“No hay peligro en seguirme”
Rafael Leonidas Trujillo Molina
“Desgraciadamente hay momentos en que la violencia es la única
manera con la que puede asegurarse la justicia social”.
T.S. Elliot
Las expediciones armadas precipitarían lo que ya parecía inevitable; el rompimiento de relaciones entre Cuba y la República Dominicana.
Los vínculos diplomáticos y comerciales entre la dictadura de Trujillo y el gobierno democrático de Rómulo Betancourt estaban quebrados desde semanas atrás. El gobierno venezolano, invocando el derecho internacional, había retirado su embajador de la capital dominicana, en medio de graves acusaciones de complicidad del régimen trujillista en conspiraciones descubiertas por las autoridades de Caracas. Las relaciones de Trujillo con otros líderes del continente se encontraban en su nivel más bajo. Varias cancillerías de Centro y Suramérica se hallaban inmersas en procesos de revaluación de sus nexos con la vieja tiranía dominicana.
El martes 16, dos días después de la llegada del primer grupo de combatientes, la oficina de prensa del Palacio presidencial distribuyó el primero de una larga lista de comunicados negando la ocurrencia del hecho o de cualquier otro acontecimiento anormal en el país. Se refería a un despacho de la agencia norteamericana UPI, difundido ese mismo día, desglosando un informe del diario cubano Revolución, del Movimiento 26 de Julio, según el cual había estallado una revolución en territorio dominicano. Tanto esa información como la de que elementos revolucionarios estuvieran recibiendo amplio apoyo del pueblo eran “completamente ridículas”. El pueblo, añadía la nota oficial, está compacto detrás del Gobierno organizado por el generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina desde 1930 y cualquier intento de alteración de la paz en la República Dominicana estaría condenado al fracaso”.
Se consideraba también “ridículo” el que una agencia tomara en cuenta “una serie de mentiras gastadas a fuerza de ser repetidas”, indicando que los exiliados dominicanos eran “un puñado de aventureros desconocidos” en el país, a quienes nadie seguiría. Insistía en la existencia de un ambiente de absoluta calma en el país, con las actividades comerciales, sociales y políticas desenvolviéndose en forma normal. Las informaciones sobre revoluciones eran, de acuerdo con el Gobierno, capítulos de “novela del espacio para gente ociosa o propensa a las historietas por entregas”.
Tres días después, el viernes 19, el secretario de las Fuerzas Armadas, teniente general Virgilio García Trujillo, hizo una insólita declaración, entregada por el Palacio Nacional a las agencias internacionales y difundida por La Voz Dominicana. Comenzaba agradeciendo a la UPI la transmisión de un despacho procedente de San Juan, Puerto Rico, dando cuenta de la llegada del primer grupo de combatientes por Constanza, lo que le obligaba a poner en estado de alerta a las fuerzas de aire, mar y tierra.
También revelaba que en una carta recibida por el SIM se avisaba desde Cuba a las autoridades que un grupo de comandantes de ese país, identificados únicamente por sus apellidos Fajardo, Ochoa, Calleja, López y Cuetico, así como el teniente Enrique Betancourt y el ingeniero Alejandro Guzmán, eran los entrenadores de un cuerpo de invasión a distintas partes de Centroamérica y el Caribe”.
Aunque constituía una admisión tácita de la existencia de un movimiento armado contra Trujillo, cosa que se insistía en negar, la declaración del secretario de las Fuerzas Armadas no hacía mención directa alguna de la expedición del día catorce. Curiosamente, en cambio, parecía estar basada en la información obtenida de los interrogatorios al guerrillero apresado, Rafael Perelló, acerca del próximo desembarco por la costa norte, que habría de producirse al día siguiente, sábado veinte de junio.
