Parece indudable la influencia de la cultura original Amazónica, por haber sembrado su simiente desde la selva para conformar con sus migraciones hacia las alturas, los cuatro puntos cardinales y las islas adyacentes al Continente –lo que hoy denominamos las Américas y el Caribe, costumbres, valores éticos, conocimientos, y hasta temores, a través de su etnia original evolucionada que transmitió a las avanzadas culturas que Europa ha ido descubiendo desde cuando simultáneamente Colón fue esclavista, pirata, ladrón, y ente respetado como sabio y justo, hasta el hoy.
El éxito de la innovación colombina produjo desde cuando se conoció la ruta occidental para llegar al oriente introdujo fuentes de bienes de buen cocinar, concitó la atención de aventureros, de vividores y de mandatarios.
Famoso por haber sido primero en circunnavegar el globo terráqueo, Magallanes, una mentira porque si bien la inició no logró permanecer vivo hasta completarla, fue labor de otros al final. Carlos V hubo de contratar un gran equipo para lograrlo. Como principal responsable de la misión atrajo a Magallanes y a otros prestiosos navegantes –Sebastián el Cano, el mismo Pigafetta, y otros dos o tres navegantes– : el relator de la aventura fue Antonio Pigafetta quien era también navegante. El Rey aunó un equipo formidable de navegantes que incluía a verdaderos expertos, que tuvieron problemas para el inicio, que causaron que hoy mejor conozcamos los acontecimientos de aquel pasado.
Cuenta Pigafetta: “Esta tierra de Verzin (palo brasil) es abundantísima, mayor que España, Francia e Italia juntas; pertenece al Rey de Portugal. Sus indígenas no son cristianos, y no adoran cosa alguna. Proceden según los usos naturales, y viven ciento veinticinco años y ciento cuarenta. Andan desnudos, así hombres como mujeres; habitan en ciertas casas amplias llamadas ‘bohío’, y duermen en redes de algodón que denominan ‘hamacas’, anudadas –en el interior de aquellas viviendas– de un extremo a otro, en troncos gruesos; entre las cuales encienden lumbres. En alguno de estos bohíos se junta hasta un centenar de hombres, con sus mujeres e hijos, armando gran rumor. Poseen barcas de una sola pieza –de un tronco afilado con utensilios de piedra–, llamadas ‘canoas’. Utilizan estos pueblos la piedra como nosotros el hierro, que no conocen . En cada una de esas embarcaciones se meten treinta o cuarenta hombres, bogan con palas como de panadería . . . , comen carne humana, la de sus enemigos, no por considerarla buena, sino por costumbre. Inició ésta –como ley de Talión– una anciana, quien tenía un solo hijo, que fue muerto por los de una tribu rival; pasados algunos días, los de la suya apresaron a uno de los de la que le habían matado al hijo, y lo trajeron a donde se encontraba la vieja. Ella, viéndole y acordándose de su muerto, corrió hasta el muchacho como perra rabiosa, mordiéndole la espalda. Aquél, a poco, pudo huir, y mostró a los suyos la señal, como si lo fuese de que querían devorarlo. Cuando los suyos, más tarde, apresaron a alguno de los otros, se lo comieron . . .”.