Alfredo Vargas Caba
Especial para elCaribe

En la narrativa histórica popular, Haití suele celebrarse como la primera república negra del mundo y como pionera en la abolición de la esclavitud. No obstante, al contrastar su surgimiento con el de otras revoluciones contemporáneas como la estadounidense o la francesa, surgen preguntas incómodas: ¿De qué tipo de revolución hablamos? ¿Qué valores guiaron la fundación del Estado haitiano?

Entre 1804 y 1819, tres figuras moldearon el destino de Haití: Jean-Jacques Dessalines, Henri Christophe y Alexandre Pétion. Ninguno de ellos -aunque liberadores en sentido militar- encarnó los principios de la Ilustración ni adoptó estructuras republicanas sostenidas en el derecho, la institucionalidad o el pluralismo.

Dessalines: emperador de la exclusión

Proclamado emperador en 1804 bajo el nombre de Jacques I, Dessalines instauró un régimen absolutista, marcado por el resentimiento étnico y la violencia institucional. La masacre de blancos franceses fue justificada como “necesaria para preservar la libertad”, y el Estado adoptó una lógica de castigo más que de redención.

A pesar de haber abolido la esclavitud, Dessalines restableció el sistema de plantaciones con trabajo forzado, sin garantizar derechos de propiedad ni ciudadanía efectiva para los antiguos esclavos.

Christophe: el rey sin república

En el Norte, Henri Christophe se autoproclamó rey Henri I en 1811. Organizó un Estado monárquico con títulos nobiliarios, palacios y una burocracia inspirada más en el absolutismo europeo que en los ideales republicanos.

El pueblo campesino, en su gran mayoría analfabeto y sin representación política, fue obligado a trabajar en obras faraónicas como la Citadelle Laferrière bajo un modelo militarizado y autoritario.

Pétion: república en papel, caudillismo en práctica

En el Sur, Alexandre Pétion instauró formalmente una república, pero gobernó como presidente
vitalicio. Aunque se le reconoce por apoyar la causa de Simón Bolívar, su régimen fue marcado por el clientelismo, el reparto arbitrario de tierras y el control personalista del poder.

No se desarrolló un sistema de educación pública, ni se promovió una cultura política basada en el debate, la prensa libre o la participación ciudadana.

Sin Ilustración no hay revolución cívica

A diferencia de Estados Unidos, cuya constitución de 1787 establece la separación de poderes y los derechos del ciudadano, o de Francia, que en 1789 proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre, Haití emergió sin una estructura institucional ilustrada. Fue una independencia lograda por las armas, pero no una revolución de ideas.

En lugar de una ciudadanía construida sobre la razón, el derecho y la igualdad ante la ley, se establecieron formas de poder vertical, autoritarias, patrimoniales. El pueblo fue liberado físicamente, pero no resultó empoderado políticamente.

Más allá del mito

Reconocer esta realidad histórica no es negar la valentía de los esclavos ni minimizar el horror del sistema colonial. Es, más bien, rescatar la verdad oculta tras el mito: que Haití fue la primera nación afrodescendiente independiente, sí, pero no fue una república ilustrada ni liberal.

Este contraste no es menor: explica, en parte, los retos estructurales que el país ha enfrentado desde entonces. A diferencia de las revoluciones guiadas por principios universales, la haitiana fue una ruptura sin reemplazo.

El peso de la historia

Hoy, en el siglo XXI, comprender ese origen es clave para imaginar soluciones. Porque no se trata solo de ayuda externa o reconstrucción económica: se trata también de reconocer que Haití nació sin instituciones sólidas, sin alfabetización cívica, sin bases republicanas. Esa es la deuda pendiente con su propio pueblo.

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