La intervención del alto oficial incriminaba al gobierno revolucionario cubano como responsable de las acciones. Por ejemplo, señalaba que en el campamento donde se venían entrenando los combatientes, el comandante Fajardo solía formarlos en atención militar para decirles que dieran un paso adelante aquellos que no deseaban pelear. Cuando nadie daba ese paso, les dice que se alegra “porque tengo instrucciones de Fidel Castro de ahorcar al primero que lo haga”. La carta recibida desde Cuba por el SIM, según el secretario de las Fuerzas Armadas, identificaba la finca de “Las Mil Cumbres”, como el lugar de los entrenamientos, señalando además que los aviones destinados a esas operaciones subversivas acostumbraban a despegar de Manzanillo desde una pista situada en un potrero.
En la carta citada por el general García Trujillo también alegadamente se decía que Francisco Alberto Henríquez, alias Chito, asilado desde hacía tiempo en Cuba, se hallaba al servicio de Castro, encontrándose en Nueva York tratando de obtener de las autoridades norteamericanas permiso de residencia permanente “para servir mejor los intereses del comunismo internacional”, Henríquez tenía asignadas igualmente otras misiones en Canadá y Colombia con propósitos subversivos.
El comunicado del jefe militar haría públicos detalles por anticipado del desembarco que habría de registrarse al día siguiente, sábado veinte de junio, por Maimón y Estero Hondo, en la costa atlántica.
Por ejemplo, según la información recibida desde Cuba varios barcos habían salido para invadir “algunos países”, escoltados por un buque de guerra venezolano y una corbeta cubana. Las naves invasoras estaban pintadas de gris claro y gris oscuro, enarbolando la bandera norteamericana. También identificaba por sus apellidos a supuestos oficiales cubanos y venezolanos integrantes de esas expediciones, para las cuales los gobiernos de Caracas y La Habana suministraron una gran cantidad de armas y dinero.
Entre las armas que habría enviado el gobierno venezolano, figuraban fusiles Fal, de fabricación belga. Mientras las lanchas con los combatientes habrían salido del puerto cubano la Chiva. “Actualmente en Cuba”, remataba la declaración del general García Trujillo, “se está usando el sistema comunista de robarse los niños para entrenarlos”. Tal vez la prueba de ello sería la inclusión del niño Pablo Mirabal en el grupo.
El comunicado insistía en las actividades comunistas de “Chito” Henríquez, señalando que ya había sido jefe de grupos partidarios de esa ideología en el país, antes de exiliarse, y quien se encontraría dedicado a propagar que los Estados Unidos apoyaban a Castro “en las invasiones que se están llevando a cabo”. Con relación a denuncias recientes de costa Rica acerca de tráfico de armas a su territorio, la declaración refería que éstas habrían sido vendidas por el Gobierno de Trujillo al ex presidente Fulgencio Batista “encontrándose hoy en poder de Fidel Castro”.
A seguidas, la nota distribuida por el Palacio presidencial informaba por primera vez, con carácter oficial, del piloto Juan de Dios Ventura Simó. El oficial, ascendido a teniente coronel, se hallaría al lado del Gobierno habiéndosele ordenado “reportarse a Ciudad Trujillo para que esta tarde o mañana hable desde los micrófonos de La Voz Dominicana”. El Secretario de las Fuerzas Armadas prometió hacer las notificaciones necesarias a la prensa local para que publique las fotografías de este oficial “en los momentos en que hable ante los micrófonos”. Esta era la manera de convencer, a su juicio, a “los insensatos” de que el gobierno trujillista decía siempre la verdad, contrario a sus enemigos que “sólo se valen de la mistificación y de la mentira para sorprender la opinión extranjera”.
De acuerdo con esta nueva versión oficial del gobierno dominicano, Ventura Simó había estado en el exterior cumpliendo servicios especiales, “enviado precisamente para que trajera al país a los que se titulan exiliados ya que éstos se niegan a venir espontáneamente”. Y, por primera vez, se admitía, aunque casi de manera indirecta, la llegada de un grupo de expedicionarios. “La vigilancia militar”, agregaba, “no ha sido burlada como han afirmado voces irresponsables sino que el episodio de Constanza se redujo a un anzuelo que han mordido los incautos como se probará cuando la voz de Ventura Simó pueda ser escuchada desde la radio nacional en la tarde de hoy o en el curso del día de mañana”.
