“Es un gran engaño creer que el hombre mediano sólo es susceptible de pasiones medianas”

Georges Bernanos

Mientras los ministros de Relaciones Exteriores congregados en Santiago de Chile escenificaban los más agrios debates, Trujillo se entregaba a nuevas maquinaciones. Temeroso de una acción diplomática que aislara su régimen del resto de la comunidad hemisférica, el dictador dominicano se propuso llevar a efecto un boicot a la reunión que acababa de comenzar, a miles de kilómetros de distancia.

La puesta en marcha de la treta trujillista quedó en manos del vicepresidente Balaguer, pero llevaba impreso, sin duda, el sello de la personalidad del propio Trujillo y la de su jefe de seguridad, coronel Abbes García.  El plan consistía en simular un retiro intempestivo de la delegación dominicana en medio de un aparatoso y teatral escenario, que Balaguer describió al canciller Herrera Báez en una carta confidencial llevada a la lejana capital chilena a manos de un emisario oficial.

La ejecución de esta idea ponía en peligro la realización de la conferencia.  Pero sus autores confiaban en el recurso de echarse atrás en el caso de que pudiera volverse contra sus intereses.  Con sus extensos y entusiastas informes cablegráficos, muchos de ellos cifrados, Herrera Báez había descrito un ambiente previo de la conferencia favorable a la posición dominicana.  Pero nadie podía garantizarle a Trujillo que no habría de producirse un cambio en esta situación. Salvo las crecientes objeciones al régimen revolucionario de Fidel Castro, en Cuba, ningún gobierno parecía generar tantas reservas como el de Trujillo.  Abbes García había logrado arraigar esta sensación en el ánimo voluble de Trujillo con análisis e informaciones de inteligencia que indicaban una animadversión creciente contra la dictadura dominicana.

Para algunos de los allegados al círculo íntimo del Generalísimo, el clima de relativa confianza que transpiraban los informes de Herrera Báez resultaba en extremo molesto.  Dentro del ambiente de desconfianza y temor imperante, aún en las esferas más encumbradas, resultaba difícil que estas aprehensiones salieran a flote.  A pesar de la aparente autoridad que emanaba de su cargo, Balaguer no constituía una excepción a esta regla no del todo escrita de la “Era del Benefactor”.  En efecto, tratábase de una norma tácita que tres décadas de mano dura y despiadada había contribuido a enseñar a colaboradores y opositores.  En este ambiente de terror, todos desconfiaban del otro.  La Vicepresidencia era un cargo ceremonial y Balaguer, que la ejercía con prudencia y amplio sentido de sus escasas posibilidades de mando real, había aprendido a actuar conforme a las órdenes de quien emanaban todas las directrices.

La posibilidad de un escándalo que paralizara la conferencia y frustrara de hecho los esfuerzos de Herrera Báez para poner a resguardo la imagen diplomática del gobierno dominicano no parecía suficiente para que Balaguer se opusiera a la idea de plantear un boicot.  Para nadie, en las altas esferas del régimen, era un secreto la bien disimulada rivalidad que separaba a esos dos “cerebros grises” del trujillismo.  Al servicio ambos de un mismo señor, difícilmente estas diferencias ocultas salieran a relucir en circunstancias que pudieran afectar los intereses del gobierno.  No podía negarse, sin embargo, que las debilidades histriónicas de Trujillo pondrían en aprietos a Herrera Báez, el hombre cuyos éxitos en el campo de la diplomacia estaban atrayendo cada vez más la atención y los afectos del Generalísimo.

