Recibí el 2022 con una prueba positiva de covid-19. Al resultado le siguió aislamiento, medicamentos e incremento en los costos de vida. En resumen, siete días de confinamiento fueron equivalentes a más de 20,000 pesos, sin contar los viajes que dieron quienes me llevaron comida o hicieron las gestiones que hago de forma habitual. La suma de esos gastos me generó muchas interrogantes, ¿cómo se hacen quienes dependen del día a día para gestionar el acceso a servicios de salud?
Desde hace años, en el país se habla de la reforma integral al sistema de salud. De hecho, se han registrado avances: el sistema 9-1-1, la cobertura a cerca del 95 por ciento de la población en el Seguro Nacional de Salud y la ampliación de las infraestructuras sanitarias y disponibilidad de camas en hospitales.

No obstante, todavía existen desafíos que no se corresponden con una economía como la nuestra. La inversión en salud mental es la segunda más baja de la región. La mortalidad infantil continúa siendo un obstáculo para el país.

Y debido a que somos una economía más desarrollada, han aumentado las muertes por enfermedades no transmisibles. Es decir, con el aumento de la esperanza de vida, creció el impacto de afecciones como diabetes, hipertensión o enfermedades cardiovasculares. Estas suponen el 72 por ciento de las muertes en el país.

Con todo, los quintiles más bajos tienen que hacer una mayor inversión en gastos de bolsillo. Es decir, lo que les cuesta asumir un tratamiento.

En mi día a día me encuentro con personas que prefieren decidir que tienen “la gripe mala que anda” a buscar un diagnóstico. El costo de hacerse una prueba PCR o de Antígenos les persuade a automedicarse y diagnosticarse.

Esto en el caso del Covid-19, y a pesar de que hace unos pocos días pueden adquirirse pruebas rápidas en las farmacias. Luego están todas las otras afecciones que suponen una carga pesada para los hogares. De acuerdo a la Encuesta Nacional de Gastos e Ingresos de los Hogares de 2018, las familias dominicanas gastan el 7 por ciento de sus ingresos en servicios de salud.

Esta cifra muestra su desequilibrio en los quintiles más bajos. Es decir, las poblaciones más pobres gastan en salud más que los sectores con mejor economía. Es cierto que una política pública eficaz no se logra en un solo día. También lo es que, sin inversión no se construyen grandes transformaciones. Y aunque en 2021 el presupuesto de salud se incrementó significativamente, este sigue siendo distante de lo óptimo.

A la baja inversión hay que sumarle la distribución de ese gasto. Basta con precisar que solo para salud mental se destina el 0.76 por ciento del presupuesto de salud pública. Esto es equivalente a cuatro millones de pesos, una cifra que no ha variado en los últimos años, a pesar de las alertas y demandas hechas por diversos sectores.

La desigualdad se evidencia al especificar que las aseguradoras no cubren las pruebas psicométricas, que implican costos de entre 1,000 y 10,000 pesos. Y solo cubren alrededor de 200 pesos del costo de los terapeutas; cuando estas consultas pueden llegar a costar hasta 2,000 pesos. Dicho de otra manera, los pacientes deben cubrir el 90 por ciento de lo que cuestan sus terapias.

Es cierto que no porque haya más gasto habrá mayor acceso a los servicios. Es preciso destinar recursos y esfuerzos a la salud preventiva, más que a la curativa. De igual manera, hace falta extender las redes de atención primaria, asignatura en la que seguimos obteniendo notas poco prometedoras.

En fin, hace días obtuve los resultados negativos a mi prueba. Pero, como dijo una periodista dominicana, sigo temiéndole más al costo de la salud dominicana que a cualquier enfermedad.

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