Seguramente, las informaciones sobre la presunta condición de doble agente de Ventura Simó fueron propaladas con el propósito de desmoralizar a las fuerzas expedicionarias que todavía luchaban en los macizos montañosos de la Cordillera Central, en Constanza, y a aquellas que se proponían desembarcar por la costa norte. Las autoridades presumían que los efectos sicológicos de esta revelación serían muy grandes si las transmisiones de La Voz Dominicana o de alguna estación extranjera adscrita a los servicios de las agencias de prensa, pudieran ser escuchadas por los guerrilleros del día catorce y los expedicionarios que navegaban en las lanchas Carmen Elsa y Tinima.
Se ha especulado en el sentido de que los servicios del coronel Abbes García no recibieron nunca la carta mencionada por el general García Trujillo y que las referencias a las actividades de “Chito” Henríquez y las relacionadas con los entrenamientos en el campamento “Las Mil Cumbres”, así como las demás informaciones ofrecidas, provinieran de los interrogatorios practicados a Rafael Perelló, el primero de los expedicionarios capturado por el gobierno que menciona el investigador Anselmo Brache Batista en su libro Constanza, Maimón y Estero Hondo, Testimonio e investigación sobre los acontecimientos, ya citado.
Apenas pocas horas después de que se divulgara la declaración del secretario de las Fuerzas Armadas, el canciller Porfirio Herrera Báez convocó a una conferencia de prensa para informar que exactamente a las 5:15 de la tarde de ese mismo día reunió en el palacio de la Cancillería a los miembros del cuerpo diplomático acreditado en Ciudad Trujillo para darles “la oportunidad de conocer personalmente” al teniente coronel Ventura Simó. Según dijera el ministro a la prensa, el oficial piloto acababa de regresar a la República Dominicana “después de cumplir una misión del Gobierno”.
En el comunicado escrito entregado a la prensa nacional e internacional, el Secretario de Estado de Relaciones Exteriores ofrecía la lista de embajadores y representantes diplomáticos presentes en dicha reunión. Ellos eran el de Estados Unidos, Josheph S. Farland; el de Argentina, Osvaldo Ángel Pombo; de Colombia, general Julio Londoño; de China (Taiwán), Lie Chao; de El Salvador, Gustavo A. Guerrero; de España, Alfredo Sánchez Bella, de Francia, Roger Monmayou; de Gran Bretaña, Wildred Solters McVittie; de Guatemala, coronel Ramiro García Asturias; de Haití, Vilfort Beauvior; de Italia, Pietro Solari; de Japón, Yutaka Konagaya; de Nicaragua, Alberto Salinas Muñoz; de Perú, Carlos Valera González; así como los Encargados de Negocios y Ministros Consejeros de la Nunciatura Apostólica, monseñor Luis Dossena; de México, Alberto Reyes Spínola; de Brasil, Francisco Hermógenes de Paula; y de Canadá, Ludovic Hudon.
En las primeras horas del día siguiente se dio a conocer el texto de otro comunicado oficial. El jefe de los servicios de inteligencia, coronel Abbes García, informaba ahora de la intercepción de otra carta procedente de Cuba, cuyo texto revelaba los preparativos de dos expediciones dirigidas a la República y Haití, procedentes de aquel país. Una de ellas partiría desde el puerto de Jauco, en la costa sur de Oriente, bajo la dirección del comandante Delio Gómez Ochoa. La otra estaría comandada por el capitán Eloy Panequez, por entonces jefe de la Segunda Estación de la Policía de La Habana. Esta última saldría desde Maisí para invadir la costa norte de Haití y penetrar luego a territorio dominicano.