Dieciséis años después, Balaguer dejaría traslucir sus sentimientos hacia Herrera Báez.  Al analizar los conflictos del régimen de Trujillo con la Iglesia Católica, el ya Presidente de la República escribió: “El arribo a la República Dominicana del nuevo Nuncio de Su Santidad, monseñor Lino Zanini, coincidió con la inauguración de la Feria Ganadera de 1959.  Trujillo instruyó en esa ocasión al canciller Herrera Báez para que invitara al representante papal a bendecir el acto y a pronunciar un discurso por el estilo de los que habían acostumbrado a escribir para esa clase de ceremonia todos sus antecesores.  Zanini se negó, alegando que su misión era especialmente diplomática y que el favor que se le solicitaba podía ser cumplido por las autoridades eclesiásticas ordinarias. Las relaciones entre Zanini y Herrera Báez se agriaron desde aquel día.  Hacia esa misma época recibí una mañana la vista de monseñor Zanini, quien venía a exponerme el deseo de que se dotara de una verja de hierro al palacio de la Nunciatura.  Herrera Báez se encontraba en mi despacho en el momento en que hacía su entrada el representante del Sumo Pontífice.  Zanini se alteró al ver al canciller e hizo ademán de retirarse.  Me fue preciso insistir para convencerlo de que pasara al salón de recibo inmediato a la oficina en que estaba instalado mi escritorio. “No quiero nada” –me dijo luego el Nuncio- “con el señor canciller.  Preferiría venir directamente al Palacio y prescindir en lo sucesivo de la Cancillería”.  Casi todas las gestiones del Nuncio se canalizaron de ahí en adelante por la vía de la Vicepresidencia de la República”. (La Palabra Encadenada, primera edición, 1975, Fuentes Impresores, S.A., México, D.F., página 227)

En el mismo libro, Balaguer culpa a Herrera Báez de los fracasos en los esfuerzos por mejorar las relaciones del régimen trujillista con la Iglesia y cita como ejemplo los resultados pocos halagadores de una misión, encabezada por el canciller, enviada a Roma a entrevistarse con el Papa.  “La entrevista de Herrera Báez con el Santo Padre tuvo resultados poco satisfactorios.  Su Santidad Juan XXIII lo oyó pacientemente exponer la devoción de Trujillo hacia la Iglesia Católica y el concurso material ofrecido por el Gobierno, bajo su rectoría o bajo su inspiración, para el mejoramiento del culto y para la difusión de la fe en el pueblo dominicano. El Papa le contestó con pocas palabras, todas en extremo corteses, pero transmitió al enviado de Trujillo la impresión de que el Vaticano en pleno compartía los conceptos de la Carta Pastoral del veinticinco de diciembre y que los sentimientos de la Iglesia se inclinaban a favor de un cambio de sistemas en la República Dominicana” (Ibid. Página 230).

Resulta por demás curioso que Balaguer no haga mención alguna en Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo (Editora Corripio, Santo Domingo, primera edición. 1998) de sus relaciones con Herrera Báez, como lo hace, en distintos términos, con otras figuras destacadas de esa época.

Trujillo discutió con Abbes García y Balaguer los pros y los contras del plan y este último quedó responsable de llevarlo a cabo.  El miércoles 12 de agosto, el Vicepresidente entregó a un funcionario de confianza, doctor Frank Bobadilla, una comunicación confidencial para ser entregada a mano al Canciller. Las instrucciones eran claras y precisas.  Balaguer informaba al Ministro el pronto envío de un mensaje cablegráfico ordenándole despedirse de las autoridades chilenas y regresar a Ciudad Trujillo “inmediatamente” con el resto de la delegación a la conferencia.  Advertía Balaguer a Herrera Báez que Trujillo había impartido órdenes a fin de que estas instrucciones, en su momento, les fueran entregadas por el Encargado de Negocios dominicano ante el Gobierno de Chile, aprovechando una de las sesiones de la conferencia ministerial, de manera que pudiera atraer la atención de las otras delegaciones.

El propósito de esta acción, refería en su comunicación Balaguer, era el de producir un “efecto puramente sicológico” en la conferencia, que Herrera Báez debía explotar “con su tacto y sagacidad habituales”. No existía realmente la intención de un retiro.  Sin medir otras consecuencias, la finalidad era tan sólo de impactar publicitariamente el ambiente para sacar provecho político del caso.  Las instrucciones contenidas en la carta de Balaguer a Herrera Báez eran muy claras: “Queda entendido, desde luego, que las instrucciones contenidas en el cablegrama arriba transcrito no deben ser cumplidas y que más bien, en un término prudencial, tú podrías sugerir la conveniencia de que la delegación permanezca en Chile participando en las deliberaciones”.

