurara en los planes de otras organizaciones. Una vez ido Ramfis y desmantelado el aparato trujillista, su presencia resultaba contraproducente e innecesaria. Su llamamiento a la concordia y a la unión “en un solo frente” para superar “nuestras diferencias impidiendo que se malogre esta hermosa empresa reivindicadora en que nos hallamos empeñados”, apenas sería tomada en cuenta.
El panorama parecía desalentador y poco favorable a un acuerdo. Bosch descartaba un arreglo con la UCN. Este último grupo, en su opinión, no deseaba un arreglo sino el poder para sí mismo, para las castas de “primera” agrupadas en él. La UCN, por su parte, desestimaba a Balaguer y éste sólo parecía contar con el apoyo del general Rodríguez Echavarría, cuya popularidad iba en descenso vertiginoso. “! Echavarría asesino!”, era el grito más común de los manifestantes en las calles.
La preocupación no era tan solo de Balaguer. En Washington, el Departamento de Estado veía escaparse una excelente oportunidad de una salida democrática y pacífica. Sus cartas más valiosas parecían estar en la Unión Cívica. Morales Carrión y el cónsul Hill habían sostenido varias reuniones dramáticas con dirigentes de la UCN, en esfuerzos desesperados para evitar la huelga general. La idea se resumía en la integración de un gobierno provisional encabezado por Balaguer que permitiera en un plazo adecuado la celebración de elecciones generales auténticas, por primera vez en más de tres décadas. Esta fórmula le evitaría al país dolores innecesarios y ahuyentaría el fantasma de la guerra civil y, por supuesto, del comunismo. La presencia inanimada de éste fantasma parecía dominar todas las iniciativas políticas en esos días febriles de finales de noviembre y comienzos de diciembre.
La inquietud norteamericana no radicaba únicamente en la posibilidad de que un fracaso de las gestiones condujeran a una nueva dictadura, encabezada por Rodríguez Echavarría, cuyo poder parecía en aumento, y que esto a su vez llevara a una confrontación de magnitudes impredecibles. En los últimos días, el sentimiento pro-norteamericano que había seguido a la determinante participación estadounidense en el derrumbamiento de las últimas murallas del trujillismo, estaban dando paso a exaltadas manifestaciones callejeras de anti-yankismo. Washington temía que un giro imprevisto de los acontecimientos, fuera de su control, pudiera llevar a fórmulas contrarias a sus intereses en la zona.
Para entonces Morales Carrión y Hill se habían empeñado en convencer a la UCN de la inconveniencia de la huelga. Los cívicos empecinados en no negociar con Balaguer resistieron tales presiones. De pronto, los Estados Unidos, que apenas semanas antes parecían en dominio de la situación, se encontraron enfrentados a una lucha por el poder, sin salidas visibles. Cleijeses describe los sinsabores norteamericanos en esos días de crisis: “El prestigio ganado durante la crisis de los tíos malvados empezaba a diluirse. Todavía había barcos de guerra norteamericanos anclados frente a las costas dominicanas. Aplaudidos sólo unas semanas antes, se los veía como una presencia hostil. Los Estados Unidos, se decía, respaldaban a Balaguer, y sus buques estaban allí –a la vista de las costas- como prueba de ese apoyo”.
Sin embargo, Bosch sostenía que desde el mismo domingo 19, y a despecho del respaldo que había brindado a Balaguer, el propósito de la UCN era sacar a éste del poder. “La representación norteamericana trabajaba abiertamente en esa dirección”, escribiría más tarde. Bosch deploraba la intimidad surgida entre los principales líderes de Unión Cívica y la embajada de Estados Unidos.
“Tres o cuatro veces, unas Morales Carrión y otras el cónsul general señor Hill, me invitaron a comer, y en todas las oportunidades en que fui vi llegar a varios de esos dirigentes cívicos, que entraban allí sin previo aviso y hacían tertulia como si estuvieran en su casa”, diría Bosch.
En el fondo, lo que dificultaba un acuerdo eran de hecho las abismales diferencias ideológicas que caracterizaban el cuadro político dominicano. Mientras la UCN persistía en su demanda de una salida inmediata de Balaguer, con el cual se mostraba renuente a negociar, y el Catorce de Junio se inclinaba a soluciones de carácter radical, el PRD insistía en una solución distinta. En Crisis de la Democracia, Bosch lo definiría años después: “El país necesitaba una revolución para situarse por lo menos en el Siglo XX; no una revolución a la cubana de Fidel Castro, pero sí una a la cubana de Grau San Martín; una revolución que nos permitiera avanzar en pocos meses siquiera al punto que había alcanzado Venezuela en 1945, hubiera sido casi un sueño”.
En tales circunstancias no resultaba fácil encontrar puntos de coincidencia para sacar al país de su empantanamiento político. Así las cosas, quedaban muchas horas de espanto e incertidumbre. En el ínterin, las calles cedían el empuje del caos y el desorden amenazaba con apoderarse de todo.
Las credenciales de Morales Carrión como mediador estaban avaladas por su profundo conocimiento de la realidad dominicana y sus vínculos estrechos con figuras nacionales. Algunas experiencias personales vendrían a serle de enorme utilidad en su tarea. Virgilio Díaz Ordóñez, embajador ante la OEA y diplomático que había servido desde diferentes posiciones a Trujillo, era uno de sus amigos. Se conocían desde muy jóvenes. Morales Carrión se había interesado en los trabajos de Díaz Ordóñez acerca de los conflictos dominicanos con Haití. Siendo rector de la Universidad de Santo Domingo, le dijo una vez: “Morales, nosotros (en República Dominicana) vivimos en un black out (apagón) eterno”.
Esta conversación tuvo lugar a raíz de finalizada la Segunda Guerra Mundial. A Morales Carrión le impresionó profundamente la expresión. “Esa fue la palabra que usó, black out”, refiriéndose a la oscuridad de la época. Pero el enviado de Kennedy no olvidaría jamás que Díaz Ordóñez no dijera apagón, sino su equivalente en inglés. La expresión abarcaba mucho más de su significado aparente.
