Un nieto del tirano Trujillo anda muy afanado políticamente tratando de montarse sobre la frustración que determinadas conductas de los demócratas han generado en muchos dominicanos, particularmente en aquellos que sólo conocen una parte de la verdad sobre la historia del abuelo.
Lo primero es que el señor Ramfis Domínguez Trujillo procura aprovecharse de un ambiente que su querido abuelo no permitió a miles de jóvenes que quisieron desarrollarse en la actividad política y terminaron sentenciados a la cárcel, el exilio o la muerte.
Es decir, que de entrada el nieto ya lleva una gran ventaja frente a aquellos mártires cuyas iniciativas políticas fueron tempranamente ahogadas a sangre y fuego.
Lo que pretende el alegado precandidato sólo es posible donde predomina una democracia, aun con sus deficiencias, pero que permite ejercitar el ritual del voto competido, la disidencia respetada; donde funcionan, en fin, los poderes públicos más allá del formalismo que exhibía el tirano, generalmente para cubrir sus fechorías.
Nadie niega que aún persistan muchos de los problemas que el nieto procura exacerbar para erigir su proyecto político, los cuales, como la corrupción y la delincuencia, la democracia no ha podido ni querido resolver. Pero existe una marcada diferencia entre la realidad de esos males que se pueden dilucidar, y los mismos de antes que nadie osaba exponer sin graves consecuencias.
El primero no tenía la connotación actual por algo bien sencillo: el Generalísimo ejercía un control absoluto sobre la magra renta de la República. Además—como en todo el quehacer nacional—sólo él podía ser corrupto, o sea, que eliminaba a cualquiera que incurriera hasta por un asunto de competencia.
En cuanto a la delincuencia, sabemos que entre las manifestaciones más elocuentes de las tiranías está la supuesta eficacia en el control de ésta. La realidad es que el miedo lo abarca todo. Luego, esas dos palancas—vistas desde una perspectiva real y no simplista como las proyecta el nieto con marcado desconocimiento sociopolítico—son falaces.
En tal circunstancia, lo mejor sería dejar que se explayara en su afán político, pues tiene tan poco que ofrecer y su desconexión con nuestra realidad es tal, que apenas puede basarse en el desahogo emocional que suelen lanzar algunos: “Aquí hace falta Trujillo”.
Lo cual no pasa de eso, ya que si bien persisten en nuestro país—en todos los ámbitos, podríamos decir—las prácticas del trujillismo y los trujillitos, esos mismos que dicen “¡Viva Trujillo”!, reclaman respeto a sus derechos cuando la autoridad se los viola.
Una mala noticia para algunos de los que siguen a Trujillo: no tiene recursos para sustentar una campaña, y los agradecidos de su abuelo ya murieron.