Tras recibir la comunicación, el Canciller debía ponerse de inmediato en contacto con sus superiores en la capital dominicana con un simple mensaje cifrado: “Secretario Frank Bobadilla llegó bien”.  Este breve acuse de recibo sería la señal que permitiría remitirle el nuevo mensaje que el avezado diplomático tendría que hacer estallar “como una bomba de hidrogeno en el seno de la conferencia”.

Lejos de alentar el ánimo de los delegados, la comunicación traída a Santiago por Bobadilla produjo un sentimiento de consternación en la mayoría de ellos.  Herrera Báez convocó a una reunión privada en su suite del hotel donde se encontraba hospedado, y canceló compromisos no oficiales concertados para el resto de la jornada.  Para muchos de ellos, el retiro simulado de la delegación habría de producir un efecto contrario al calculado en ciudad Trujillo.  El punto flaco de la iniciativa parecía residir en que planteaba una renuncia voluntaria e injustificada a la posibilidad de extraer ventajas a una conferencia que parecía más inclinada a volverse contra el naciente “peligro comunista” representado por Cuba, que a condenar una vieja tiranía, que bajo las crecientes tensiones en el Caribe se perfilaba como el único poder capaz de constituirse en una fuerza garantizadora del equilibrio político en la región. Un equilibrio muy precario, inestable y digno de poca confianza, es cierto, pero el único al fin.

Después de un minucioso examen de las posibilidades, la delegación procedió a tomar las previsiones para llevar a cabo las órdenes de Trujillo.  No existía, de todas maneras, otra posibilidad.

Al día siguiente, 13 de agosto, Balaguer dirigió un nuevo cablegrama a Herrera Báez, urgiéndole enviar “inmediatamente” a Ciudad Trujillo al secretario Bobadilla “con un informe que contenga las impresiones personales del ministro respecto al curso de la conferencia.  Era la señal inequívoca de que el plan seguía en marcha.

Sin embargo, fue el curso que la reunión tomó casi en sus mismos inicios lo que determinó la suerte de esta descabellada idea que Balaguer había transmitido al Ministro del Exterior.  Este se apresuró a comunicar sus objeciones a su puesta en práctica, a la luz de los acontecimientos que estaban teniendo lugar en el seno de la conferencia.  Con buen sentido, Herrera Báez razonaba en un informe cablegráfico la inconveniencia de seguir adelante con este plan de amenaza de retiro, por considerar que el cumplimiento de tales instrucciones podría ser interpretado “como un éxito de Cuba” derivado de los incidentes verbales que durante esa misma jornada habían protagonizado él mismo y su colega cubano, el canciller Raúl Roa.

El ministro cubano había acusado a Trujillo de auspiciar un reciente movimiento conspirativo contra Castro, a lo que Herrera Báez replicó tildando a Roa de “impertinente” y calificando de “falsa” la acusación.  La única expedición salida nunca de territorio dominicano era la que a finales del siglo pasado había encabezado el general dominicano Máximo Gómez para unirse a las fuerzas que luchaban por la independencia cubana.  La réplica suscitó una agria discusión, en la que no hubo ahorros de insultos e insinuaciones personales.  Roa respondió en términos muy fuertes la intervención de Herrera Báez y éste volvió a la carta para calificar de “espectáculo de autocritica” las expresiones de su colega.  Roa se levantó de nuevo y lanzó duros ataques contra el régimen trujillista, a lo que el Canciller dominicano respondió otra vez acusando al cubano de intentar “enturbiar” el ambiente “sereno, ponderado y responsable” dentro del cual se estaba desenvolviendo la reunión ministerial.  Los insultos continuaron hasta que el canciller chileno, presidente de la conferencia, viendo que era imposible continuar los debates dentro del caos que los gritos de sus colegas antillanos habían provocado en la sala, dispuso el cierre de la sesión.