Sus relaciones también se extendían a otros círculos del entorno trujillista. Uno con quien le unía un fuerte afecto era Emilio Rodríguez Demorizi, un historiador de la Era que había servido como secretario particular de Ramfis, después de muerto su padre. Como muchos otros intelectuales, era gente capacitada para asumir tareas delicadas en el gobierno, pero al igual que Balaguer “eran trujillistas hasta las narices”, observaría el delegado de Kennedy.
Morales Carrión admitía que toda esta gente podía estar imbuida de las mejores intenciones e incluso dispuesta a cooperar con una transición hacia la democracia. Pero comprendía también los temores que le embargaban. En medio del maremagnum que estremecía al país de un extremo a otro, entre el ruido de los enormes pedazos de concreto y bronce de los bustos y estatuas al caer bajo la furia de las multitudes que controlaban la plaza pública, todos ellos, Balaguer incluido, parecían preguntarse: ¿Qué me va a pasar a mi que fui trujillista? Esta era la impresión que de sus primeros e ilustrativos contactos con el Presidente y la gente a su alrededor, había podido sacar en limpio el enviado norteamericano tras su llegada a la convulsionada capital dominicana.
Morales Carrión se percató pronto que su tarea tropezaría con graves escollos, el más grande de los cuales lo constituía el temor de los sobrevivientes de la Era que había llegado a su fin. En realidad, no se oponían tanto al cambio. Lo que en verdad les asustaba era su suerte.
Más que una disputa por el poder simple, lo que parecía estar en juego era un choque de fuerzas que dividirían dos épocas de la historia dominicana. Atrás quedaría el black out al que se refería Díaz Ordóñez, el apagón en que vivió sumida la nación durante tres décadas bajo la férula de un tirano cruel y corrupto. Por delante se encontraba la esperanza de libertad; un periodo de expresión abierta sin miedo a represiones, con oportunidades para la organización de partidos y la aparición de una prensa crítica. Un sueño plácido después de una pesadilla interminable.
El desmantelamiento del aparato trujillista requeriría tal vez de más tiempo del previsto. Las reuniones de Morales Carrión solían prolongarse hasta mucho después de la medianoche. Los líderes del PRD y de la UCN iban noche tras noche a verle a la embajada con interminables pliegos de quejas. Un legado del trujillismo vendría a perturbar la tranquilidad que el exceso de trabajo le demandaba.
Todas las mañanas, puntualmente a las siete, una banda musical de la Policía, cuyo cuartel general estaba apenas a una cuadra al norte de la Embajada de Estados Unidos, venía a despertarle prematuramente con marchas de John Philippe Sousa, el gran compositor estadounidense de aires marciales. Morales Carrión tenía asignada una habitación en el ala oeste de la sede diplomática y la música matinal interrumpía su sueño. Maquinalmente la banda recorría el edificio vecino que había pertenecido a Trujillo, se detenía ante un balcón, tocaba durante unos minutos, daba de nuevo la vuelta y regresaba al cuartel.
Intrigado, Morales Carrión llamó por teléfono a su amigo Rodríguez Demorizi para saber la razón de esta rutina perturbadora. Este no tardó en conseguirle la respuesta. Doña María Martínez, esposa del dictador, era amante de los aires de Sousa. Trujillo, para complacerla, dio órdenes de que cada mañana, a las siete, una banda militar pasara ante su balcón, al cual ella solía salir para dirigir la orquesta. Trujillo había sido asesinado, su viuda había abandonado el país a finales de agosto con dos de sus hijos –Angelita y Radhamés-, Ramfis recién acababa de marcharse al exilio, la dictadura según Balaguer, había concluido, pero alguien había olvidado revocar la orden.
Los inconvenientes con que tropezaba Morales Carrión provenían de todas partes, no exclusivamente del área oficial atrapada por la vertiginosidad de los sucesos. La intransigencia de la oposición, especialmente la UCN, a pactar con el gobierno que consideraba ilegítimo, igualaba la rigidez inicial que él observara en el Presidente.
Una de las primeras personas con quien habló fue con Bosch, quien visitó la embajada de Estados Unidos para mostrarle las credenciales de su partido. Bosch le dijo que su problema era el tiempo, que estaba seguro de que podía ganar las elecciones si disponía de los plazos necesarios para organizar su partido “y llevar su mensaje al pueblo”. Según Bosch, Fiallo era un santón, que seguía la gente pero que no sabía nada de política. Morales Carrión estuvo interiormente de acuerdo con esa apreciación. Aunque apenas le conocía, había podido darse cuenta muy pronto que Fiallo con todo y ser “un hombre muy íntegro” exhibía cierta ingenuidad política. No parecía un personaje avezado en las lides partidarias, como podía serlo Bosch y como indudablemente lo era Balaguer.
La proximidad de una huelga auspiciada por la UCN planteaba algunos interrogantes. Lo que más preocupaba a la embajada era la posibilidad de que la huelga, de producirse, degenerara en graves estallidos de violencia, que frustraran todos los esfuerzos realizados hasta ese momento para encontrar una salida política a la crisis. Una situación de ese tipo podía inducir al general Rodríguez Echavarría a dar un golpe de estado que enrareciera aún más el oscuro panorama dominicano.
Sabiéndose de todas maneras perdido, Balaguer podía verse inclinado a favorecer un golpe contra sí mismo, en la eventualidad de una situación fuera de su control.
Morales Carrión trató de persuadir a Fiallo de que una huelga en tales circunstancias resultaría contraproducente. El agravamiento del ambiente dominicano no permitiría una organización de los partidos políticos y la creación de un clima para la realización ulterior de elecciones, como aspiraba la Casa Blanca. El enviado estaba decidido a cumplir su misión y ésta consistía en crear una atmósfera propicia para un debate democrático.
