De García Márquez se puede decir lo mismo que él dijo del fundador de la estirpe de los Buendía, que su “desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza y aún más allá del milagro y de la magia”.
En “Cien años de soledad”, un héroe legendario, el coronel Aureliano Buendía, promovió y perdió treinta y dos revoluciones, tuvo diecisiete hijos ilegítimos con diecisiete mujeres distintas, todos asesinados en una sola noche, con el golpe mortal en la frente. Quien fue jefe del partido liberal, “escapó a catorce atentados, a sesenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a una carga de estricnina en el café que habría bastado para matar un caballo”, que nunca permitió que lo fotografíen y terminó sus días fabricando “pescaditos de oro” en su “taller de Macondo”.
Cuando José Arcadio Buendía conoció el hielo y pagó “cinco reales para tocarlo”, “mientras el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto con el misterio”, y luego de pagar para que sus hijos pudieran tocarlo también, exclamó: “Este es el gran invento de nuestro tiempo”.
Macondo, la aldea fundada por los Buendía y sus acompañantes, en sus primeros años tuvo unos 300 habitantes. José Arcadio Buendía, “había dispuesto de tal modo la posición de las casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua con igual esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más sol que otra a la hora del calor”.
Años despúes, Macondo sufrió “la peste del insomnio”, sus habitantes soñaban despiertos, “en estado de alucinada lucidez”, jugando hasta el infinito “el cuento del gallo capón”, intentando dormir, “no por cansancio sino por nostalgia de los sueños”.
Y muchas otras cosas suceden allí, por ejemplo, tras ingerir “una taza de chocolate espeso” el padre Nicanor “se elevó doce centímetros sobre el nivel del suelo”. O José Arcadio “que se comía medio lechón en el almuerzo y cuyas ventosidades marchitaban las flores”.
“Cien años de soledad” es una novela fenomenal, “donde están todos los trucos de la vida y del oficio”, los mitos y las leyendas van unidos a la realidad más objetiva, al extremo que es casi inútil tratar de separarlos, y la obra en su conjunto, poco más que imposible querer definirla. La misma ha sido traducida a todos los idiomas cultos y su autor fue por mucho tiempo el más conocido e imitado escritor del mundo.
En sus últimos años García Márquez padeció de alzheimer, no recordaba a sus amigos. Se contagió de “la peste del olvido” que azotó a Macondo y obligaba a sus habitantes a marcar cada cosa con su nombre, hasta que se les olvidó leer. Mas, como todo escritor, vivirá en su obra.
De su amplia bibliografía “Cien años de soledad” le es suficiente para obtener la inmortalidad, ya que es una obra de tales dimensiones que no exageramos al calificarla de perfecta y que sin dudas, citando a Borges, “irá más allá de mi vigilia y de nuestras vigilias”.