Abbes García dijo que de acuerdo con las informaciones contenidas en la carta interceptada por sus agentes, el primer ministro Fidel Castro había simulado el nueve de junio en las ciudades de Bayamo y Holguín el licenciamiento de un considerable número de soldados rebeldes, con el objeto de llevar a cabo esas acciones. Los soldados supuestamente expulsados del ejército cubano eran en realidad objeto de una minuciosa clasificación “para escoger entre ellos a los más aptos” en la expediciones contra Trujillo. Según el jefe de espías dominicanos, los integrantes de los comandos subversivos estarían concentrados en ese momento en la zona de Guantánamo “para ser entrenados hasta que reciban la orden de partida”.
Mientras en el Palacio Nacional se difundía este nuevo comunicado, los buques de la Marina de Guerra avistaban las lanchas Carmen Elsa y Tinima abriendo fuego sobre ellas. Los P-51 y los Vampiros de la Aviación Militar seguirían minutos después con un ataque infernal sobre las pequeñas naves de los expedicionarios.
Los informes de nuevas actividades del exilio continuaron mortificando al Generalísimo por todo el resto del mes de junio, mientras se hacía inminente un rompimiento formal de las relaciones entre La Habana y Ciudad Trujillo. El jueves veinticinco, el coronel Abbes García entregó personalmente a su jefe la transcripción de una noticia difundida a las 10:10 a.m. de ese día, por Ondas Porteñas, de Puerto la Cruz, Venezuela. La versión proveniente de la Estación Monitora de la Dirección General de Telecomunicaciones, a las órdenes directas del SIM, informaba que jóvenes antitrujillistas continuaban saliendo hacia Cuba “con el objeto de unirse a las fuerzas que luchan contra el Gobierno” en la República Dominicana.
Aunque los revolucionarios dominicanos negaban que hubiera salido de allí alguna embarcación con propósitos de agregarse a fuerzas expedicionarias, la emisora venezolana indicaba, en cambio, que “casi todos los días se marchan grupos de jóvenes, con el propósito de unirse a los revolucionarios en el interior de ese país”. Unos eran venezolanos y el resto dominicanos que vivían exiliados desde hacía varios años. La información mencionaba a Enrique Jimenes Moya, quien había perdido la vida en acciones armadas en ese país.
Los métodos utilizados para asociarse a la insurrección eran diversos. Sin embargo, de acuerdo a informantes estudiantiles citados por Ondas Porteñas, los voluntarios preferentemente se embarcaban en aviones de líneas áreas comerciales con destino a Cuba. Una vez allí se les sometía a un intenso entrenamiento “en el arte de la guerra de guerrillas de la montaña”. Después de esto, se les concentra en otros lugares con el objeto de enviarlos más tarde a la República Dominicana. Según la emisora venezolana “algunos de ellos han salido ya para ese país”.
La lucha en el terreno de la propaganda se hacía más aguda por ambas partes. Mientras en Ciudad Trujillo se extraían ventajas publicitarias de las victorias militares contra los insurgentes, el exilio añadía al conflicto elementos de desinformación que tendían a confundir al régimen dictatorial dominicano y alentar la resistencia. Admitiendo que los revolucionarios que combatía con las armas al ejército confrontaban problemas derivados de la falta de comunicación y de otra naturaleza, sus emisiones radiales externaban la confianza en una pronta ayuda financiera, física y moral de los países latinoamericanos. Confiaban que en la República Dominicana se repitieran pronto las experiencias de Venezuela, Cuba y otras naciones del continente donde habían sido derrocados dictadores como Marcos Pérez Jiménez, Fulgencio Batista y muchos otros.
Una idea del alcance de ese esfuerzo en el campo de la propaganda, eran los siguientes párrafos de la transcripción de Ondas Porteñas que Abbes García puso ante los ojos de Trujillo: “El comienzo de la revolución contra el Gobierno dominicano”, decía, “ha soliviantado aquí los ánimos de tal forma que llega hasta casi pedir la intervención directa de Venezuela, especialmente en los círculos políticos y periodísticos”.
