El fenómeno de glorificar a delincuentes, ejemplificado en Cambita, San Cristóbal, con Kiko La Quema, no es nuevo. En el lejano oeste estadounidense, personajes como Billy the Kid y Jesse James también fueron ensalzados. En Puerto Rico se recuerda el caso de Correa Cotto, convertido en leyenda. Richard “Dick” Turpin, ladrón de carreteras inglés del siglo XVIII, es retratado como carismático. En Colombia está el caso de Pablo Escobar. La glorificación se atribuye a factores diversos, como actos generosos o la victimización. En algunos casos revela fallas como desigualdad, debilidad en la justicia, desconfianza en las instituciones, falta de movilidad social o educación deficiente.