Han transcurrido dos años y medio desde el asesinato del presidente haitiano Jovenel Moïse, un hecho que desató las fuerzas del caos en la vecina nación, hasta acercarla hoy a un catastrófico clímax. A pesar de la urgencia, la comunidad internacional parece disfrazar su falta de premura. La República Dominicana está particularmente expuesta y es nuestro deber insistir. El liderazgo nacional debe, sin divisiones políticas, presentar un plan para hablar como nación. Urge una gran ofensiva diplomática para convencer al mundo de que es imperativo acudir en auxilio del pueblo haitiano, y evitar una catástrofe de mayores proporciones. El lema debe ser: “Haití: La indiferencia es un crimen”.