Las repercusiones de la conferencia de Chile en la República Dominicana superaron todas las expectativas y temores. En cumplimiento de la Cuarta resolución de los Cancilleres una comisión especial de la OEA visitó en los meses siguientes diferentes países del área, a fin de rendir un informe, sobre el terreno de las tensiones políticas que estaban sumiendo en una crisis grave la situación internacional del Caribe. En el ínterin, los conflictos entre Venezuela y República Dominicana se tornaron mucho más intensos e igual ocurrió con respecto al enfrentamiento con el Gobierno Revolucionario de Cuba.
A mediados de enero de 1960, los agentes del SIM del coronel Abbes García descubrieron una nueva conspiración. Esta vez, las redes se extendían a los más recónditos rincones de la sociedad dominicana. Jóvenes de la clase alta se hallaban igualmente comprometidos con profesionales y estudiantes de la clase media y miembros del proletariado.
La lista de implicados que Abbes García confeccionó sobresaltó a Trujillo. Figuraban en ella descendientes directos de su círculo estrecho y de confianza. Sus nombres preocuparon tanto a Trujillo como su número. Si los informes del SIM eran correctos, y en su mayor parte lo eran, tenía que llegarse a la conclusión que las bases del régimen se erosionaban. El fragor de las batallas de junio había dejado de escucharse meses atrás pero era el espíritu de esa gesta lo que animaba a los jóvenes que ahora se le enfrentaban. Habían incluso tomado la fecha de su inmolación como bandera: se llamaban a sí mismos Movimiento Revolucionario 14 de Junio, en recuerdo de aquellos héroes.
El 24 de junio de 1960, un año después de los desembarcos, Trujillo llevó a cabo la peor y más costosa de sus aventuras en el exterior. Con la complicidad de un grupo de venezolanos contrarios al Presidente Betancourt, planificó y financió la ejecución de un intento de asesinato del líder venezolano.
Mientras se dirigía en su automóvil al Colegio Militar, en la Avenida de los Próceres, en Caracas, donde tendría lugar una parada militar conmemorativa del día del Ejército, en el aniversario de la Batalla de Carabobo, los conspiradores hicieron detonar a control remoto una carga de dinamita depositada en el baúl de un viejo Oldsmobile estacionado a un lado de la vía por donde pasaría la comitiva presidencial. El automóvil de Betancourt rodó hecho añicos, muriendo en la explosión el jefe de sus ayudantes militares, coronel Ramón Armas Pérez. El presidente sufrió graves heridas en las manos y la cara.
Al atentado siguió una acción diplomática venezolana que culminó, dos meses después, en agosto, con una conferencia ministerial. La Sexta Reunión de Consulta de Cancilleres Americanos, celebrada en San José de Costa Rica, aprobó la imposición de sanciones diplomáticas y económicas sin precedentes contra el gobierno dominicano. La medida aisló definitivamente a Trujillo y agravó los problemas internos que minaban paulatina pero firmemente las bases, una vez sólidas, de su poder absoluto.
Arrinconado por efectos de las sanciones, las presiones externas y la resistencia en provincias, el tirano asombraría al mundo con uno de los más horrendos e injustificados crímenes de sus tres décadas de dominio sangriento. Al anochecer del 25 de noviembre de 1960, tres meses y cuatro días después de aprobadas las sanciones, agentes del coronel Abbes García, detuvieron el vehículo en que viajaban tres hermanas y después de asesinarlas a palos arrojaron sus cuerpos y el de su chofer por un despeñadero. El asesinato de las hermanas Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, mientras regresaban a su natal Salcedo, desde Puerto Plata, donde habían ido a visitar, como acostumbraban, a sus esposos encarcelados desde las redadas de enero, llenó de espanto e indignación a la sociedad dominicana.
Este bárbaro crimen rompió los últimos y débiles lazos que todavía unían al régimen con los sectores representativos de la sociedad. La resistencia interna creció y con ella la represión se hizo más drástica. Las cárceles se llenaron de jóvenes y a la menor sospecha se iba directo a los centros de tortura de La Cuarenta y el Kilómetro 9, el primero bajo las órdenes de Abbes García y el segundo bajo jurisdicción y cuidado de oficiales de la Aviación Militar. Miles de dominicanos de todas las edades y sexos murieron allí por los efectos de los golpes y el suplicio más sofisticado entre junio de 1959 y los dos años siguientes.