Esas eran las instrucciones que le había dado Kennedy. Pero la huelga ponía en peligro la permanencia del diálogo que precariamente él creía haber logrado.
En la entrevista que me concediera casi 28 años después de estos acontecimientos, Morales Carrión deploró la interpretación que Bosch hiciera de su comportamiento en la crisis de finales de 1961, en el libro Crisis de la Democracia de América Latina en la República Dominicana. Bosch afirma en esa obra que en momentos en que Balaguer parecía decidido a ceder la Presidencia, para la integración de un Consejo de Estado, Morales Carrión “logró disuadirlo porque Fiallo después se había dado cuenta que había hecho el ridículo y entonces culpaba de esa situación a sus colaboradores que lo habían llevado a sostener una fórmula que aparentemente parecía difícil de materializar”. Bosch dice que entonces Morales Carrión logró disuadir a Fiallo de que no dejara la actividad. “El Dr. Morales Carrión creía que la renuncia del Dr. Fiallo iba a crear un vacío político peligroso y él y la mayoría de los improvisados políticos dominicanos se habían dado cuenta de que la Unión Cívica Nacional había entrado en decadencia y al declarar la huelga de diciembre y pasara lo que pasara nadie detendría esa caída”.
Morales Carrión me dijo que esa era una opinión que “no se acomoda a los documentos” y que en ese momento crítico lo que había que entender era que una huelga constituía un error “porque había la posibilidad en esos días de que se fuera renovando el diálogo con miras a llegar a un consenso de voluntades en tomo a esto”. De hecho, según Morales Carrión, “Bosch se reunió con representantes de Unión Cívica; se había reunido antes. Por razones que no acierto a entender él (Bosch) oculta todas esas relaciones que él tuvo conmigo en Santo Domingo y la manera cordial con que lo atendí y hablé con él. Yo creía que él entendía esta fórmula del Consejo de Estado”.
Morales Carrión se quejó de los prejuicios de Bosch. “Yo no tenía ningún interés que fuese Bosch presidente, que fuese Fiallo presidente, que lo fuese Donald Reid Cabral. Mi interés era que se produjera un ambiente en la República Dominicana que permitiese una organización de partidos y una solución democrática”. La huelga ponía en peligro todo eso y a causa de ello él trató de “disuadir a Fiallo para que no fuera a la huelga”.
Admitió el enviado de Kennedy que sus relaciones con Bosch quedaron muy maltrechas desde la publicación por éste de Crisis de la Democracia y que su esfuerzo para que se cancelara la huelga “era una manera de poder ayudar a evitar la violencia entre los dominicanos”. Refirió que cuatro años después, en 1965, durante la llamada revolución de Abril que trató de reponer a Bosch en la Presidencia, derrocado apenas siete meses después de su juramentación en 1963, su intervención personal salvó prácticamente la vida de un hijo de Bosch, León, y la esposa y un hijo de éste. Algún tiempo después, ambos –Bosch y Morales Carrión- se reunieron en Puerto Rico. El le revivió la historia de León y Bosch abrió sus brazos diciéndole: “Las antillas se abrazan”. Fue el último encuentro entre ellos.
Esta entrevista, la más amplia que Morales Carrión diera sobre su participación en las crisis dominicanas de entre 1961 y 1965, tuvo lugar en sus oficinas en San Juan, Puerto Rico. El texto íntegro de la misma fue publicado en la edición de El Caribe de Santo Domingo, varias semanas después, el 15 de abril de 1989. Morales Carrión murió de cáncer algunas semanas más tarde.
El domingo 26 de noviembre, escasamente una semana después de la expulsión de la familia Trujillo, tuvo lugar una importante y privada reunión entre la alta dirigencia ucenista y el Presidente de la República. A diferencia de otras reuniones de este mismo género, ésta se realizó en la residencia del mandatario y no en el Palacio Nacional. Balaguer y los delegados de la UCN, doctores Viriato Fiallo y Jordis Brossa, intercambiaron saludos afectuosos y frases de elogio. Pero la entrevista tuvo un curso turbulento.
Fiallo y Brossa fueron a proponerle al Presidente una fórmula para resolver la crisis política. En un extenso memorándum, pedían la renuncia virtual de Balaguer, como parte de un complicado plan que llevarían a Fiallo a la Presidencia de la República. Sólo la aceptación de estas condiciones, planteadas en términos de ultimátum, podía impedir una huelga convocada para los días siguientes. En toda su extensión, esta fórmula resultaba inaceptable para el Gobierno.
Después de escuchar pacientemente la exposición de sus visitantes, Balaguer tomó en sus manos el documento y prometió someterlo de inmediato a la aprobación del resto del equipo gubernamental y de las Fuerzas Armadas. Pero no contrajo compromiso alguno.
En el memorándum, la UCN rechazaba de plano una propuesta anterior presentada por Balaguer a la oposición declarando que “no puede aceptarse ninguna solución que tenga como base elecciones generales en el próximo mes de mayo”. En cambio sostenía la salida del mandatario y la integración de un régimen interino con mandato de convocar a elecciones en un período no menor de dos años. Este plazo, entendía, era necesario para desmantelar definitivamente el aparato burocrático trujillista y preparar “un ambiente propicio para que el electorado pueda utilizar eficazmente una maquinaria técnica adecuada”.
La fórmula no parecía del todo ilógica. Pero la complejidad de los mecanismos propuestos para llevarla a cabo suponía de antemano la oposición del Presidente y de los mandos militares, quienes perderían todo el poder. Al falta de un Vicepresidente, la sucesión presidencial recaía sobre el titular de la Secretaría de las Fuerzas Armadas. La UCN proponía la designación del general Rodríguez Echavarría, quien ya ocupaba la Secretaría de las Fuerzas Armadas, como jefe de Estado Mayor de la Aviación Militar, lo cual equivalía a una degradación, y el nombramiento del doctor Fiallo al frente de los mandos castrenses. La posterior e inmediata renuncia de Balaguer permitiría el ascenso de Fiallo a la Presidencia y la designación nuevamente del general Rodríguez Echavarría como secretario de las Fuerzas Armadas.