Venezuela había roto sus relaciones con la nación caribeña por causas de viejas diferencias, acentuadas en los últimos meses. El gobierno de Betancourt estaba recibiendo fuertes presiones internas de sectores cada vez más amplios inclinados a favorecer acciones más directas. El Presidente y su canciller Ignacio Luis Arcaya, habían insistido ante esas presiones que Venezuela no intervendría en los asuntos dominicanos.
Eso no impedía, según la emisión radial, que círculos de Caracas descritos como “extraoficiales” trabajaran intensamente en apoyo del movimiento revolucionario dominicano. Un ejemplo de esto último lo constituían las informaciones desplegadas en sus primeras páginas por los diarios Últimas Noticias, La Esfera y El Mundo que coincidían en la necesidad de prestar apoyo económico a los rebeldes dominicanos en su lucha contra la tiranía. Para esos fines abrían una campaña de recaudación de fondos solicitando a los lectores que depositaran desde ese día su colaboración.
Ondas Porteñas reseñaba la gran cantidad de espacio que los periódicos venezolanos, sin excepción, dedicaban a las noticias relacionadas con la lucha armada en la República Dominicana. Y resaltaba el hecho de que algunos de ellos restablecieran por su propia cuenta el nombre de la capital de ese país, llamándola Santo Domingo en vez de Ciudad Trujillo. La situación presentaba síntomas inquietantes para el Gobierno dominicano. La emisora terminaba diciendo: El nombre de Trujillo raramente se menciona aquí, sin ponerle el calificativo de tirano o el de dictador. Todos los partidos políticos y casi todos sus dirigentes, con excepción de los más allegados a Betancourt, habían declarado su apoyo a los revolucionarios. Los profesores y estudiantes de la Universidad Central de Caracas comenzaron una campaña para reunir fondos para la revolución dominicana desde hacía casi cinco meses, bajo la presidencia del rector doctor Francisco de Venanci.
Finalmente, en las postrimerías de junio, las relaciones entre Cuba y la República Dominicana siguieron el curso que ya habían tomado los vínculos del dictador antillano con el gobierno de Venezuela. El día 26 se anunció oficialmente en La Habana y en Washington el rompimiento con Trujillo.
Los días previos a la toma de tal decisión fueron los más agrios y difíciles en la historia de las relaciones entre las dos naciones del Caribe. Una transmisión de La Voz de la Victoria, de San José, Costa Rica, captada en Ciudad Trujillo a las 7:30 de la mañana del 27, transcrita y llevada de urgencia al Generalísimo, pareció ser el ingrediente que faltaba. Las relaciones bilaterales se habían vuelto pesadas desde el triunfo de la revolución de Castro, el primero de enero. La posición del primer ministro cubano era que Trujillo tenía que irse. Pero el clímax fue alcanzado dos semanas atrás cuando dos diplomáticos cubanos se vieron envueltos en un confuso tiroteo en la capital dominicana.
La emisora costarricense, haciendo un largo historial de esa crisis, se hizo eco de afirmaciones del canciller Raúl Roa en el sentido de que la represión bajo Trujillo se tornaba intolerable. Trujillo, decía, había tratado de imponer en Cuba apenas unos meses atrás los horrores a que sometía a su propio pueblo, enviando armas al régimen de Batista. Ahora, el gobierno revolucionario cubano “se ve compelido a denunciar la actual tragedia dominicana, culminación y secuela de una tiranía”.
Previamente, Roa remitió una carta a la Organización de los Estados Americanos anunciando la decisión de su país de cortar todo nexo con el régimen de Trujillo. La medida se debía no solamente a las “conocidas y reiteradas provocaciones y transgresiones de las reglas más elementales a la decencia internacional” por el régimen dominicano. Se debía también a la fuerte represión que las fuerzas armadas de ese país estaban llevando a cabo, “atropellando y bombardeando sin discriminación su propio territorio”. La intolerable acción de Trujillo representaba, según el canciller Roa, “un esfuerzo desesperado para suprimir con métodos totalitarios de guerra al pueblo dominicano en su alzamiento contra la opresión”.