Esa misma noche, el Canciller dirigió un segundo cablegrama cifrado a Balaguer informándole de la salida hacia Ciudad Trujillo del secretario Bobadilla, a las cinco de la tarde en el primer avión disponible, “con informe”.  Tratábase de una extensa carta remitida directamente al “Jefe”, que Trujillo recibió en sus manos en las primeras horas del día siguiente, 15 de agosto.

Tan pronto como estuvieron descifrados, Trujillo fue puesto en conocimiento de los términos de los cablegramas de Herrera Báez y su Vicepresidente, y éste fue instruido de cambiar los planes trazados, lo cual hizo saber al Canciller en un cable urgente dirigido a la embajada dominicana en Santiago de Chile, en los términos siguientes: “Para Canciller Herrera Báez punto Su cable de esta misma fecha punto quedan sin efecto instrucciones contenidas en nuestro oficio 13478 punto Vicepresidente Balaguer.”

Entre tanto, el dictador leyó complacido los informes de su ministro y quedó gratamente impresionado del análisis de la conferencia y de las posibilidades que podían esperarse de la misma.  El día 15, en la tarde, desde las oficinas de All America Cables and Radio en Ciudad Trujillo se despachó el mensaje siguiente: “Embajada Dominicana, Santiago de Chile, para canciller Herrera Báez.  Enterado de su satisfactorio cablegrama.  Felicitaciones. Abrazos.  Generalísimo Trujillo”.

El gobierno no abandonó, sin embargo, el propósito de acentuar sus diferencias políticas con el régimen cubano, con la esperanza de crear nuevos conflictos que incidieran en la marcha de la conferencia.

Simultáneamente con el breve mensaje de congratulación personal de Trujillo al Canciller, la delegación recibió, ese mismo día, un despacho relativo a denuncias de “fuentes oficiales cubanas” sobre la captura de un avión en el pueblo de Trinidad, del que se acusaba a la República Dominicana como lugar de origen. “Este avión, según esas mismas fuentes, estaba piloteado y ocupado por personas de nacionalidad cubana y en él no viajaba ningún dominicano, infiriéndose de ahí que la denuncia de Cuba acerca de una supuesta participación dominicana constituye una conjetura calumniosa y totalmente gratuita”, señalaba el reporte.  “Como prueba del clima prevaleciente en el Caribe”, las nuevas instrucciones del gobierno dominicano al jefe de su delegación en la conferencia de Chile, le ponían al tanto “de que hemos recibido informaciones acerca de un desembarco subversivo efectuado hoy en Jeremie, Haití, pero carecemos hasta ahora de informaciones más precisas al respecto”.  Las informaciones eran suministradas “para prevenirlo contra cualquier posible maniobra cubana encaminada a involucrar el nombre de nuestro país en la aventura conspirativa denunciada por fuentes oficiales desde La Habana, ya que es conocida la táctica comunista de aprovechar todas las circunstancias para fines propagandísticos”.

Este cablegrama, enviado por el Palacio Nacional y firmado sólo con la palabra “Estado”, era, incuestionablemente, un esfuerzo por sumar el voto haitiano a la causa dominicana.  Trujillo parecía así entender que las quejas presentadas por el gobierno de François (Papa Doc) Duvalier contra Cuba en la conferencia, responsabilizando al gobierno revolucionario de La Habana de las últimas sublevaciones acontecidas en territorio haitiano, constituían buenas razones para asegurarlo como aliado cuando se presentara el momento decisivo de la votación.  Como finalmente habría de ocurrir.

