El 2 de agosto de 1990, el entonces presidente de Iraq, Saddam Hussein, tomó la desafortunada decisión de invadir a Kuwait. Al igual que Vladimir Putin en Ucrania, uno de los argumentos utilizados por Hussein fue que Kuwait no existía como nación, porque ese territorio fue parte de lo que es hoy la provincia iraquí de Basora durante el imperio Otomano.
El gobierno kuwaití en el exilio hizo un llamado a la comunidad internacional, incluso a los EE.UU. para que los ayudara a liberar su país. En esos momentos ocupaba la presidencia de los Estados Unidos George Herbert Walker Bush (“Bush 41”), un conocedor en materia de política exterior que estaba rodeado de un equipo de excelencia: James Baker, secretario de Estado; Ben Scowcroft, asesor de seguridad nacional y Colin Powell, jefe de estado mayor de las Fuerzas Armadas estadounidenses, entre otros.
Estos articularon una coalición militar liderada por los EE.UU. e integrada por 34 países que -después de obtener la autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas- realizó una campaña impecable para liberar a Kuwait.
La coalición expulsó las fuerzas iraquíes del territorio de Kuwait en cuatro días y se retiró de Iraq unas semanas después. “Tormenta del Desierto”, como se llamó la campaña militar, puso en práctica la denominada “Doctrina Colin Powell”, cuyos tres principios básicos son: Uso desmesurado de la fuerza, tener objetivos claros; y una estrategia definida que garantice el posterior retiro de las fuerzas militares.
Conocedores del importante papel que jugaba Saddam Hussein -y los miembros de la secta musulmana sunita a que este pertenecía para preservar los equilibrios políticos del oriente medio- la llamada primera guerra del golfo no implicó ni la destrucción completa del ejército iraquí, ni la destitución de Saddam Hussein, ni la desarticulación de su gobierno. El objetivo era liberar a Kuwait y reafirmar el principio de inviolabilidad de las fronteras establecido en la Carta de las Naciones Unidas.
Doce años después, George W. Bush hijo (“Bush 43”), presidente de los Estados Unidos 2001-2009, atacó a Iraq una segunda vez en el 2003, acusándolo de poseer armas de destrucción masiva cuya existencia nunca fue comprobada. Fue una guerra que Kofi Annan, entonces Secretario-General de las Naciones Unidas, calificó de ilegal.
Una vez derrotado Saddam Hussein, las fuerzas estadounidenses procedieron a desmantelar el ejército de Iraq -y todas las estructuras relacionadas con su aparato de seguridad- y a desarticular la burocracia que administraba ese estado en un intento de eliminar toda influencia de Hussein en el gobierno y la sociedad.
La destrucción de la estructura institucional iraquí -y del equilibrio existente en la región entre el gobierno sunita de Hussein y el chiismo de los Ayatolas en Irán- creó un vacío de consecuencias devastadoras no solo en Iraq, sino también en todo el oriente medio.
Esta vez, la presencia militar de los EE.UU. en Iraq se prolongó durante 17 años, ha habido miles de iraquíes muertos, y de ser la cuna de una de las civilizaciones más antiguas y de los centros culturales más importantes del mundo, Iraq es hoy un país destruido.
Resultado del vacío mencionado, un tercio del territorio iraquí fue ocupado hasta fecha reciente por el llamado Estado Islámico de Iraq y del Levante (ISIS), grupo fundamentalista de prácticas religiosas enraizadas en el siglo VII.
Pero todavía más, Irán -a través de su Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica- se ha consolidado como una potencia regional con influencia directa sobre cuatro países árabes: Irak, Yemen, Siria y Líbano. Las milicias que controla Irán en esas naciones forman el denominado “eje de la resistencia”, y le han permitido establecer un corredor terrestre que no solo le facilita acceder al mar Mediterráneo y al Canal de Suez, sino también proyectar su poder y hostilidad hacia adversarios regionales como Israel. Irán constituye hoy un importante factor de desestabilización en el Oriente Medio y el mundo.
Mientras, George Bush hijo (“Bush 43”) exhibe como trofeo de su desastrosa guerra; en el Museo Presidencial G.W. Bush de Dallas, Texas; el traje que vestía Saddam Hussein al momento de su captura. Este tipo de decisiones tomadas desde la ignorancia y la soberbia no hacen más que confirmar la justeza de la frase del Doctor Martin Luther: “Nada en el mundo es mas peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”.