Existe una teoría de que cualquier persona, no importa qué tan lejana se encuentre, está conectada con otra, a través de una cadena de conocidos con los que se vincula a solo otras seis de distancia. La propuesta sostiene que, como cada cual trata una cantidad aproximada de cien más, quienes, a su vez, se encuentran enlazadas con otra centena, llegan a interrelacionarse de tal forma que terminan integradas entre sí.
Esa red se va ampliando en la medida que lo hacen quienes la integran para incluir un radio de acción inimaginable en cada nivel donde, a la postre, todos terminan vinculándose y coinciden en algún eslabón de la cadena de conexiones que se extiende como una telaraña humana. Esa es una realidad tangible en la era del Internet donde la tecnología identifica las coincidencias, gustos y rasgos comunes que unen a un gran grupo de cibernautas, al alcance de un clic.
Si bien este postulado surge en 1929, en nuestro país los seis grados de distancia para establecer dónde concurren dos individuos son mucho más estrechos y se reducen al siguiente recorrido: en un primer orden, ya identificado que se coincide en el gentilicio, se busca la provincia y si fuere necesario, el pueblo de procedencia; en un segundo lugar, el apellido para escalar el origen hacia los ascendientes y llegar al tronco común; luego, se sondea el barrio donde se desenvolvió la infancia y la adolescencia para detectar conocidos y episodios del recuerdo. Más adelante, se pregunta por el centro de estudios sin dejar loza sin levantar, rastreando primaria, secundaria y universidad. Si estos escarceos no fueron suficientes, hay que hurgar entre los vecinos, colegas, antiguas parejas y primos lejanos, pero ese vínculo se busca hasta en el fondo de la tierra, aunque se vaya la vida en ello.
El escenario de ese afán de encontrar el lazo entre dos puntos que aparentan lejanos puede ser la sala de espera de un consultorio, una reunión social que enciende la chispa a partir de que se mencione el nombre o un encuentro casual entre los que se presentan por primera vez y no resisten buscar insistentemente la proveniencia para determinar cuándo sus caminos se cruzaron. Esa tendencia irresistible para todo buen dominicano de encontrar alguna relación con quien acaba de conocer surge desde la expresión: “Yo como que te conozco..” porque lo que ha podido tomar años de investigación genealógica, para nosotros solo bastan unos minutos de conversación y en esa labor detectivesca, no nos gana ni el FBI.