“Volarán sesos y barbas como mariposas”
Fragmento de una frase pronunciada por Trujillo como advertencia a los expedicionarios.
Desde un primer momento los esfuerzos del Gobierno estuvieron dirigidos a ocultar el fuerte impacto de las acciones armadas. Ciertamente, la llegada de los dos grupos de expedicionarios el domingo 14 y el sábado 20 de junio lo había tomado desprevenido. Los servicios de seguridad a cargo del temible coronel Jhonny Abbes García tenían desde meses atrás montones de informes previos de preparativos armados contra Trujillo, pero muchos de ellos se contradecían entre sí. Los embajadores en el exterior competían para ganarse los favores del Generalísimo enviando voluminosos mensajes acerca de actividades clandestinas de exiliados. Toda esa información, lejos de aclarar el panorama había contribuido a confundir a los servicios de inteligencia.
Buena parte de los informes respondía a lo que estaba ocurriendo en el exterior. Sin embargo, muchos otros estaban basados en suposiciones, rumores, imprecisas informaciones diplomáticas y periodísticas y chismes de salón. Desde la relativa comodidad que a los diplomáticos del régimen les ofrecían las bien remuneradas misiones en el exterior, estos despachos enviados por valija diplomática representaban la oportunidad de añadir lauros a sus gestiones personales. Con ello perseguían mantenerse en gracia con “El Jefe” y, por supuesto, preservar sus posiciones. Los exclusivos y privilegiados miembros de esta pequeña élite al servicio de la tiranía encontraban en el contexto de esta nueva crisis una excepcional ocasión de ofrecerle un poco de libertad a sus fantasías.
Trujillo y Abbes García estaban perfectamente al tanto de las actividades de sus enemigos, pero carecían de información precisa respecto de cuándo se producirían las acciones. En el pasado reciente, advertencias sobre invasiones inminentes habían resultado falsas. En consecuencia, la respuesta militar a la ofensiva expedicionaria había sido lenta y carente de cohesión. Las fuerzas regulares de Trujillo no parecían disponer de un plan coordinado previamente concebido. La contraofensiva se manifestó, por consiguiente, inadecuada y falta de objetivos estratégicos.
Estas observaciones se ajustan a las informaciones disponibles de la época. Anselmo Brache Batista, quien ha dedicado muchos años a la reconstrucción de esos episodios, estima que solamente Trujillo, Ramfis (su hijo mayor) y Abbes García, poseían conocimiento de los planes de una invasión armada desde Cuba. “Lo que no sabían era la fecha, ni el sitio exacto”. El investigador admite que el servicio de espionaje informaba nombres de organizadores, expedicionarios y hasta fotos con centros de actividades contra el régimen. “El jefe del SIM semanalmente daba fechas ‘exactas’ de la incursión armada, provocando acuartelamientos. De modo que el estado de alerta se fue desacreditando, quedando como rutina”.*
El hijo mayor del Generalísimo confirma la apreciación. En fragmentos conocidos de lo que se cree un borrador auténtico de sus memorias, el general de cuatro estrellas Rafael Leonidas Trujillo Martínez (Ramfis), a la sazón Jefe de Estado Mayor General conjunto de las Fuerzas Armadas, relata lo siguiente:
“Desde hacía más de un año, antes de ser derrocado el gobierno que presidía el general Fulgencio Batista, en Cuba, el Servicio de Inteligencia de la República Dominicana tenía conocimiento de que un grupo de dominicanos desafectos al régimen trataba de llegar por Constanza, para iniciar una guerra de guerrillas semejante a la que estaba desarrollando Fidel Castro en Cuba en aquellos momentos. Por esta razón, el Generalísimo había ordenado destacar un batallón del Ejército en Constanza, el cual se encontraba alojado no tan solo en la fortaleza, sino también parte del mismo en la casa que utilizan los ayudantes militares para su alojamiento en Constanza, al lado de la mansión presidencial, por la proximidad de este lugar al aeródromo local”.
*Anselmo Brache Batista, Constanza, Maimón y Estero Hondo, Testimonios e investigación sobre los acontecimientos. (Segunda edición ampliada y corregida. Editora Taller, Santo Domingo, pág. 87).
Los informes casi semanales de Abbes García sobre la inminencia de invasiones, a juicio de Ramfis, sólo consiguieron confundir a las Fuerzas Armadas. Los acuartelamientos de unidades se habían convertido en medidas rutinarias, debido a las falsas alarmas. La imaginación del jefe de inteligencia “no escatimaba días para indicarlos como el posiblemente escogido por los enemigos para realizar la invasión”. Ramfis recordaría el comentario de un oficial general al coronel Abbes García: “Vamos a ver si no se te ocurre decir mañana que viene la invasión, pues es el día de mi cumpleaños”.
