Haití parece un misil, una explosión controlada, que se dirige a un blanco bien definido. La “comunidad internacional” ha toreado la crisis haitiana con ayuda dosificada, que tiene el mismo efecto que el tratamiento inadecuado de una enfermedad: da tiempo a que el mal se expanda. Mientras, el accionar de las pandillas es acorde con este abordaje y tratamiento: profundiza el drama humanitario al atacar hospitales, incendiar las empresas que generan los escasos puestos de trabajo, vandalizan escuelas, queman farmacias y siembran el terror. La idea es provocar una crisis que pueda convertirse en arma política.