Desde los orígenes de la humanidad, los seres humanos hemos luchado fuertemente para subsistir en medio de ambientes de hostilidad, primeramente para sobrevivir en una selva donde era obligatorio cazar a otras especies para poder alimentarse, pero corriendo el riesgo de ser cazado por especies más fuertes que también trataban de sobrevivir de la caza, pues tal y como dice Willy Colón en una popular canción: “o tu comes de la vida o la vida te come”.
Luego, los seres humanos tuvimos que sobrevivir al clima estacional que podía cambiar del frío extremo polar al calor extremo ecuatorial, sobrevivir a fenómenos naturales como inundaciones, terremotos, huracanes e incendios forestales; sobrevivir a las pandemias de la viruela, el sarampión, la gripe española, la peste negra, el cáncer y el VIH; sobrevivir a las guerras, a los accidentes de tránsito, etc, etc.
En fin, los seres humanos somos sobrevivientes desde nuestros orígenes, y por ello, por supervivencia heredada genéticamente, cada día todos tratamos de sobrevivir “en un mundo que está hecho de acero y hecho de piedra” (in a world made of steel, made of stone), tal y como dice la hermosa y famosa canción escrita e interpretada por Irene Cara, utilizada como portada de la banda sonora de la premiada película Flashdance, y ganadora del Óscar a la mejor canción 1983.
Sin embargo, resulta extraño que algunos de los que se esfuerzan no sólo para sobrevivir, sino también para sobresalir, pero que obtienen éxitos limitados, critiquen, de manera hostil, a quienes logran sobresalir utilizando los mismos criterios formales establecidos por la misma sociedad, sin tomar en cuenta que gracias a esforzarse más, y gracias a la optimización de sus talentos y su potencialidad, otros han obtenido mejores resultados, y esa crítica negativa de los no exitosos en contra de los exitosos es contraria a “Las 7 leyes espirituales del éxito” (Deepak Chopra), pues sería absurdo que aquel estudiante que, por no estudiar con suficiente pasión, obtiene baja calificación, termine criticando y cuestionando a quienes se esforzaron más para obtener las más altas calificaciones.
De igual modo, se observa en la política que quienes tienen limitados desempeños critican de manera hostil y despiadada a quienes han tenido mejores desempeños, difundiendo la idea, casi estandarizada, que quienes alcanzan éxitos encomiables es porque han cometido acciones reprochables, y que quienes no han tenido éxitos, como ellos, es porque han tenido un desempeño honorable, llevando a destacados profesionales a rehusar incursionar en la política partidista, pues familiares y amigos terminan aconsejando no participar en política porque, según algunos, “la política siempre ha manchado y desacreditado a todo aquel que ha entrado a ese espacio público contaminado”.
Pero lo peor de la vida política del presente es que cada día se hace más evidente que es difícil sobrevivir en medio de tanta hostilidad e irracionalidad revestidas de maldad, porque en la política ya no se discuten conceptos, ya no se discuten criterios filosóficos, ya no se discuten objetivos colectivos, ya no se discuten propuestas, ya no se discuten planes y programas de desarrollo, ni se discuten programas de gobierno. No, ahora se insulta, se difama, se ultraja y se descalifica.
Ya no importa no tener discurso propio con propuestas para la nación, siempre que se tenga a disposición a insultadores que hagan oposición a cualquier otra opinión. Ahora se averigua qué opina el adversario para opinar todo lo contrario, aunque la opinión del adversario sea una columna apoyada sobre la zapata del conocimiento y la razón, pues se mantiene muy viva aquella vieja y errada concepción de que en política nunca se debe coincidir con el adversario, porque quien coincide con el adversario tiene que revisarse porque estaría dando razón al enemigo; y por ello, aún sabiendo que el adversario tiene toda la razón, se grita a todo pulmón que ese adversario es un peligro para la democracia y un peligro para la nación, conscientes de que “difama, difama, que algo queda”, pero olvidando que “quien siembra vientos cosecha tempestades”, y que tal y como dijo el evangelista Mateo (7:16) “no se cosechan uvas de los espinos, ni higos de los abrojos”; lo que indica que quien siembra espinas, tarde o temprano será herido por sus propias espinas.
Ahora, en una sociedad que entiende que la política va cuesta abajo acelerada por la fuerza de la gravedad, pues aquí al adversario se le denigra y se le tritura sin ninguna piedad, porque, tal y como escribió Nicolás Maquiavelo, “el fin justifica los medios”; de repente la comunidad vive una sorprendente realidad donde algunos avizoran poderosa tempestad resultante de vientos que ellos mismos sembraron en el huerto de la hostilidad, por lo que ya invocan la unidad y la fraternidad que siempre debieron predicar, y siempre debieron practicar.