Esta propuesta fue rechazada por el Gobierno y con el apoyo militante de la UCN se declaró una huelga general que paralizó las actividades del país casi por completo. En un discurso, Balaguer subrayó las consecuencias “funestas” de la protesta advirtiendo que su prolongación, como parecía ser el deseo de sus patrocinadores, “podría causar males de difícil reparación a nuestra democracia incipiente”.
La iniciativa ucenista pareció a Bosch descabellada. Una tarde de diciembre, el líder del PRD recibió en la residencia de una hermana suya, en la calle Polvorín, del sector San Miguel de clase media, donde entonces residía, la visita inesperada del doctor Baquero, del comité central de UCN. Baquero venía a proponerle la selección de tres figuras del PRD para integrar el gabinete de un nuevo gobierno que encabezaría el doctor Fiallo, cuyo deseo era, según el emisario, dar la misma oportunidad al Catorce de Junio. El resto del gobierno pertenecería a miembros de UCN.
Baquero confió a un sorprendido Bosch que el día anterior, Fiallo y Brossa habían visitado a Balaguer para entregarle una fórmula política salvadora. La dirección nacional del Catorce de Junio estaba ya al tanto de estas negociaciones privadas y analizaba su probable participación en el nuevo gobierno colegiado. “Todo aquello me pareció tan infantil que estuve a punto de echarme a reír”, escribiría luego en Crisis de la Democracia. Bosch le informó que convocaría al Comité Ejecutivo del PRD, pero le adelantó que él, personalmente, “se opondría a participar en el gobierno cívico”.
Para comprender los sentimientos políticos de la época es interesante conocer lo que Bosch escribiera posteriormente sobre esa entrevista y las conclusiones que pudo extraer de ella. “Aquella era la primera muestra pública que daban los hombres de UCN de que querían el poder y luchaban por conseguirlo. Ahora bien ¿para qué lo querían? Fue solamente hacia septiembre u octubre de 1962, es decir casi un año después de lo que relato, cuando la Unión Cívica presentó al país un programa de Gobierno. La participación de los cívicos en el Consejo de Estado (que se integraría finalmente el primero de enero de 1962) demostró que no solamente no tenían idea de las medidas que debían tomarse para transformar la situación dominicana, sino que lo que deseaban era usar el poder para beneficio de cada uno de los altos funcionarios cívicos”.
Obviamente, la posibilidad de un acuerdo político nacional bajo tales circunstancias parecía imposible no ya entre la oposición y el gobierno, sino entre los partidos opositores mismos.
En Crisis de la Democracia, Bosch relata que la presión de la UCN seguía sitiando a Balaguer. “Un día, a fines de diciembre, el doctor Balaguer me hizo saber que dada la situación, él tendría que dejar el poder y que entre ponerlo en manos de la Unión Cívica y en manos de nosotros, prefería lo último. Poco después me llamó el general Rodríguez Echavarría –era un domingo, de mañana- y me invitó a hablar con él en el Círculo de Oficiales. El Presidente Balaguer, según sus palabras, quería nombrarme Secretario de las Fuerzas Armadas; inmediatamente el doctor Balaguer renunciaría a la Presidencia y yo pasaría a ser Presidente. “Si usted acepta, yo renunciaré a mi cargo, y si después que usted sea Presidente quiere nombrarme otra vez Secretario de las Fuerzas Amadas me nombra, pero si quiere nombrar a otro lo hace. De todas maneras, yo le aseguro a usted la lealtad de las Fuerzas Armadas”, dijo el general.
“Yo no le había contestado todavía al general Rodríguez Echavarría cuando llegó un oficial a avisarle que el doctor Balaguer quería hablarle por teléfono. El general salió y volvió en pocos minutos para decirme que en Palacio había una reunión y que el doctor Morales Carrión estaba pidiéndole al doctor Balaguer que presentara una solución inmediata a la crisis política. El general salió hacia Palacio sin que yo pudiera explicarle lo que pensaba de su posición”.
Nuevos esfuerzos por limar las ásperas desavenencias políticas, resultaron infructuosos. Pero a medida que la situación se le hacía insostenible, Balaguer se veía precisado a ceder a las presiones. A él no le asistía ninguna duda en el sentido de que los Estados Unidos favorecerían finalmente a la UCN en la eventualidad de un tranque indefinido.
A comienzos de diciembre pareció estar próximo un acuerdo basado en la formación de una junta de gobierno encabezada por Balaguer, con poderes congresionales para organizar elecciones libres en el término de los dos años siguientes. Dichos comicios debían basarse en un enjundioso trabajo realizado por una Comisión Técnica de la OEA, que sentaba los fundamentos de un sistema electoral realmente democrático, ampliamente elogiado tanto por líderes nacionales como por expertos internacionales de diferentes países miembros de la organización. Bosch había dado su consentimiento a esta fórmula y los reparos iniciales a nivel gubernamental se habían echado a un lado, cuando inexplicablemente surgió un cambio en la actitud de la dirigencia nacional ucenista.
En todos los sentidos, la UCN retiraba el apoyo a la propuesta que ella misma había presentado y en su lugar proponía una nueva salida política. Esta vez la entidad, sabiéndose dueña de la situación y aguijoneada por los éxitos de la huelga y la excitación creciente de las multitudes pidiendo la expulsión del Gobierno, proponía una fórmula mucho más radical. Estaba basada esta propuesta nueva en la inmediata disolución del Gobierno y la integración de una junta colegiada de siete miembros.
