Son ingenuos, entusiastas y crédulos, desde el ratoncito Pérez del diente hasta Santa Claus, se permiten soñar y aferrarse a la magia con gran ilusión, se emocionan con lo inesperado y disfrutan de las experiencias porque en su imaginación nada es imposible y no existe maldad. Son sinceros, dicen lo que piensan desde un corazón puro sin malicia, solo los mueve la verdad. No ofenden porque se limitan a los hechos, tal como los ven, la ingenuidad justifica sus excesos y perdonan cualquier error.

Poseen una inmensa capacidad de asombro, se admiran de lo que les rodea y se sorprenden ante cada evento, las novedades los exaltan, la belleza los conmueve y cada día es una oportunidad para captar las emociones que la vida les ofrece. Son inquietos, impacientes y curiosos, investigan el porqué de las cosas y no se quedan en lo superficial, escarban con impaciencia hasta encontrar la respuesta y obtenerla.

Confianzudos, locuaces y expresivos, no temen a lo desconocido, buscan aventuras y no existen para ellos las barreras de los prejuicios. Tienen una enorme disposición para relacionarse y captar amigos -aunque los acaben de conocer- porque las parafernalias sociales no los detienen en su avidez de aceptar el mundo tal como es. Conservan la ilusión y admiran con devoción a sus héroes personales, sueñan ser como uno de ellos porque en ese microespacio -que resulta paradójicamente universal- no caben las imperfecciones y la bondad es la regla.

Disfrutan sin complicaciones, son de sonrisa fácil, espontánea y franca. Sensibles, entre la lágrima y la alegría (van de una a la otra con gran facilidad), no reprimen sus emociones para quedar bien, las muestran sin convencionalismos porque viven intensamente cada momento sin importarles el qué dirán.

Quién como los niños, sus travesuras, algarabía y dicha existencial. ¿Cuándo dejamos atrás la infancia y comenzamos a ser adultos? ¿Será que nos habrán endurecido las responsabilidades? ¿Qué nos hizo convertirnos en desconfiados, maliciosos, inconformes, complicados e insaciables? ¿Cómo asumimos la maldad, la traición, la mentira, si no estábamos diseñados originalmente para eso? Si pudiéramos volver a nuestra niñez, remontarnos a esos años iniciales envueltos en algodón, donde todo era posible, bonito y claro. Con razón el Maestro dijo con certeza: “Dejad que los niños vengan a mi… porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 19:14).

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