El contenido de los mensajes intercambiados entre Trujillo, Balaguer y Herrera Báez, fueron extraídos de documentos oficiales de los archivos del Palacio Nacional y la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores.  El primero de ellos, de fecha 12 de agosto, dirigido por el Vicepresidente al canciller, marcado como oficio número 13478 (Archivo del Palacio Nacional) dice textualmente:

Señor

Dr. Porfirio Herrera Báez,

Secretario de Estado de Relaciones Exteriores

Santiago de Chile.

Querido Porfirio:

Aprovecho el viaje a esa del secretario Dr. Frank Bobadilla para informarte, en forma estrictamente confidencial, que tú recibirás un cablegrama redactado en los siguientes términos:

“Dr. Porfirio Herrera Báez,

Secretario de Relaciones Exteriores

De la República Dominicana,

Embajada de la República Dominicana,

Santiago de Chile.

(Despídase de autoridades de Chile y regrese a ésta con los demás miembros de la delegación que usted preside inmediatamente).

El cual desea la Superioridad que te sea entregado durante una de las sesiones de la conferencia de Cancilleres por el Encargado de Negocios (Enriquillo) Rojas Abreu de una manera pública que atraiga la atención de las demás delegaciones.

Este cablegrama está destinado a surtir en la conferencia un efecto puramente sicológico que tú debes explotar con tu tacto y sagacidad habituales.

Queda entendido, desde luego, que las instrucciones contenidas en el cablegrama arriba transcrito no deben ser cumplidas y que más bien, en un término prudencial, tú podrás sugerir la conveniencia de que la delegación permanezca en Chile participando en las deliberaciones.

Tan pronto esta comunicación te sea entregada, te ruego ponerme un cablegrama que diga así:

“Secretario Frank Bobadilla llegó bien”.

Lo que servirá de aviso para que se te dirija el mensaje que tu deberás hacer estallar como una bomba de hidrógeno en el seno de la conferencia.

Con mis mejores deseos por tu éxito personal y oficial, te abraza, Joaquín Balaguer”

Copias de todos los mensajes, una vez descifrados, eran llevadas al escritorio de Trujillo en el Palacio Nacional, desde donde emanaban las directrices a seguir. Trujillo quedó muy impresionado de la capacidad de su Canciller tras la lectura del informa cablegráfico del 14 de agosto, que hizo que dejara sin efecto la orden de simular un retiro de la conferencia, y todavía mucho más del informe, amplio, que le dirigiera en forma de carta personal, de la misma fecha, con el enviado especial Bobadilla.  El primero de ellos estaba dirigido a Balaguer y explicaba, según el memorándum 4400 de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores, dirigido a “la elevada información del Excelentísimo Señor Presidente de la República”, del 14 de agosto, lo siguiente:

“Como en su discurso de esta tarde Raúl Roa hiciera una alusión incidental a que en Ciudad Trujillo se había organizado el reciente intento revolucionario de Cuba, pedí turno para replicar tajantemente la impertinencia del Canciller comunista cubano para protestar y rechazar su insinuación que califiqué de tendenciosa y falsa”.

Y agregaba: “Como Roa pidiera la palabra para decir que él mantenía lo que había dicho, pedí nuevamente la palabra para expresar que esta tarde habíamos asistido a un espectáculo de autocrítica pero que de todos modos yo reafirmaba mi rechazo y calificaba una vez más como falsa y calumniosa la aseveración del Canciller comunista cubano.  Como Roa pidiera la palabra para la contra réplica y se refirió de manera irrespetuosa y agresiva a nuestro país, tomé la palabra nuevamente para decir que en el ambiente sereno, ponderado y responsable dentro del cual se estaba desenvolviendo la Quinta Reunión de Consulta de Cancilleres alguien estaba queriendo enturbiar la transparencia del momento.  Dije que estaba asomando la táctica, la estratagema del calamar, sólo que esta vez no se está arrojando en la aguas la tinta negra que caracteriza la presencia del astuto animalejo marino sino que se ha arrojado la tinta roja que señala la ideología de que está impregnada desde el comienzo de este año la más precoz y la más procaz de las dictaduras.  Cuando continuaba fustigando al Canciller cubano, mientras éste saltaba nerviosamente en la silla vociferando y gritando insultos a los que les agregué los míos, intervino el Presidente suspendiendo la sesión y en medio de la gran conmoción de la sala ante un espectáculo que fue provocado por Cuba. Aplausos cubrieron en todo momento las palabras del Canciller dominicano al rechazar los infundios de Roa”.

