No hay tema que no se nutra de frases. Ellas lo complementan, le dan forma y latidos. El ajedrez, por ejemplo, es propicio para que los jugadores expresen en breves palabras lo que sienten frente al tablero. Citaremos dos, la primera de Benjamin Franklin, un político aficionado al ajedrez y la otra del Gran Maestro Paul Keres, considerado entre los mejores del mundo: “La vida es como el ajedrez, con lucha, competición y eventos buenos y malos” y “Quien no asume un riesgo nunca ganará una partida”.
Me enfocaré en las palabras “sacrificios y triunfos” esenciales en el juego ciencia, donde hay momentos en los que decidimos sacrificar una pieza importante para ganar el juego y celebrar. Eso tiene sus riesgos. Si incurrimos en un error de cálculo estaremos obligados a rendirnos; pero si triunfamos el gozo se multiplicará, pues lo conseguimos venciendo al peligro.
Lo anterior no implica que provoquemos nadar en aguas turbulentas. No. Eso es absurdo. No hablamos de inmolación. El quid está en razonar y luego actuar, creyendo sinceramente que el plan es positivo, con fe en el porvenir. Así, si fracasamos, nuestro ánimo se mantendrá en paz, en el entendido de que hicimos lo que nuestros cerebro, conciencia e intuición nos indicaban.
Lo contrario es lo tormentoso, lo que marchita el sosiego del ajedrecista. Y es cuando no materializamos el sacrificio por miedo y luego nos percatamos que de haberlo hecho hubiésemos tenido un punto a nuestro favor y hasta ganar el campeonato. Entonces no dormimos, ansiamos retroceder las manecillas del reloj, nos damos golpes en el pecho y nos gritamos: ¡Cobarde!
Arriesgarse es tener iniciativa, imaginación y metas, no vivir ocultos del sol y temerosos del viento. Y lo peor es que algunos se momifican por tanto tiempo que ya no tienen oportunidad de resucitar.
¿Cuántos de nosotros, durante todo el día, nos perdemos en lo cotidiano y nuestro tiempo se va en dormir, comer, ir al baño, trabajar, sudar y preocuparnos por lo mismo? ¡Ay de aquellos que se estancan y son simple masa que moldea a su antojo el panadero que alimenta nuestro destino! Recuerda: nadie llega más allá de lo que se propone.
La vida es un ajedrez, donde el fin es triunfar en buena lid, sin hacer trampas, pero procediendo con valentía y coraje, tomando con entereza las decisiones que consideremos justas y necesarias para alcanzar la cumbre. Y si para lograrlo debemos sacrificar algo que apreciemos, pues, ¡sacrifiquémoslo! que después lo sacrificado renacerá con mayor valor. Estamos en un mundo en que los débiles de espíritu y los temerosos están destinados a vivir en el fango de la derrota y la frustración.