Balaguer la consideró “inadmisible” y “contraria al orden constitucional” y los altos mandos militares, encabezados por el general Rodríguez Echavarría, ripostaron con una contrapropuesta que sólo consiguió enrarecer aún más el ya turbio panorama político. El planteamiento militar de diez puntos reclamaba que dicha junta estuviera presidida por Balaguer y se incluyera en la misma al Secretario de las Fuerzas Armadas. En la eventualidad de renuncia o muerte del Presidente, éste sería sustituido por el jefe militar. Además, la Junta carecería de autoridad para solicitar la separación de ningún oficial “por cuestiones antojadizas”. Las elecciones se efectuarían en dos años y el gobierno resultante no podría ser comunista o de tendencia parecida. Igualmente no podrían ser perseguidos o cancelados los militares “que en cumplimiento de órdenes superiores jerárquicos en el Gobierno anterior haya actuado contrariamente a la nueva norma del actual Gobierno, y en caso de separación será por pensión, con los honores correspondientes, y ninguno será perseguido ni ajusticiado después de su retiro”.
También establecía la prohibición de pedir a las Fuerzas Armadas “cumplir órdenes para matar o atropellar a la ciudadanía” y advertían que no permitirían el enriquecimiento ilícito de los políticos “a costa del pueblo”. El acuerdo debería ser oficializado mediante acta notarial. Un miembro de la jerarquía católica debía formar parte de la junta, que disolvería el Congreso tan pronto éste aprobara una enmienda constitucional que hiciera legalmente posible la formación de esta junta.
Como las anteriores, esta fórmula estuvo condenada al fracaso. Unión Cívica la consideró únicamente como un desafío militar a la pujante fuerza política naciente, como en efecto lo era.
A partir de ese momento los Estados Unidos parecieron dispuestos a ejercer más presión sobre Balaguer. El tiempo apremiaba y sus temores de una radicalización del proceso cada vez lucían mayores. La propaganda ucenista presentaba al Catorce de Junio como una organización marxista y a Bosch como un político demasiado radical como para confiar en él.
El lunes 27 de noviembre, al día siguiente de haber visitado los doctores Fiallo y Brossa al Presidente en su residencia, la Unión Cívica convocó a una huelga general. La convocatoria vendría a ser la evidencia más palpable del fracaso de ambas partes en llegar a un acuerdo para salvar al país de una crisis mayor, que parecía incubarse en todas partes.
Aún así, a pesar de las graves pérdidas que ella provocaría a la economía y a la intensificación del clima de violencia, esta huelga señalaría el punto de partida para un arreglo, que los tropiezos surgidos en los días siguientes no permitían divisar. La vida política nacional estaba llena de contradicciones. Nada extraño tendría por tanto que tan sólo una semana después de las grandiosas demostraciones populares de apoyo al Gobierno, tras la expulsión de los miembros de la familia Trujillo, los gritos de la multitud se volvieran contra aquellos a quienes había exaltado. El odio contra los Trujillo se concentraba ahora contra los que el pueblo consideraba sus herederos: Balaguer y Rodríguez Echavarría.
Fiallo pronunció un discurso a través de la llamada Cadena de la Libertad, integrada por casi todas las emisoras radiales del país. El texto fue leído por Fiallo desde la casa del doctor Cosme Aníbal Gómez Patiño, en el sector de clase alta de Arroyo Hondo, como una medida de seguridad, ante informes de una represalia en gran escala por parte del Gobierno. En su alocución, informaba del fracaso de las gestiones en la víspera para formar un nuevo gobierno, libre de influencias y personeros trujillistas.
Decía que el único camino para quebrar la resistencia de los remanentes del viejo régimen era la huelga.
En un esfuerzo por evitar choques sangrientos en las calles entre el ejército y los manifestantes, el PRD otorgó poderes a Bosch para mediar en la crisis. Pero el respaldo a la huelga seguía en aumento. El martes 28 los abogados paralizaron las actividades judiciales mientras otras entidades de profesionales se unían a la protesta.
Con la huelga en su apogeo, no estaban las condiciones más óptimas para nuevas negociaciones. Sin embargo, las presiones del cónsul Hill y de Morales Carrión sentaron otra vez a Balaguer y a los líderes de UCN en una misma mesa.
El desarrollo de la huelga en Santo Domingo y las ciudades más importantes constituían un triunfo político para UCN. Sin embargo, en la medida en que los saqueos y el pillaje amenazaban con sembrar una situación ajena al control de los patrocinadores de la paralización general de actividades, se les hizo a ellos también evidente la necesidad de intentar de nuevo un arreglo. La huelga sin lugar a dudas señaló el camino a seguir, aunque a un costo demasiado elevado.
Los diplomáticos norteamericanos lograron convencer a Fiallo finalmente de la necesidad de levantar la huelga, pero tropezaron con la resistencia inicial de la más activa y agresiva dirigencia de Santiago, que controlaba todo el Cibao, la cual se opuso tajantemente a plegarse a estas demandas.
Las diferencias en torno a si se suspende o no la paralización general crean una pugna que dura horas angustiantes. La posición más radical de los dirigentes de Santiago se impone y la huelga continúa. En medio de una situación cada vez más tensa y peligrosa, acentuada por estériles renovados esfuerzos por alcanzar un arreglo político, la huelga duraría once días, durante los cuales las actividades nacionales quedaron reducidas a menos de un diez por ciento.
El domingo 3 de diciembre, alentados por una iniciativa de mediación de grupos de profesionales, se reanudaron las negociaciones entre el Presidente y la Unión Cívica. El PRD permanecía al margen. Bosch había expresado claramente su renuncia a tomar parte en tales gestiones, si bien no se opondría a un arreglo. El no planteaba su actuación como una lucha por alcanzar el poder. Las necesidades del pueblo requerían otro tipo de planteamiento, decía. De todas formas, ambas partes podían contar en que del área del PRD no surgirían obstáculos en la eventualidad de que surgiera un entendimiento.
