En el año 2003, mientras Centroamérica y Estados Unidos negociaban un tratado de libre comercio, República Dominicana se mantenía en aprestos para ser incluida. Así nació el DR-CAFTA.
La hazaña generó celebraciones múltiples. Celebrábamos la capacidad de nuestros negociadores y las oportunidades que aquello representaría para nuestro país. A esas celebraciones les siguieron otras relacionadas con “aumento en la producción”, “aumento en la productividad”, “cosechas récords”, “autosuficiencia”, entre otros hitos. Y no es que estuviera mal celebrar, lo lamentable es que el tiempo ha pasado sin que hayamos sido conscientes de todo lo que ha seguido cambiando y de las complejidades que han venido a caracterizar la nueva realidad.
Sencillamente estamos ante otra evidencia de que también los mesianismos deben quedar atrás. Cada vez es más necesario priorizar acciones orientadas a mejorar la competitividad del campo y sus pobladores, como sujetos activos y no como simples beneficiarios. Así se lograría auténtico desarrollo y bienestar.