El delegado cultural dominicano a cargo de la embajada en La Habana fue informado, simultáneamente, de la decisión en una nota cursada por el Ministerio de Relaciones Exteriores. Al mismo tiempo, se envió una carta separada a monseñor Luis Ventós, embajador de la Santa Sede y decano del cuerpo diplomático acreditado en La Habana, informándole del caso.
Las razones del rompimiento de nexos fueron enumeradas por la Cancillería cubana. Se fundamentaba, primero, en la negativa dominicana a devolver los aviones en los que Batista “y otros criminales de guerra” escaparon hacia ese país después de la caída del régimen, el primer día de enero de 1959. Segundo, en la negativa a conceder la extradición de “los criminales de guerra, incluyendo al propio Batista”, como había solicitado el gobierno revolucionario cubano. Y tercero, el ataque perpetrado contra la embajada de Cuba en Ciudad Trujillo, frente al cual la policía de ese país no adoptó ninguna medida para auxiliar a los diplomáticos que se encontraban allí, resultando el interior de la sede diplomática destruido.
La carta remitida por el canciller Roa al Consejo de la OEA aseguraba que Cuba procuró por todos los medios a su alcance “evitar” la suspensión de relaciones. Y a continuación señalaba que “en la República Dominicana se estaba dando “una trágica situación” en la que el pueblo vivía sometido a “una criminal acción militar aérea y naval en gran escala”.
Tan bárbara represión se había desatado “sin piedad contra una población civil indefensa”, por lo que acusaba al Gobierno dominicano de los más deplorables e inhumanos métodos de guerra, tortura, asesinato de prisioneros, bombardeos sin distinciones de zonas urbanas o rurales y otras acciones de similar naturaleza.
Ante tal situación, sentenciaba Roa, Cuba “no podía permanecer indiferente”.
La reacción de Trujillo no se dejó esperar. En los días siguientes, La Voz Dominicana emprendió una fuerte campaña de acusaciones y denuestos contra Castro y su ministro de Relaciones Exteriores, calificando frecuentemente al segundo de anormal y epiléptico.
El dos de julio se informó de la posibilidad de un ataque dominicano de represalia contra Cuba. Las agencias noticiosas difundieron un comunicado entregado en el Palacio Nacional según el cual altos funcionarios sostenían la tesis de que “una beligerancia franca” con el gobierno de Castro se produciría pronto “a causa de la creciente tensión política en el Caribe”. El despacho informativo agregaba que la guerra no era considerada inevitable en vista de las actividades de la OEA para el mantenimiento de la paz. A pesar de ello, los funcionarios dominicanos entendían que la guerra “no se puede descartar como fuerte posibilidad”.
Como de costumbre, Trujillo recibió la transcripción de la versión del comunicado ofrecida a las 5:30 de la tarde por la emisora CMQ, de La Habana, y se sintió satisfecho. Dentro de sus planes figuraba ahora el difundir la sensación de que un estado de guerra inminente amenazaba con incendiar a todo el Caribe. Esta impresión, se creía en Ciudad Trujillo, ayudaría a los esfuerzos diplomáticos que desplegaría el Generalísimo ante la OEA.
En Washington, entretanto, el jefe de la delegación dominicana ante la Organización de Estados Americanos, Virgilio Díaz Ordóñez, movía los primeros hilos para la convocatoria de una conferencia regional de los ministros de Relaciones Exteriores que conociera de las acusaciones contra los gobiernos de Rómulo Betancourt y Fidel Castro.
Aunque difícil de predecir en ese momento, la iniciativa desataría acontecimientos que tendrían en los meses siguientes efectos de un boomerang sobre la rígida estructura de poder que había sostenido la Era del “Benefactor” por espacio de tres décadas. Estaba a punto de empezar de este modo una de las más fieras batallas diplomáticas jamás librada en el seno de la organización regional. El esfuerzo señalaría el principio del fin de la más antigua tiranía americana y el fracaso total de su brillante servicio exterior que, hasta ese momento, había ganado para ella todas las causas.