“No somos partidarios de juntas, sean civiles o militares”, diría Bosch unos días después al referirse a la huelga, “porque no es el pueblo quien elije a las juntas”. No obstante, dejó claramente establecido que “si otras organizaciones acuerdan con el gobierno formar una junta, y esa es la solución a la crisis actual, serviremos al pueblo no oponiéndonos a la creación de esa junta…” Justamente Bosch no constituía ningún escollo.
De hecho, la reanudación de las pláticas constituyó un avance. El Gobierno, a través de los doctores Rodríguez Demorizi y Octavio Amiama, propuso a la UCN la mediación del doctor Nicolás E. Pichardo, cardiólogo y profesor universitario, con antiguas vinculaciones con el régimen de Trujillo, el mismo que había visto a Luís Amiama cuando éste enfermara en su escondite. No hubo objeciones. Pichardo estaba sindicado como un hombre de principios y sus nexos con la dictadura se limitaron al ejercicio de su profesión de médico, pesar de su íntima amistad de años antes con Anselmo Paulino, uno de los personajes más funestos de la dictadura.
De temperamento apacible, lector incansable, estaba reputado además como un excelente jugador de ajedrez. Frecuentemente se le podía ver en las tardes practicando su hobby favorito en el club de ajedrez que desde años atrás funcionaba en un local del Parque Ramfis, en la frontera entre los barrios Ciudad Nueva y Gazcue. La difícil misión del doctor Pichardo consistía en preparar un plan aceptable para ambas partes.
Cuando la primera versión de este plan estuvo lista, el mediador fue a Palacio con Rodríguez Demorizi y Octavio Amiama, para presentarlo a Balaguer, quien estuvo de acuerdo en sus puntos esenciales. Faltaba ahora su aprobación por parte de la Unión Cívica. Proponía la permanencia de Balaguer en Presencia durante varias semanas y la formación de un Consejo de Estado, presidido por el mandatario, con autoridad sobre las Fuerzas Armadas. La selección de los demás miembros de este Consejo sería objeto de una elección por las partes, dando preferencia a ciudadanos sin militancia partidaria. Proponía, además, un receso, con disfrute de sueldos, de las Cámaras Legislativas hasta el 16 de agosto de 1962, fecha en que constitucionalmente expiraba el mandato de sus miembros, pudiendo el Consejo convocarlas en casos de necesidades de reformas constitucionales.
También contemplaba la desmantelación del Partido Dominicano y la incautación de todos sus bienes, una distribución repartida de los miembros del Gabinete y la inamovilidad de los jueces de la Suprema Corte y de las cortes de Apelación. Todas las atribuciones legislativas quedaban a cargo del Consejo que elegiría entre sus miembros el sustituto del Presidente Balaguer, una vez que éste renunciara en cumplimiento de las estipulaciones del plan.
Para el comité central de Unión Cívica varios puntos resultaban “inaceptables”, según informara en un comunicado al pueblo dominicano el domingo 10 de diciembre, una semana después de reanudarse las difíciles negociaciones. Invocando preceptos de carácter ético y moral, la Unión Cívica rechazaba por “improcedente” el que se pagara a los legisladores mientras permanecieran en receso sin desempeñar una “labor real”. Se planteaba también un problema de orden legal, advertía. El “receso” congresional en la forma planteada creaba de hecho dos congresos, por cuanto el Consejo asumiría simultáneamente tales funciones. Las objeciones fundamentales radicaban, sin embargo, en otros dos puntos. La imprecisión de la fecha de la renuncia. Igualmente, la inamovilidad de los jueces propuesta no podía ser aceptada “en momentos en que el interés nacional exige una absoluta idoneidad entre los miembros de la judicatura”.
Durante la Era de Trujillo, como todas las demás instituciones, la Justicia estuvo por completo al servicio de su amo y señor: el tirano. La inamovilidad de los magistrados dificultaría el desmantelamiento del aparato burocrático construido a lo largo de todo ese penoso proceso. Trujillo fue siempre tenido como un “legalista”, en el sentido de que muchos de sus atropellos de alguna forma quedaron legalizados por sus jueces. Perpetuar ahora a éstos en sus cargos constituiría una forma de prolongación de todo aquello que el fin de la Era exigía que se desmantelara. Desde un punto de vista moral los reparos de la UCN estaban justificados.
Por consiguiente, el plan requería ser modificado en algunos puntos. Como finalmente fue aprobado y redactado, ahora para la aprobación del Presidente, fijaba límites a la permanencia de Balaguer en su puesto y comprometía la celebración de elecciones libres, tras una reforma constitucional, a más tardar el primero de diciembre del año siguiente. Las autoridades legítimamente escogidas tomarían juramento el 26 de enero de 1963.
La nueva versión corregida del plan original fue llevada al Gobierno la noche del jueves 7 de diciembre. En una reunión, a la que, según UCN, asistieron representantes de las Fuerzas Armadas, fue desestimada esa misma noche. El vocero gubernamental, licenciado Polibio Díaz, calificó de “intransigente” a la Unión Cívica y anunció la designación de una comisión oficial integrada por Temístocles Messina, Rodríguez Demorizi, Salvador Ortiz y Rafael Vidal Torres, todos altos funcionarios, para proseguir las negociaciones.
El anuncio dio lugar a una serie de iniciativas de ambas partes que pusieron en evidencia la tensión a que estaban sometidas. Al día siguiente, la UCN entregó al diario El Caribe un comunicado anunciando su decisión de “dar por terminadas” las pláticas con el Gobierno. Pero una iniciativa de último momento, a cargo de Rodríguez Demorizi, hizo que Unión Cívica retirara el documento en la madrugada, cuando ya estaba a punto de ser publicado. Gracias a esto, las negociaciones se reanudaron nuevamente esta vez sobre la base del plan último modificado por la UCN. Como contrapartida, el Gobierno retiró a su vez un comunicado enviado a la prensa.