Las referencias elogiosas a su propia actuación en esta conferencia ministerial aparecen sistemáticas y consistentemente en todos los informes remitidos por Herrera Báez a Ciudad Trujillo, como podrá apreciarse en el texto transcrito más arriba y en los que se irán reproduciendo, de manera parcial y total, en el resto de esta obra.

La carta que enviara Herrera Báez a Trujillo contenía una amplia evaluación de la marcha de los trabajos de la reunión de cancilleres americanos y era, en el fondo, un intento de poner al Generalísimo en condiciones de analizar las posibilidades que pudieran surgir de ella.  Cumplía con el rigor de la adulación oficial y llamaba a Trujillo “querido jefe”.  Sin embargo, constituía en muchos aspectos un análisis serio que no intentaba ocultar la realidad a que debía hacer frente el régimen trujillista en un escenario eventualmente adverso.

Desde la óptica, bastante objetiva, con que la delegación dominicana percibía el curso de la reunión, Herrera Báez informa al dictador que “aunque se ha hablado mucho de la democracia y de los derechos humanos, la intención dominante de los discursos (habían intervenido ya 15 ministros), entre ellos muy significativamente el del Secretario de Estado (Christian) Herter, ha sido la no intervención”.

La discusión de este punto no resultaba totalmente perjudicial a Trujillo.  No podía perderse de vista la circunstancia de que los ministros habían acudido a la capital chilena por virtud de una resolución de la OEA que tenía sus fundamentos en una queja dominicana, a raíz de las expediciones armadas procedentes de Cuba que habían sido diezmadas en junio de ese mismo año.  En este contexto se entiende el razonamiento que Herrera Báez hacía a Trujillo, en su vasto informe.  “Tengo la confianza, hasta donde es posible mantenerla en el ambiente sicológico de esta Reunión, de que el principio de no intervención saldrá robustecido por lo menos en las resoluciones que se aprueben”.

Esta posibilidad, erigida sobre bases muy realistas, prometía victorias inesperadas.  El Canciller no quería, empero, cifrar demasiadas esperanzas.  Por eso resaltaba de inmediato que en vista de la brevedad del tiempo y del carácter de la situación internacional” era imprevisible que se mantuviera la continuidad de este esfuerzo inicial “hacia la normalización” de las tensiones en el área del Caribe “mediante la creación de un organismo específicamente organizado” para conocer de los acontecimientos en la región.  Donde podían radicar las ventajas de todo esto, era en que necesariamente, según analizaba el ministro, este organismo debería tener en cuenta “los hechos más graves ya ocurridos y, naturalmente, los que pudieran ocurrir de nuevo”.  En esa línea de pensamiento oficial, el discurso de Herter merecía una ponderación más exhaustiva por hacer hincapié en la necesidad de crear un comité especial transitorio con autoridad “para estudiar la situación del Caribe y, como medida de largo alcance, un reforzamiento de la Comisión Interamericana de paz”.

El estudio de este documento ayuda a comprender no sólo los sentimientos prevalecientes en la época.  En su momento contribuía también a sentar los fundamentos del comportamiento oficial en el campo de la diplomacia dominicana.  Contrario a una creencia muy expandida, las decisiones en el ámbito de las relaciones internacionales no siempre correspondían a los caprichos esporádicos del dictador.  Esto se aplicaba aún para aquellos difíciles momentos en que los estallidos frecuentes de cólera de Trujillo enturbiaban la escena y trazaban ciertas directrices en la conducta o  proceder del régimen surgido en 1930.