Ramfis tenía dudas acerca de la confiabilidad de estos informes de inteligencia. Apenas unos días antes había participado en una inspección del lugar, acompañando al Generalísimo y al entonces jefe de Estado Mayor del Ejército, general Máximo Bonetti Burgos. Esa inspección fue iniciada en Ocoa, pasando por Valle Nuevo, hasta Constanza. En el recorrido, el Generalísimo hizo observaciones pertinentes en cuanto a diversos aspectos de la guarnición, puso en libertad algunos soldados que se encontraban para consejo de guerra y tomó otra medidas. “Realmente, conociendo bien a Constanza”, observaría luego Ramfis, “no me podía imaginar que a nadie se le pudiera ocurrir escoger aquel sitio para iniciar una guerra de guerrillas sin contar con una gran cooperación interna en dicho lugar”.
Las razones del escepticismo de Ramfis se basaban en lo que describía como “condiciones naturales muy desfavorables”, al carecer la zona de alimentos necesarios para subsistir largo tiempo, “como luego quedó demostrado”.
El hijo de Trujillo se limitó a aceptar la información como una “posibilidad”. Por eso admite en sus “memorias”, que dispuso “como única medida adicional a las dispuestas por el Generalísimo” montar en la pequeña torre del aeródromo una ametralladora calibre 50, que dominaba toda la pista.
Aunque nunca fueron publicados, los escritos de Ramfis han sido aceptados por muchos investigadores e historiadores dominicanos como documentos auténticos, supuestamente redactados en el período comprendido entre el asesinato de su padre, el 30 de mayo de 1961, y su propia muerte, en un aparatoso accidente de tránsito en una carretera en las proximidades de Madrid, donde se hallaba exiliado, ocho años después, a mediados de diciembre de 1969. Algunos autores sostienen que Ramfis dictaba, para su redacción, estos hechos a su secretario particular, César Saillant, quien después denunciaría los crímenes de Ramfis y de la camarilla de adulones que le rodeaba.
El caos y la confusión caracterizaron las acciones militares contra los expedicionarios en los días siguientes a la llegada del primer grupo de combatientes, la tarde del domingo 14. El desembarco del segundo grupo, seis días después, por las bahías de Maimón y Estero Hondo, en la costa atlántica, encontró a Trujillo mejor preparado. Tantos días entre una acción y otra permitió a sus fuerzas concentrarse primero en un solo foco con mayor efectividad. Para el 20, ya estaba prevenido y la aviación atacó a su antojo las embarcaciones, causando grandes bajas en la playa. Los primeros resultados indicaban la imposibilidad de una victoria militar por parte de los expedicionarios.
Pero Trujillo temía a la posibilidad de que pequeños reductos lograran establecerse y crearan focos guerrilleros permanentes. La reciente experiencia cubana resultaba para él intolerable.
El peligro consistía en que una acción insurgente con “chances” de permanencia pudiera estimular la oposición interna en las ciudades del país, poniendo en situación incómoda al gobierno.
En los primeros días de lucha, los tropiezos y la ausencia de golpes efectivos concretos y espectaculares contra los combatientes indujeron al régimen a mantener un absoluto silencio acerca de las actividades militares. Frente a las informaciones difundidas en el exterior, dando cuenta de victorias militares de los insurgentes, el gobierno insistió en los días siguientes al primer desembarco en que la situación del país era de absoluta normalidad.
El martes 23, Trujillo cambió de táctica. Ese día, el Palacio Nacional difundió a las agencias internacionales de prensa un boletín, según el cual una “fuente militar autorizada” informaba que en horas de esa misma mañana, en una loma de Constanza, se había recogido el cadáver del capitán Enrique Jimenes Moya, “quien huía de la persecución de patrullas de las Fuerzas Armadas nacionales”. La nota resaltaba que el guerrillero había sido identificado como “comandante de una alegada expedición contra el Gobierno dominicano, según fuentes de exiliados dominicanos en Caracas, Nueva York y La Habana”.
También informaba de la muerte en combate de otros expedicionarios: “Cadáveres de fugitivos hallados hoy por las patrullas de las Fuerzas Armadas en otro lugar fueron los de Manuel José del Orbe, Octavio Augusto Mejía Ricart, José Horacio Rodríguez, un doctor García Bencosme, otro doctor Alvarez de quien se afirma era dentista, y otro doctor Felipe Maduro Sanabia”. La fuente militar informó, asimismo, del hallazgo de “otros cadáveres no identificados”, señalando que “la fuerza que pretendió fomentar una revuelta armada en el territorio nacional ha sido completamente exterminada, habiendo muerto todos sus integrantes”.