Este nuevo intento no garantizaba nada. Un conjunto de complejas e intrincadas maniobras de ambos lados condujeron a un callejón sin salidas. El país, según la UCN, se hallaba a las puertas de una nueva tiranía. Balaguer, decía, “ha encontrado un nuevo amo”, el nuevo dictador militar (Rodríguez Echavarría), aunque advertía que el pueblo “ni lo acepta, ni lo aceptará jamás”. Cuando parecía avecinarse un acuerdo se hizo más patente el distanciamiento entre la oposición y el Gobierno.
Ante el nuevo gesto de conciliación oficial, la dirigencia cívica accedió a una solicitud del mediador, doctor Pichardo, a prolongar por unas horas, hasta las ocho de la mañana, los esfuerzos en la búsqueda de un acuerdo que diera paso al nuevo gobierno. El plazo fue sucesivamente prolongado hasta el mediodía y diferentes horas de la tarde. A las ocho de la noche, el Gobierno presentó a la Unión Cívica un nuevo plan, utilizando nuevos canales, sin tomar en cuenta al mediador oficial. Antes de que la UCN se pronunciara en torno a él, el Gobierno lo retiró sin dar explicación, dando en cambio su aceptación al plan que venía siendo objeto de estudio.
Por fin el escenario parecía preparado para una solución. Voceros oficiales dijeron a Unión Cívica que “el acuerdo final sería redactado esa misma mañana”, sábado 9 de diciembre. Pero los problemas apenas empezaban.
Las versiones de las partes no contribuirían a aclarar a la posteridad las razones verdaderas del estancamiento, que, por el momento, alejaba las posibilidades de poner término de inmediato a la primera crisis del período post trujillista, que apenas comenzaba a recorrerse.
Según Unión Cívica, el comunicado final que el Gobierno quería presentar al público se estuvo redactando durante “todo el sábado”, pero la tarea se prolongó hasta la mañana del domingo. Fue entonces, de acuerdo con dicha versión, que el doctor Pichardo fue llamado de nuevo a Palacio para ser informado, a través del licenciado Díaz, que las Fuerzas Armadas no estaban de acuerdo con la renuncia del Presidente, a pesar de que éste había “decidido acceder a dicho deseo”. Los mandos militares exigían completa autonomía y demandaban que un futuro acuerdo político hiciera contar que las demás secretarías de Estado debían ser distribuidas equitativamente entre el Gobierno y la Unión Cívica. La dirigencia nacional de la UCN, al ser informada de esta nueva posición, dio por terminadas las negociaciones.
Balaguer habló al país el lunes siguiente, 11 de diciembre, para aclarar la posición del Gobierno. Tras quejarse de que sólo se conocía lo dicho por la UCN a través del doctor Fiallo, dijo que ésta era una versión “amañada”, que exigía ser rectificada por cuanto él nunca aceptó pura y simplemente el plan propuesto por mediación del doctor Pichardo. Todo su compromiso había consistido en presentar dicha fórmula al grupo gubernamental y a las Fuerzas Armadas, quienes la habían rechazado por estimarla “inconstitucional”.
La actitud de los mandos castrenses obedecía, dijo Balaguer, al “grave error” del doctor Fiallo de exigir su nombramiento como titular de las Fuerzas Armadas. Con respecto al papel por él desempeñado, sostuvo que se vio precisado a escoger entre su renuncia como estipula la Constitución ante un conflicto de tipo moral. Lo que en el fondo se le exigía, en momentos en que el país se hallaba empeñado en establecer “un régimen de fisonomía netamente civil fundado en las normas y sistemas de la democracia representativa”, era que abriera las puertas del poder a un militar. La otra opción no contaba con las simpatías de las Fuerzas Armadas “ni con la aprobación de todos los grupos mayoritarios en que se divide la opinión pública nacional”.
Balaguer atacaba directamente algunos de los argumentos expuestos por el doctor Fiallo en contra suya. Tras referirse a las expresiones del líder de la UCN en el sentido de que el Gobierno se erige sobre bases espurias, por lo cual no debe respetarse el orden constitucional en que se sustentan sus instituciones, el Presidente concluía: “Pero ese mismo dirigente (Fiallo) no tuvo inconveniente en proponer que se le designara Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas para llegar al poder sorpresivamente al amparo del mismo orden constitucional que han declarado tantas veces inaceptable por la especie de pecado original que según su tesis lo invalida ante la moral y la ley”.
El elemento conciliatorio de la pieza oratoria estaba en una ferviente exhortación dirigida a la población de Santiago, emplazándola a elevar su voz ante la grave crisis presente. Esto último en el fondo no era más que un llamamiento a situarla al lado suyo.
La respuesta no se hizo esperar. Al día siguiente, 12 de diciembre, las diecisiete principales organizaciones de profesionales, comerciales e industriales de esa ciudad, se pronunciaron en contra del Gobierno. El documento señalaba:
“La condición básica de este nuevo orden, para que responda a las exigencias populares, hace indispensable que desaparezcan de la dirección de la cosa pública las figuras que por su identificación permanente con el pasado de oprobio siguen aún en el Gobierno, sin gozar de la confianza y el respaldo del pueblo. Entre estas figuras se haya la del Señor Presidente de la República, y el gesto más gallardo que él podía ofrecer a sus conciudadanos es alejarse del poder, y dar libre paso a un Gobierno provisional que sea vehículo de transición hacia una democracia auténticamente representativa”.
Quedaba así más alejada que nunca, por lo menos en su aspecto formal, la perspectiva de un acuerdo. Se haría precisa la gestión nuevamente de los enviados norteamericanos para concertar las paces. Un viaje de Kennedy a Caracas, con escala técnica en San Juan, Puerto Rico, ofreció una nueva y desesperada oportunidad de arreglar el torcido rumbo de los acontecimientos dominicanos.