Herrera Báez entendía que el discurso de Herter –que se analiza en el capítulo siguiente- indicaba la determinación estadounidense de “ejercer su influencia para prevenir la agravación del estado de cosas en el Caribe”.  Los Estados Unidos se daban cuenta, a juicio del funcionario dominicano, de que “la tensión internacional en el Caribe puede resquebrajar la unidad de los países americanos en forma peligrosa para los intereses políticos de los Estados Unidos en el  mundo”.

Había que sopesar, en ese contexto, de acuerdo con Herrera Báez, las reservas expresadas por Herter ante las perspectivas de un “aparente acercamiento cordial con la Unión Soviética”.  Citaba, por ejemplo, cuando aquél advertía que “no debemos poner demasiada esperanza en este intercambio de visitas, pero no podemos tener la modesta expectación de que tendrán influencia en trasplantar a una forma de vida ajena algunos de esos valores democráticos que representan las Américas”.

El secretario de Relaciones Exteriores razonaba que sólo la primera parte de este párrafo “es la que vale; la otra es una infantilidad”.  Consideraba, a seguidas, sin embargo, que otro párrafo del texto leído por Herter reforzaba en cambio la creencia respecto a la atención que le merecía al gobierno norteamericano la situación internacional del Caribe.  Ese párrafo, transcrito en el informe a Trujillo, decía lo siguiente: “Aún más, el conocimiento de cómo las técnicas de agresión indirecta han sido desarrolladas por los comunistas como un medio de intervención en muchas partes del mundo, me han convencido de cuán importante es que no permitamos que ese virus se establezca y se esparza en ese continente amante de la paz.  Y a este respecto, quiero asegurarles que nuestra política hacia China Comunista, que es bien conocida de todos ustedes, permanece inalterada”.

Al entender del veterano diplomático dominicano lo único objetable en esta observación de Herter “es la incongruencia que revela entre lo que ahí se afirma y la realidad de la política de contemplaciones de los Estados Unidos ante la penetración del comunismo internacional en la América Latina”.

Herrera Báez pasaba por alto el endurecimiento de la política norteamericana hacia Cuba y su respaldo de regímenes de mano dura como el de Trujillo a lo extenso de todo el continente.  Le preocupaba el hecho de que “ninguno de los proyectos de resoluciones” presentados hasta ese momento en la conferencia hablaran de comunismo, excepto, por supuesto, el presentado por la delegación que él mismo encabezaba.

Por ejemplo, respecto al tema de la no intervención figuraban los proyectos presentados por Colombia y República Dominicana, y con referencia al tema de la democracia representativa y los derechos humanos estaban los de Venezuela, El Salvador, Colombia y Ecuador.  Como podía apreciarse, sólo el de Venezuela trataba el sensitivo asunto de la democracia representativa, que la carta-informe de la delegación dominicana a Trujillo consideraba concebido “con la intención más descabellada”, por lo que se entendía que tendría poca acogida, aunque hacía la salvedad de que “en el ambiente demagógico de esta reunión, todo puede ser posible”.

En cuanto a los demás proyectos mencionados, estimaba prematuro formular predicciones mientras no se designaran los grupos de trabajo.  Y en cuanto a la delegación dominicana, el canciller reiteraba sus votos de devoción al régimen y a su jefe, señalando que carecía de palabras “para elogiar el sentido de responsabilidad, entusiasmo y sobre todo de lealtad trujillista de todos sus miembros”.  Sin excepción, todos estaban prestando “su más decidida colaboración y estamos alojados en el mismo piso y prácticamente estamos reunidos en sesión permanente cuando no estamos en los salones de la conferencia”.

Este tipo de adhesión era importante.  Herrera Báez no perdía de vista la posibilidad de que la conferencia tomara un curso desfavorable y un poco de temprana adulación –la suya en el fondo no era tanta para la usanza de la época- allanaba el camino a la magnánima comprensión del “Jefe” que requería un fracaso.  Por ello, informaba a Trujillo del éxito de su gestión en “formar el ambiente sicológico y moral más favorable a nuestra causa actuando en contraste con los excesos y posiciones de nuestros adversarios”.