Añadía una breve e inventada reseña biográfica de Jimenes Moya, indicando que poseía en el país y en Colombia “antecedentes penales que ensombrecieron la vida de su padre quien murió a causa de ello”. Según el parte militar, en la escuela religiosa donde estudió en la República Dominicana, Jimenes Moya “se convirtió en delincuente juvenil robándole al sacerdote que dirigía la enseñanza”. Sacado del país por su padre, en Colombia habría falsificado la firma de éste por determinadas sumas de dinero, lo cual determinaría que el señor Jimenes padre se suicidara avergonzado, agregaba.
La información militar sobre el comandante de la expedición no aportaba pruebas de ningún género sobre tales acusaciones. Trujillo recurría a expedientes manidos. En efecto, tal clase de detracción era muy típica de la táctica trujillista para desacreditar a sus adversarios. En esta ocasión parecía dirigida también a indisponer a los insurgentes ante la jerarquía eclesiástica y granjearle a los primeros antipatías en la grey católica, mayoría entre todas las denominaciones religiosas.
Durante todo el día 23, La Voz Dominicana, la radiotelevisora oficial propiedad del teniente general José Arismendy Trujillo Molina, (Petán), hermano del Generalísimo, difundió una información más amplia redactada en la oficina de prensa del Palacio Nacional. En ella se daba cuenta, según fuentes autorizadas del gobierno, que los combatientes llegados por la costa norte “navegaron escoltados” por las fragatas de la Marina de Guerra cubana José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez, hasta setenta millas de las costas de la República. Indicaba asimismo que los “invasores” desembarcaron en dos lanchas rápidas marca Christ Craft, nombradas Carmen Elsa y Tinima, enarbolando la bandera norteamericana, tal como hicieron los expedicionarios de Cayo Confites, en 1947.
La transmisión oficial informaba de una traición que condenó la suerte de los expedicionarios. “La misma fuente expresó que las fragatas cubanas abastecieron de agua y comida durante el trayecto a los invasores y que personas que venían en las fragatas y volvieron en ellas a sus bases transmitieron informaciones indirectamente al Gobierno dominicano”, decía el parte noticioso. Por esta razón se permitió a los invasores llegar hasta cerca de las cosas, donde fueron atacados y ametrallados, primero por la Marina de Guerra y luego por la Aviación Militar, hasta incendiar y hundir las lanchas. Se atribuía a “testigos oculares del ataque” haber dicho que la acción había generado “un infierno de fuego” en el lugar.
La radiotelevisora oficial informaba también que algunos combatientes habían logrado escapar al bombardeo, alcanzando tierra a nado e internándose en los montes, a los que centenares de campesinos armados de machetes que cubrían toda la zona mataron rápidamente, “hallándose avanzado hoy el proceso de recolección de cadáveres”. En relación con el aviso dado a las autoridades desde las fragatas cubanas, el boletín concluía en que estaba conectado “con la acción del teniente coronel Juan de Dios Ventura Simó, quien condujo al primer grupo invasor a Constanza y luego avisó sus posiciones a las Fuerzas Armadas”.
No se ha podido establecer realmente si los expedicionarios de la costa norte fueron vendidos a Trujillo. Pero los ocupantes de las dos lanchas comenzaron a confrontar serios problemas desde el lunes 15 de junio y se discutió entre ellos la posibilidad de regresar a Cuba. El desembarco estaba originalmente previsto en la madrugada del lunes 15, horas después del aterrizaje del primer grupo en Constanza. El investigador Anselmo Brache Batista relataría muchos años después que en la Carmen Elsa se percataban que el desembarco no podía ser esa madrugada como se había planificado: “No se veía costa por ninguna parte. Apagaron las maquinarias en horas de la mañana. No sabían qué hacer, si continuar hacia donde creían que era el desembarco o volver al punto de partida. En otras palabras, no sabían que rumbo o solución debían tomar. Ya se hablaba de traición. La embarcación daba tumbos y las condiciones físicas empeoraban por los vómitos y la deshidratación”.
Entonces habrían decidido dar marcha atrás, después de haber estado girando en círculos. El combustible se les agotó a las diez de la noche, quedando completamente al garete. La Tinima no se veía en los alrededores y atravesaban una situación de angustia. Fue el momento en que optaron por enviar un S.O.S. llamando a Picúa, Tintorera y Tiburón, que eran en realidad las fragatas cubanas, Antonio Maceo, José Martí y Máximo Gómez.