Roto ya los nexos diplomáticos con Cuba y Venezuela, la posición del régimen trujillista parecía ir debilitándose en el seno de la organización. En Caracas, el canciller Arcaya calificaba, entre tanto, de “pintorescas y carentes de sentido común” las acusaciones de que en las invasiones de junio habían utilizado armas facilitadas por Venezuela. Tales imputaciones revelaban “el estado de desesperación” en que Trujillo se encuentra, al no hallar el respaldo de ningún país. Venezuela, afirmaba el ministro Arcaya, esperaba confiado la victoria de los revolucionarios dominicanos por representar “la causa de la democracia continental”.
Sin embargo, el canciller ofrecía garantías de que a pesar de este respaldo moral “no saldrá de Venezuela ninguna expedición contra ese país”. En centros revolucionarios de Caracas, empero, trascendió que jóvenes dominicanos residentes allí preparaban por su cuenta una fuerza revolucionaria. Naturalmente, esta última información destacada en la prensa venezolana nada tendría que ver con las seguridades brindadas por el ministro de Relaciones Exteriores.
Castro respondió a las imputaciones directas de Trujillo en una intervención televisiva la noche del dos de julio, que se prolongó hasta la madrugada del día siguiente.
Era una comparecencia en el programa “Ante la Prensa”, por CMQ-TV, al que todas las demás estaciones de radio y televisión de la isla se unieron en cadena. El maestro de ceremonias comenzó diciendo: Hemos escuchado La Voz Dominicanaque invitó al gobierno de los Estados Unidos a intervenir en los asuntos de Cuba por estimar muy débil la posición militar del país en la América Latina. Según el locutor, la agencia norteamericana AP había informado de sondeos entre distintas cancillerías para lograr una reunión de ministros de relaciones exteriores sobre los problemas del Caribe. Se preguntó al primer ministro cómo contemplaba la celebración de esta conferencia y cuál sería su actitud en ella.
Tendría que ser una actitud serena, respondió Castro, porque se trataba de “una turbia maniobra” para desacreditar al gobierno de Cuba. Y a seguidas pasó a explicar en qué consistía esa maniobra.
“Cuando a nosotros aquí nos bombardeaban con bombas de napalm que venían de Estados Unidos; cuando aquí a nosotros nos tiraban cohetes desde aviones de todo tipo que venían también del extranjero; cuando desde Santo Domingo llegaban barcos cargados de armas y aviones que fueron usados contra nuestro pueblo, que cortaron la vida de nuestros compatriotas; cuando ante todo el mundo nosotros estábamos proclamando lo que se estaba cometiendo contra nuestra patria; cuando aquí aparecían docenas de jóvenes asesinados en cualquier madrugada…, nunca se alzó una voz en la Organización de Estados Americanos ni en ninguna parte, ni se habló de convocatoria a Estados Unidos, sino que se hacían maniobras y se lanzaban cargos contra el gobierno revolucionario”.
Esos ataques e infundios, dijo Castro, comenzaron desde el primer día en que los prófugos desfilaron y se llevaron cuatro aviones cubanos, aviones que pertenecían a la República de Cuba. “Se los habían llevados robados de aquí e incautados por el Gobierno Dominicano”. Esta era una referencia a una de las tres causas señaladas por la Cancillería días antes para justificar la decisión de romper relaciones con la dictadura de Trujillo.
Tanto como una defensa de las posiciones cubanas, la intervención de Fidel Castro constituía un fiero ataque contra Trujillo. En Santo Domingo, expresó, se estaban asesinando ciudadanos. Ese país atravesaba por una situación difícil, después de veintinueve años sin libertad de prensa y sin derechos, como ocurría también en Nicaragua, como ocurrió por siete años durante el régimen de Batista en la propia Cuba y en otros países, situaciones frente a las cuales “no se invocó ningún derecho”.
