Solo basta conocer la historia del Medio Oriente para saber que Bashar al Assad dimitió. No fue derrocado por los rebeldes, simplemente descubrió la traición de sus generales y antes de correr la misma suerte que Muamar el Gadafi, asesinado o que Hosni Mubarak humillado y encarcelado, prefirió salir de Siria con la ayuda directa de la inteligencia rusa que lo llevó junto a su familia a la base aérea khmeimim en la provincia Latakia y desde allí viajó en un avión con transportadores apagados para no ser rastreado por las defensas aéreas de Siria y de los seis grupos que lo buscaban. En Rusia no podrá ser extraditado en caso de que sea requerido por la Corte Penal Internacional. Así termina su dinastía.