Esta versión fue tomada de Constanza, Maimón y Estero Hondo. Testimonios e investigación sobre los acontecimientos. Editora Taller, segunda edición ampliada y corregida. 1993. Santo Domingo, pág. 91. El autor relata los duros inconvenientes sufridos por los ocupantes de las dos embarcaciones en su trayecto hacia la costa dominicana. Aproximadamente a las dos de la mañana del día 16, dice, el S.O.S. lanzado poco antes fue captado y retransmitido por un “incrédulo” radioaficionado de La Habana. La Tinima se había perdido de vista. A las nueve de la mañana, la marina cubana respondió el llamado de socorro pidiendo que se le indicara la posición para el rescate. El día entero transcurrió “entre angustias”, mientras la sed atormentaba “hasta el punto de pensar en cosas descabelladas”. A partir de las seis de la tarde, se agregó un mal tiempo. Un avión militar cubano sobrevoló las aguas dominicanas, localizando la nave a la deriva e informando a su base la posición. De pronto, un potente haz de luz cegó momentáneamente a los ocupantes de la Carmen Elsa, lo que hizo creer que habían sido descubiertos. Era, sin embargo, una de las fragatas cubanas que ayudó a remolcarlos, en medio de la mar agitada. Debido a las sospechas que existían ya sobre uno de los tripulantes, apodado El Griego, a quien se responsabilizaba de muchas de las fallas en la navegación, se le confinó en uno de los camarotes. (Brache. Obra citada. Págs. 93 y 94).
Tras el hermetismo de los primeros días, los servicios de información de Trujillo comenzaron a desplegar una amplia ofensiva en el campo de la propaganda. El día 24, el Palacio Nacional entregó a las agencias internacionales de noticias un nuevo despacho. Esta vez, el esfuerzo estaba dirigido a imprimirle un sesgo ideológico a la expedición. Se decía que en la mochila de Jimenes Moya, recogida por efectivos del ejército junto a su cadáver, se encontraron ejemplares de libros de “tendencia comunista”. Se citaba específicamente los títulos El materialismo histórico, de F.V. Konstantinov, miembro de la Academia de Ciencias de la URSS, y ¿Cómo ser un buen comunista? De Liu Shao-Chi, presidente del partido comunista chino. Este hallazgo habría dado, según la información, “mayor impulso a la certeza que tienen los propietarios rurales y los sindicatos, instruidos dentro del espíritu social católico romano en este país, de que los invasores de la República Dominicana se proponían destruir el régimen social y económico liberal desarrollado en el país durante los años de dirección del generalísimo Trujillo”.
En las mochilas de otros compañeros de armas de Jimenes Moya, que también habían sucumbido “a manos de campesinos y soldados”, el parte oficial informaba el hallazgo de “folletos y hojas de propaganda calcados en la literatura sobre la llamada reforma agraria cubana”. La nota propagandística hacía aquí un fuerte ejercicio de valoración moral, advirtiendo que “bien nutridos y con un nivel de alfabetización más elevado que en muchos otros países de América, los agricultores y criadores de ganado dominicanos, consideran al generalísimo Trujillo como un líder insustituible, y analizan la llamada reforma agraria cubana como una pestilencia comunista”.
Por lo regular, estos excesos retóricos de la propaganda trujillista encontraban escaso eco en los medios informativos internacionales. Duchos en el oficio, los corresponsales se concretaban a informar, casi siempre, sobre aquellos elementos que tenían un valor noticioso. Así resultó con el dato sobre otros cuatro cadáveres de expedicionarios muertos a palos y machetazos, encontrados en Punta Rucia, Puerto Plata, e identificados como Francisco José Aponte Willer, Osvaldo Ros Thomén, Héctor Enrique Ramírez Castillo y Mario Gómez Montás, de nacionalidad dominicana. Los cuatro habrían sido ultimados por patrullas campesinas, tras alcanzar tierra a nado, luego de que las lanchas fueran hundidas por los ataques aéreos.
Contrario a lo que ocurrió con el desembarco del sábado 20, la llegada el primer grupo, por Constanza, no produjo reacciones bélicas importantes en las horas subsiguientes al domingo 14 de junio. Anselmo Brache Batista narra que el generalísimo Trujillo preguntaba a su hijo Ramfis “¿Qué clase de invasión es ésta? No ha habido muertos en los encuentros, ni prisioneros y ya han pasado veinticuatro horas. Este tuvo que acceder a que su padre enviara a uno de sus oficiales viejos, el general Mélido Marte. También había encomendado una patrulla al veterano mercenario Vladimir Cessen (yugoslavo croata). No sabemos quién lo hizo, pero por pura coincidencia hoy se tomaba el primer prisionero, posiblemente del grupito del capitán Nene López”. (Brache. Obra citada. Pág. 95).