Si llegara a haber guerra, razonaba el primer ministro, sería el fruto de “una provocación de Trujillo”. Si la hay “será contra nosotros”, no porque Cuba la proyectara contra nadie. Si se producía una agresión sería contra el gobierno revolucionario. “Nosotros no agrediremos a nadie”, afirmó, “y lo que se quiere es estar buscando el pretexto y estar fraguando la provocación para que Cuba caiga en un estado de guerra contra Santo Domingo”.
A juicio de Castro, ello justificaría una intervención de Estados Unidos o de la OEA, por lo que los cubanos no irán a dar ese pretexto. “Si a nosotros se nos agrede tendrá que ser una agresión clara ante el mundo entero, o sea, que tendrá que ser una agresión declarada, abierta y sin excusa, porque esa excusa no se la vamos a brindar”.
La posición de Cuba era muy diáfana, sostenía el primer ministro. “Si nos atacan en el territorio nacional, nos defenderemos dentro de nuestro territorio, pero no responderemos a ninguna agresión atacando el territorio de Santo Domingo”. ¿Por qué Cuba no haría esto último? El caso era que Santo Domingo “no es Trujillo, quién sí es un criminal y un gangster internacional”.
Resultaba claro para el gobernante cubano que la maniobra diplomática del dictador dominicano tenía el propósito de desviar la atención sobre lo que pasaba en su país. “Trujillo tiene una revolución interna”, dijo, y, además, “tiene que hacer todo lo que esté al alcance de sus manos para prolongar su régimen; tiene que hacerlo”. La lógica de la posición de su peligroso enemigo se sostenía en la máxima militar que consideraba la táctica más correcta atacar cuando se es objeto de un ataque; recurrir a la ofensiva en vez de irse a la defensiva. No obstante, según Castro, en las circunstancias presentes lo que valía era la táctica política, no la militar.
Con todo, la amenaza de una agresión trujillista no preocupaba a Cuba. A decir de Castro, aún si todas las tropas y todos los mercenarios al servicio del tirano dominicano, y los que tienen en el mundo entero, se juntaran y desembarcaran en Cuba “no le vamos a pedir ayuda a nadie”. Los cubanos tenían con que defenderse. “Tenemos pueblo con que pelear aquí, que es lo que decide en una guerra y tenemos moral e idealismo para pelear, que es lo que decide una derrota”.
El gobierno revolucionario defendería el territorio de la isla en la eventualidad de una agresión, pero no iría con sus aviones a atacar a otro país. Trujillo debía tener presente que “por cada bomba que se tire aquí crecerá la simpatía a favor de nuestra revolución, y mientras más bombas tiren más fuertes seremos aquí adentro y más fuertes seremos ante el mundo entero”.
Castro se quejó de que la investigación por parte de los organismos de la OEA debía hacerse en la República Dominicana y no en Cuba, cosa que él no permitiría. “Cuba no acepta ni aceptará ningún modo de intervención, ni siquiera de investigación”, expresó. “El territorio de Cuba no nos lo investiga nadie. El territorio de Cuba lo investigamos nosotros”. Lo que debía hacer la OEA era preocuparse por la suerte corrida por los combatientes dominicanos.
Se sabía, por ejemplo, que “en el territorio del Chacal dominicano los asesinatos de prisioneros” eran cosas muy conocidas. Y resultaba que debido a esos asesinatos no quedaban ya allí prisioneros. “Si se exterminó a todos los rebeldes y no hay un solo prisionero, que vayan e investiguen allí”, siguió diciendo el premier cubano. “Que se investiguen las expediciones que se están organizando allí; que se investiguen la ayuda a los mercenarios que tiene el tirano”…
Trujillo no escuchó la intervención del líder cubano. Pero a las seis de la mañana del día siguiente, tres de julio, tenía sobre su escritorio la transcripción completa de la larga entrevista. Su rostro se fue tornando rojo a medida que el coronel Abbes García avanzaba en la lectura sobre el texto.
-Pendejo…, es un pendejo…, maricón…, eso es lo que es. ¡Hay que acabarlo! Gritó colérico, manoteando sobre el pliego de hojas que leía su fiel y sádico jefe de seguridad.