Las gestiones realizadas por Morales Carrión y el cónsul general Hill, así como por otros funcionarios de la embajada, se encontraban congeladas en virtud de las dificultades surgidas en las pláticas entre la oposición y el gobierno. Antonio Imbert y Luís Amiama Tió, los dos únicos sobrevivientes del 30 de mayo, habían ya salido de sus escondites. La embajada hacía gestiones para reclutarlos con el propósito de que formaran parte del propuesto gobierno de coalición o contribuyeran con su prestigio de “héroes nacionales” al éxito de la empresa. Pero en sentido general la iniciativa parecía empantanada.
Los resultados no eran consecuencia de la falta de esfuerzos. En efecto, la embajada seguía muy activa celebrando reuniones diarias con los líderes de los diferentes partidos. Bosch se sorprendería años después en Crisis de la Democracia, de la familiaridad existente entre la misión norteamericana y los políticos nacionales. En ocasión de una invitación que se le hiciera para un almuerzo quedó sorprendido de la facilidad y confianza con que entraban y salían los dirigentes de la Unión Cívica.
Esa familiaridad existía también para los demás partidos. Si bien las visitas de los líderes ucenistas, más identificados que los otros con los propósitos norteamericanos, eran más frecuentes, las puertas de la embajada estuvieron permanentemente abiertas para los demás. Mucha gente de Bosch, el entonces polémico secretario general del PRD, Ángel Miólán, al que llegó a tildársele de comunista, y el joven dirigente José Francisco Peña Gómez, entre otros, traspasaron en diferentes oportunidades los umbrales de la misión diplomática. También lo hacían enviados de Balaguer y líderes del izquierdista Catorce de Junio. En más de una ocasión, Morales Carrión y Manuel Aurelio Tavárez Justo, líder de la organización, analizaron juntos el curso de los acontecimientos.
Kennedy, que no visitaba Puerto Rico desde los días de campaña, anunció sorpresivamente que se detendría en San Juan, en viaje hacia Caracas. La escala brindó a los desesperados funcionarios de la embajada en Santo Domingo la oportunidad de discutir directamente el asunto con el Presidente. A Morales Carrión le pareció entonces “muy buena” la idea de que Kennedy formulara una exhortación directa y personal a Balaguer.
Con el consentimiento de Kennedy viajaron a San Juan el 15 de diciembre, el cónsul Hill y Morales Carrión. En la fortaleza se les unió Bob Woodward, de la comitiva del Presidente, quien tenía a su cargo las relaciones internacionales. Después del almuerzo oficial ofrecido en su honor, Kennedy se retiró a la suite de huéspedes en compañía de su asistente Dick Goodwin. Una vez allí el grupo se enfrascó en la discusión del tema dominicano.
Hill y Morales Carrión convencieron a Kennedy de la necesidad de que él dirigiera un mensaje personal a Balaguer, después de explicarle los inconvenientes que dilataban la misión que se les había encomendado en Santo Domingo. Un mensaje directo del Presidente terminaría por convencer al mandatario dominicano del “interés” de la Casa Blanca “para que se produjera un verdadero paso hacia la democracia”, le dijo Morales Carrión a Kennedy. El Presidente instruyó a Goodwin para que trabajara inmediatamente con su enviado especial en Santo Domingo en la redacción de un borrador que él estudiaría esa misma tarde, antes de emprender vuelo hacia Caracas.
Muñoz Marín, gobernador de la isla, estuvo de acuerdo con la iniciativa. Kennedy dio su conformidad a la sugerencia de Morales Carrión de que se enviara también un mensaje, en otros términos, al general Rodríguez Echavarría, ya que temía que el nuevo jefe de la base de San Isidro, se embarcara en un golpe militar. “Yo personalmente lo temía”, diría después el enviado presidencial.
Goodwin y Morales Carrión se retiraron a una pequeña habitación contigua y el primero mecanografió un mensaje para Balaguer. Lo revisaron varias veces hasta estar seguros de que se ajustaba a lo que habían discutido con el titular de la Casa Blanca.
Todos estuvieron de acuerdo en que no bastaba con ejercer presión contra Balaguer si se dejaba fuera al general Rodríguez Echavarría. A fin de cuentas era éste y no el Presidente quien estaba en condiciones de echarlo todo a perder con una acción de fuerza. El mensaje de Kennedy ayudaría a resolver el impasse y entrar en el camino de un rápido arreglo político.
Los pormenores de esta importante reunión fueron ofrecidas por Morales Carrión en su entrevista de todo un día con el autor. El insistió en que el texto del mensaje no implicaba un ultimátum. “Eras una expresión más que una presión, de la necesidad de encontrarle una salida a la democracia. Lo último que quería Kennedy era que se produjera una dictadura en la República Dominicana. El estaba comprometido con una solución democrática”, dijo. Cuando le pregunté acerca de hasta qué punto estaban los Estados Unidos dispuestos a intervenir en la República Dominicana, Morales Carrión hizo un análisis extenso del papel que le correspondió desempeñar en Santo Domingo. “Creo que en ese momento, distinto a lo que ocurrió en 1965 (cuando se produjo una ocupación norteamericana), los Estados Unidos en casos como éste funcionaban en muy estrecha colaboración con la Organización de los Estados Americanos. Hay que recordar que a la par que ocurría esto había una presión de la Comisión Interamericana de Paz. La OEA había impuesto sanciones, había una situación interamericana en todo esto y yo creo que no se hubiese producido una situación como la de 1965 a menos que hubiese habido un estado anárquico y hubiese habido pues algún llamamiento de la propia organización para evitar que en ese país se desarrollase una gran anarquía”. Morales Carrión creía que no había entonces interés en una intervención directa, como la que ocurrió después en 1965. A su juicio, las crisis de 1961 y 1965 en República Dominicana, mostraron, por parte de los Estados Unidos, dos “maneras distintas de tratar política interamericana”.