El primer expedicionario capturado por las fuerzas regulares fue Rafael Perelló, después de haber perdido el cerrojo de su fusil. Brache Batista cuenta que, al sentirse imposibilitado, el combatiente “se quedó entreteniendo a las tropas, sobre las que se lanzó con su cuchillo, para que sus compañeros se retiraran. En el intercambio de disparos de esos momentos murió un soldado”. La captura de Perelló daría a las autoridades una visión más clara de los acontecimientos y los propósitos de los insurgentes. Tan pronto se informó a la base de San Isidro de su captura se envió un avión a buscarle. “Todos los oficiales del Estado Mayor Conjunto, miembros de la Base y otros militares esperaban ansiosos. El prisionero era trasladado en medio de la vocinglería de la soldadesca, al despacho del general Fernando A. Sánchez hijo (Tunti) para interrogatorios, donde hubo una larga sesión encabezada por el mismo Ramfis”. (Ibid. Pág. 95).
Aparentemente, Perelló declaró “con mucha naturalidad sobre el desembarco marítimo”, y aunque no sabía el sitio lo creía ya efectuado. Mencionaría con la identidad del piloto venezolano que condujo el aparato, la presencia de un piloto dominicano en la cabina del avión, a quien no conocía pues éste no había participado en los entrenamientos de Mil Cumbres, Cuba, “pero que al final había decidido bajar a tierra con ellos”. Basándose en sus investigaciones y en la publicación de diarios de los expedicionarios, Brache Batista sostiene que los oficiales quedaron estupefactos cuando el prisionero identificó una de las fotos que le mostraron como el hombre que hizo de copiloto de la aeronave. Fue la primera información de que Ventura Simó formaba parte de aquel grupo. De ese modo, los interrogatorios permitieron a Trujillo determinar la existencia de una nueva expedición en marcha. A seguidas, el investigador hace una descripción estremecedora de los tormentos a que fue sometido este guerrillero.
Terminado este interrogatorio Perelló fue entregado a los verdugos, coronel Johnny Abbes y mayor César Báez (cada uno dirigía un centro de torturas o de exterminio, llamados La 40 y El 9, respectivamente), “donde nuevamente fue sometido a interrogatorios y crudelísimos tratos con el fin de ampliar sus declaraciones, pero también con sádico goce ya que grabaron sus quejidos y alaridos mientras se estremecía en la silla eléctrica para que Ramfis los oyese. El que más lo disfrutó fue Pirulo Sánchez Rubirosa (miembro del clan de Ramfis. N.A.), quien se encerraba con la grabación en la oficina. Varias veces patéticamente el condenado pidió que lo matasen y no le apretasen sus genitales, pero estos monstruos le decían que así sería muy fácil, mientras seguían. Al fin y al cabo la confesión fue la misma que hizo en el primer interrogatorio” (Ibid. Págs. 95-96).
La captura de las mochilas de los expedicionarios muertos, especialmente la del comandante Jimenes Moya, sería de una enorme utilidad a las fuerzas del Gobierno en la lucha contra los insurgentes. Se encontraron allí numerosos datos interesantes, mapas e información sobre la ruta que había seguido el C-46 desde Cuba al territorio dominicano, así como claves y otros documentos.
A Ramfis le llamó especialmente la atención el texto de una carta hallada en la mochila de Jimenes Moya. Había sido escrita por un ex teniente del ejército, de apellido Rojas, asilado en la embajada del Ecuador en ciudad Trujillo. En ella se hacían sugerencias muy pertinentes de cómo debían llevarse a cabo algunos ataques.
Las Fuerzas Armadas sacaron la conclusión, por esta carta de Rojas, de que el plan de los expedicionarios era provocar la concentración de tropas en Constanza, para facilitar el ataque principal por la costa norte. En la misma se recomendaba: “Conociendo al Generalísimo, hay que efectuar el desembarco por tres puntos diferentes, lo que hará que las Fuerzas Armadas dominicanas se concentren en el primer punto con todas sus fuerzas y facilitará la acción de los demás, tomando así una cabeza de playa”. Ramfis quedó impresionado de la lectura.
En escritos aceptados como parte de sus memorias inconclusas, el hijo del tirano dice: “Cuando leí esta carta y el tecnicismo empleado por el ex teniente, me pareció exactamente una cátedra de un profesor militar dando instrucción de cómo se efectúa un desembarco. Me daba la impresión de que las unidades que iban a entrar en acción de parte del enemigo eran unidades que pertenecían a una de las grandes potencias, pues su relato parecía sacado de un libro de estudios militares y no de la razón lógica con que hay que obrar en nuestros países, pequeños, sin recursos, donde el valor personal vale más que las palabras y la táctica moderna”.