El resto del informe de Herrera Báez era una apología de sus esfuerzos y habilidades diplomáticas.  Tras una relación detallada de los contactos personales con funcionarios, personalidades de “mayor valimiento de este país” y periodistas importantes, aseguraba a Trujillo que ello había servido para mejorar la posición dominicana ante la opinión internacional, lo cual se reflejaba en las columnas de los diarios.  “Constantemente soy cuestionado por periodistas y a todos atiendo y hábilmente respondo a todas las preguntas, sin evadir ninguna”.  A su juicio, esa actitud había contribuido a crear “un ambiente en esa clase tan necesaria en una conferencia de este género”.  Su delegación era “la vedette” de la conferencia y tan pronto como se sentaba a la mesa de la plenaria irrumpían “los fotógrafos y estamos bajo la luz de calcio durante todo el tiempo hasta que se inician los debates”.  Herrera Báez se refería en términos elogiosos a su propio discurso, extendiéndose en consideraciones respecto a la acogida que había recibido en distintos círculos, discurso que, a su entender, contribuía “a poner de relieve las intemperancias y los excesos de nuestros adversarios”.

Un ejemplo de ello había sido la tesis expuesta por el delegado de Venezuela, canciller Ignacio Luis Arcaya, en la sesión del día anterior, proponiendo la abolición de las resoluciones e instrumentos aprobados en la Conferencia de la OEA de Caracas, bajo el argumento de que había sido celebrada durante la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.  Según Herrera Báez, esta “monstruosidad” jurídica no había despertado más que burlas y críticas a la persona del Canciller de Rómulo Betancourt”.  Esto así en vista de que su aplicación, en un sentido general, “tendría como resultado la cancelación de los instrumentos de más de una Conferencia Interamericana, empezando por la Conferencia de México de 1902, que fue celebrada bajo el gobierno de Porfirio Díaz”.  En apoyo de sus observaciones, el Ministro del Exterior dominicano sostenía que el subsecretario de la OEA, William Sanders, le había comentado, jovialmente, que la tesis del ministro venezolano anularía de hecho la Conferencia de Montevideo, de 1936, convocada por el presidente Franklin Delano Roosevelt, a quien los republicanos norteamericanos “siempre han considerado un dictador”.

También resaltaba Herrera Báez un acontecimiento curioso.  El encargado de negocios dominicano en Chile, doctor Enriquillo Rojas Abreu, había encontrado –“un hallazgo que es una verdadera perla”- afirmaciones del propio canciller Arcaya, quien a preguntas respecto a cuál consideraba el hecho más notable de su vida, se había referido a “la prisión injusta durante el gobierno de facto de Rómulo Betancourt (a mediados de la década de los cuarenta) que originó mi intervención activa en la política”.

Herrera Báez se mostraba despiadado con su colega de Cuba, el canciller Roa, calificándolo como “epiléptico, torpe y ridículo”, a quien se vio precisado a aplicarle “el cauterio”, cuando en una de sus intervenciones se refirió en términos ofensivos a Trujillo y a la capital dominicana como “punto de procedencia del movimiento contrarrevolucionario interno en que ahora se debate Cuba”.  Informado por el embajador Díaz Ordóñez de cuánto molestaba a Roa el recuerdo de su militancia comunista, decía Herrera Báez, le replicó que todo su discurso constituía “una autocritica”, lo que habría terminado sacándole de casillas, por lo que se “revolvió en su silla, gritando y vociferando porque en este momento el arpón le llegó hasta lo más profundo”.  Ante el caos, intervino el Presidente de la reunión para ponerle fin al debate en medio de la conmoción general.

No tenía nada de extraño que ante tan inmensa manifestación de lealtad de uno de sus más brillantes y cultos colaboradores Trujillo se apresurara a enviarle horas después el cablegrama de felicitación ya mencionado.

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