El 30 de mayo el Generalísimo fue víctima de su propia violencia. Mientras se dirigía, en horas de la noche, en la sola compañía de su fiel chofer, el capitán Zacarías de la Cruz, a su residencia campestre de su natal San Cristóbal, ubicada a unos 20 kilómetros al este de la capital, su automóvil Chevrolet modelo 1957, fue interceptado por un grupo de conspiradores conformado por amigos y colaboradores, que le dio muerte a balazos. Después de ser pateado, el cadáver de Trujillo fue depositado en el baúl del automóvil de uno de sus matadores y conducido a una residencia, donde horas más tarde sería encontrado por los agentes del SIM.
El atentado desató una cruenta cacería que culminó días después con el asesinato de los implicados y el encarcelamiento de los familiares de éstos. Pero permitió, asimismo, el inicio de un período de transición que concluiría siete meses después con la instalación de un Consejo de Estado de siete miembros encabezado por el presidente Balaguer, quien ya había sido juramentado como tal el 3 de agosto de 1960, en un intento inútil de Trujillo por detener el proceso diplomático que conllevaría a la imposición de sanciones en su contra.
Formalmente, la Era de Trujillo estaba liquidada. Sin embargo, la huella profunda de su puño de hierro quedaría marcada por años en el desenvolvimiento de la vida del país. Luego de meses de inestabilidad, que obligaron a Balaguer a marcharse al exilio en marzo de 1962 en medio de violentos enfrentamientos callejeros, los dominicanos eligieron su primer gobierno democrático el 20 de diciembre de ese mismo año. La presidencia de Juan Bosch, un líder del exilio antitrujillista de ideas muy liberales para una nación marcada por el oscurantismo y la ignorancia política de tres décadas de tiranía, solo duró siete meses. En la madrugada del 25 de septiembre de 1963 Bosch fue derrocado por un golpe de estado militar derechista que instaló en su lugar un Triunvirato.
Entre finales de noviembre y diciembre, el gobierno de facto enfrentó una fuerte oposición, que incluyó un alzamiento guerrillero encabezado por la dirigencia del 14 de Junio, la organización formada cuatro años atrás a raíz de las expediciones guerrilleras de 1959. La insurrección fue rápidamente diezmada y sus principales líderes asesinados, entre ellos su comandante en jefe, doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo), viudo de Minerva Mirabal, la mayor de las tres hermanas asesinadas por los esbirros de Trujillo en noviembre de 1960.
Dominado por la corrupción, el Triunvirato se vio pronto objeto de numerosas conspiraciones civiles y militares. El sábado 24 de abril de 1965, un movimiento militar que abogaba por el retorno de Bosch al poder degeneró en una rebelión popular que provocó una intervención militar de los Estados Unidos. A comienzo de mayo había ya en el territorio nacional más de cuarenta mil soldados estadounidenses, intervención a la que la OEA confirió después un carácter multilateral creando una Fuerza Interamericana de Paz (FIP), a la que se agregaron tropas simbólicas de Brasil, Costa Rica, Nicaragua y Paraguay.
Tras cruentos combates, con un saldo estimado de varios miles de muertos, las partes en conflicto llegaron a un acuerdo que puso fin a las hostilidades. El primero de junio del año siguiente, 1966, se celebraron nuevamente elecciones con la presencia de las fuerzas de ocupación. Balaguer, que había regresado del exilio, fue electo Presidente de la República frente a un Bosch que apenas pudo realizar campaña bajo fuertes presiones y amenazas de sus enemigos en el Ejército y la derecha radical.
Tras varias reelecciones, todas ellas denunciadas como fraudulentas por sus opositores, y un breve interludio de ocho años en la oposición, entre 1978 y 1986, Balaguer seguía siendo Presidente de la República en 1996, cuando se editó esta obra.