El jueves 21, la United Press International (UPI), transmitió un despacho fechado en la capital dominicana informando que el generalísimo Trujillo volvería del frente, tal vez ese mismo día, para poner al Congreso al tanto de la invasión. Citando la radio oficial, el despacho indicaba que Trujillo se hallaba en la zona de combate, en el valle del Cibao, donde una fuerza de invasión, apoyada por cubanos, había sido completamente exterminada, “en un infierno de fuego”. Incluía también el rechazo de la Marina de Guerra cubana a rumores de que la tripulación de la fragata se hubiera amotinado, hundiendo el barco.
Las diferentes organizaciones del exilio político dominicano en Estados Unidos y América Latina desplegaron una intensa ofensiva para presentar los informes procedentes de Ciudad Trujillo como falsos. Trujillo ripostó de inmediato. El viernes 25, la oficina de prensa del Gobierno, con asiento en el Palacio Nacional, entregó a los corresponsales internacionales un nuevo boletín calificando como “traficantes de muerte” a los líderes del exilio en Caracas, Nueva York, Washington y La Habana, quienes insistían en negar la destrucción de las expediciones armadas. Se refería específicamente a declaraciones formuladas en Washington por el portavoz de los exiliados, Alfonso Canto, rechazando las versiones sobre la muerte del comandante Jimenes Moya. Consideraba como “un cinismo y un acto de conducción al sacrificio de jóvenes inexpertos”, la actitud de los dirigentes del exilio.
La declaración del Gobierno ratificaba los informes ofrecidos con anterioridad acerca del curso de las acciones bélicas. “La destrucción de los invasores fue tal que la mayoría de los cadáveres se perdieron fragmentados en el mar”. En cuanto a Jimenes Moya, revelaba que el cuerpo había sido trasladado a Ciudad Trujillo donde se le fotografió y podía ser visto “por quien quisiera comprobar su identidad”.
La nota entregada a las agencias UPI, AP, AFP y REUTER acusaba a los líderes del exilio de haber hecho del mismo “una profesión lucrativa”. Los acusaba de no atreverse a enfrentar al Gobierno y de estar empeñados en “hacer más recolectas y enviar más víctimas al sacrificio para mantener en pie su productivo negocio”. Según el boletín oficial del Gobierno del viernes 25 de junio, el alegado cinismo y la supuesta falta de escrúpulos de los dirigentes del exilio habían llegado al extremo de fingir una retransmisión de una inexistente radio rebelde dominicana desde una estación de Caracas. En ella habían difundido una voz que pretendía ser la de Jimenes Moya, no obstante encontrarse este muerto desde el martes. A juicio del gobierno, tratábase de una falsificación “macabra” que demostraba “cómo los autores de la propaganda y la agitación subversivas no se detienen ante nada para alcanzar sus fines”.
En el mismo parte, las autoridades informaban sobre más cadáveres de expedicionarios ultimados por los campesinos con palos y machetes, encontrados en Maimón, Puerto Plata. A la lista de los caídos se agregaban otros nombres: Francisco José Grullón Martínez, Saturnino Rizek, Ramón Alfonso Suárez, Diego Avila Pilier, Persio Grullón Castro, José Meson Acosta, Enrique Belliard Sosa, Freddy Guerra, Alejandro Báez y Báez, Ramón Aníbal Castro Sánchez, Manuel Delgado López, Rubén Cordero García, Danilo Valdez Borges y Jesús Bienvenido del Castillo Díaz.
Dos días más tarde, Trujillo dio otra muestra de su enorme capacidad de manipulación propagandística. La oficina de prensa de la Presidencia, bajo las órdenes del coronel Abbes García, reveló que familiares de expedicionarios muertos en acción estaban consultando abogados internacionalistas para reclamar indemnizaciones al gobierno de Cuba. Según el parte, los deudos consideraban al régimen revolucionario de La Habana responsable de la muerte de sus parientes “al incitarlos, armarlos y enviarlos a una operación subversiva y suicida contra la República Dominicana, costándole ello la vida”.
Particularmente se hacía mención de José Antonio Jimenes, identificado como “rico ganadero de la región Este y tío del capitán Jimenes Moya, titulado jefe de los expedicionarios”. Este próspero hacendado se proponía hacer la reclamación a favor de la viuda e hijos de su sobrino ante el presidente cubano Manuel Urrutia, quien habría sacado “al hoy muerto Jimenes Moya de su hogar en Venezuela” y habría anunciado desde Cuba “su propósito de convertirlo en jefe de la revolución en Santo Domingo”. No era éste el único caso. Los internacionalistas Hernán Cruz Ayala y Juan Arce Medina, abogados de otro grupo de expedicionarios muertos, dijeron, según el parte, que las reclamaciones serían elevadas por intermedio de la Organización de los Estados Americanos.
