En Haití las cosas cambiaron de un momento a otro: las pandillas se unieron para atacar comisarías, tomar el puerto de la capital, asaltar cárceles, asediar el aeropuerto y la sede gubernamental. Su narrativa cambió de forma notoria y ahora enfatizan reivindicaciones políticas, como si buscaran el estatus de insurgente y reconocimiento internacional. Lograron poner en jaque a la policía, convirtieron a Ariel Henry en un refugiado más. La comunidad internacional reaccionó decretando su ilegitimidad y forzó su dimisión. Y de paso afectó la legitimidad del acuerdo con Kenia, que alegó “cambio de circunstancias”. El que mueve los hilos en Haití en nombre del bien parece un mal titiritero.