Los esfuerzos propagandísticos de Trujillo y Abbes García parecían interminables. El mismo día 27, los servicios informativos del Gobierno dieron a conocer otra declaración según la cual fuentes militares sostenían que los rifles Fal, de fabricación belga, utilizados por los expedicionarios procedentes de Cuba, presentaban numeraciones borradas. Sin embargo, se habían conseguido finalmente cinco de esos fusiles con las numeraciones intactas. “Estas cifras”, decía el vocero militar, “permitirían que se pueda establecer con la fábrica belga quién fue el comprador de esas armas”.
El exilio tampoco se daba descanso. Desde tempranas horas de la mañana del día 27, grupos portando pancartas con consignas escritas de repudio a la dictadura trujillista comenzaron a congregarse frente al 1270 de Avenue of the Americas (Avenida de las Américas) o Sexta Avenida, del East Side de Manhattan, en cuya suite 300 funcionaba el Consulado Dominicano en Nueva York. A medida que avanzaban las horas, la multitud fue creciendo, impidiendo el paso de los empleados de la misión. Los funcionarios consulares pidieron protección adicional a la Policía y pronto la protesta degeneró en choques violentos, con saldo de varios heridos y lesionados. Algunos manifestantes trataron de penetrar a la sede del consulado, siendo detenidos por los agentes.
En la tarde, el cónsul general Luis R. Mercado entregó a la prensa newyorkina una declaración de protesta, acusando a los manifestantes de haber contado con la ayuda de las autoridades cubanas. Podía observarse ya en ese documento la intención de Trujillo de vincular directamente al gobierno de Castro con los acontecimientos que estaban poniendo en peligro la estructura político-militar que sostenía su régimen desde 1930.
El texto del comunicado del cónsul Mercado, distribuido simultáneamente en Ciudad Trujillo, era el siguiente: “Deseamos consignar ante las autoridades correspondientes, nuestra enérgica protesta por los actos de agresión que cometió, en la mañana de hoy frente a la sede del Consulado General de la República Dominicana, en presencia de las autoridades policiales de Nueva York, un grupo de los llamados exiliados dominicanos ayudados por elementos cubanos del Movimiento 26 de Julio, atacando al vicecónsul Arcadio Santana, así como a pacíficos ciudadanos dominicanos, entre ellos varias damas, mientras éstos se dirigían a las oficinas del Consulado.
“El cobarde atentado cometido por estos elementos comunistas, parece ser la reacción de la aplastante derrota sufrida en mi país por un crecido número de incautos y aventureros que manejados y dirigidos por Fidel Castro, (Rómulo) Betancourt, (José) Figueres y (Luis) Muñoz Marín, creyeron poder subvertir el orden de un pueblo pacífico, trabajador, próspero y disciplinado que debe su bienestar y actual felicidad a la política implantada por el conductor de sus destinos, Generalísimo Trujillo Molina, a quien sigue y respalda todo el pueblo en todo momento y circunstancias. Por eso fueron todos los invasores aniquilados por la acción directa de los campesinos y de nuestras fuerzas armadas.
“Lo lamentable es que los agitadores y llamados dirigentes del exilio dominicano, así como sus compinches de otras nacionalidades, sólo pueden demostrar su valor y agresividad cometiendo actos como el de hoy y no se decidan, por fin, a formar parte ellos mismos de las nuevas invasiones que desean hacer, engañando a jóvenes inexpertos y utilizando a mercenarios, todos de filiación comunista”.
En los días subsiguientes, se hizo evidente el propósito de Trujillo de llevar el conflicto a un plano de discusión internacional. El primer día de julio, en una declaración escrita suministrada por la oficina de prensa del Gobierno, el jefe del SIM, coronel Abbes García, reveló que tenía en su poder nuevas evidencias acerca de preparativos de otras invasiones al territorio nacional. Las evidencias incluían informes de envíos de mercenarios reclutados y embarcados desde territorio venezolano con rumbo a Cuba y Puerto Rico.
Abbes García hacía referencia a la salida reciente de dos nuevos barcos de carga desde Venezuela hacia Cuba provistos de armas y expedicionarios. Desde Playa Dominical, en territorio costarricense, se estaría preparando para salir un nuevo grupo de alrededor de cuarenta personas que “se han estado entrenando en la finca de Arturo Infante en San Isidro del General, sección denominada Barú, Costa Rica”. Según el jefe del SIM, este último grupo formaría parte del contingente reclutado por un mercenario identificado como Frank Marshall, quien estaría en poder de las armas reunidas en Punta La Llorona “para atacar a Nicaragua”.
Como cabría suponer, esta vez las denuncias alcanzaron una gran difusión en el exterior. Los informes de inteligencia del coronel Abbes García hablaban además de un desembarco de armas, desde un avión Catalina, en un lugar denominado Boca del Río Tauro, entre Costa Rica y Nicaragua. A las versiones intranquilizadoras del oficial de seguridad de Trujillo, la Cancillería dominicana agregaba, en la misma nota, una grave denuncia contra el Gobierno de Venezuela. Según la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, las autoridades dominicanas poseían pruebas muy concluyentes de la participación venezolana en los hechos de junio. No se trataba, como alegadamente pretendía el canciller de Venezuela, Ignacio Luis Arcaya, de la simple captura en poder de los revolucionarios dominicanos de bazukas supuestamente suministradas por ese país. Existían muchas otras evidencias, suficiente cualquiera de ellas para demostrar la activa colaboración del gobierno de Rómulo Betancourt y el de Fidel Castro en la “empresa subversiva que aspira a comunizar a todos los países del área del Caribe”.
Los esfuerzos de Trujillo tendían a involucrar a otros países, tratando de ganar aliados en la disputa. El nuevo intento trataba de indisponer al gobierno de México contra el de Cuba. Un escueto comunicado, de la misma fecha, informaba de la presunta falsificación por el régimen castrista de grandes cantidades de billetes de banco mexicano. Según las fuentes dominicanas, muchos billetes encontrados en los bolsillos de algunos expedicionarios revelaban la falsificación.
El caso alcanzaría un status oficial ese día cuando el Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, licenciado Porfirio Herrera Báez, entregó las supuestas pruebas de la alteración al embajador azteca en Ciudad Trujillo, general Ignacio Otero Pablos.
Las acciones militares concluyeron el día 11 de julio, con la caída del último grupo de expedicionarios al mando del comandante Gómez Ochoa.
Después de intensas jornadas de enfrentamientos con las tropas regulares, evadiendo cercos y bombardeos de la aviación, el último reducto de resistencia se encontraba al borde del agotamiento. El grupo había escuchado la noticia de la muerte de Jimenes Moya, pero no estaba en condiciones de confirmarla, pues el aparato de comunicación se le había quedado en el avión, debido a la prisa en que se realizara el desembarco, y no podía por ese motivo recibir las noticias de la radio.
Extenuados por las largas caminatas y la tenaz persecución, finalmente los integrantes del grupo fueron vencidos por el cansancio.
“Al segundo o tercer día de estar caminando llegamos a un pequeño arroyo, donde había un pequeño hilo de agua”, contaría años después Goméz Ochoa (Listín Diario, lunes 17 de junio de 1985, pág. 4, entrevista con Raúl Pérez Peña, parte final). Llenaron las cantimploras y se quedaron dormidos, sin darse cuenta que estaban en un camino por el cual venía una patrulla de regreso con unos perros. “Nos despertamos cuando ya estaban los guardias sobre nosotros y un perro lamiéndome la cara. Estábamos rendidos de cansancio, de debilidad. Ya casi no podíamos caminar”.
Una suerte similar le tocó al capitán Ventura Simó, apresado el 16 de junio mientras dormitaba recostado sobre un árbol, en las proximidades de un bohío donde había ido a parar, exhausto, sediento y hambriento, en busca de alimento y agua.
Ventura Simó no estaba físicamente preparado para las duras faenas de una guerra de guerrillas. Aunque era militar de carrera, su especialidad era la de piloto, y debido a que tenía los pies planos, no estaba apto para largas caminatas o duras faenas de entrenamiento. Su permanencia previa en Cuba había sido muy breve y en vista de sus limitaciones físicas se le llegó a exonerar de los ejercicios a que estaban obligados los demás expedicionarios. Dada su incapacidad para adaptarse a las duras condiciones del terreno, muy pronto quedaría rezagado del resto de los combatientes y a merced de sus implacables perseguidores.
El general Juan Tomás Díaz, quien estaba al frente de las tropas que apresaron al oficial desertor, confiaría meses después a familiares de su esposa las circunstancias en que se produjo el apresamiento. Según relataría al autor la señora Yolanda Garrido, actualmente esposa del ingeniero Leandro Guzmán, la patrulla encontró a Ventura Simó completamente agotado y con los pies hinchados que prácticamente habían roto sus botas. Curiosamente, el general Díaz sería, dos años después, una de las figuras claves en la trama que culminó el 30 de mayo de 1961, con el asesinato del generalísimo Trujillo.
A los familiares del desertor llegó después la versión de que al conocer de su apresamiento, en medio de la euforia que le produjo, el general Ramfis Trujillo, hijo mayor del tirano, había exclamado que el ex oficial era un hombre “de muchos cojones”, lo cual había demostrado primero al “atreverse a desertar”, segundo “al venir en la expedición”, y, tercero, “al dejarse atrapar vivo”. El verdadero y macabro significado de esta última frase, quedaría explicado en el largo suplicio a que Ventura Simó sería sometido posteriormente y del que se hablará más adelante en esta obra.